viernes, 30 de enero de 2009

El Barrilete azul

Si eres un niño o una niña quizás has escuchado que alguien te pregunte ¿Qué quieres hacer cuando seas grande?

Quizás tu también lo hayas pensado y como todavía eres joven puedes soñar que en la mañana corres autos de carreras, que en el almuerzo enseñas en una escuela y que antes de acostarte bailas en un famoso teatro o inventas una máquina que hace las tareas. Eso por supuesto si eres un niño o una niña, pero si eres un barrilete (para algunos comenta, volantín o papagayo) nadie te va a preguntar que quieres hacer cuando seas grande, porque lo único que un barrilete quiere hacer toda la vida es volar.

Pero el barrilete de esta historia no era un barrilete común, porque mientras los otros exhibidos en la pequeña tienda esperaban impacientemente que alguien los comprara para por fin realizar su primer vuelo, nuestro pequeño barrilete azul imploraba para que nadie lo quisiera porque tenía miedo de volar.
Encontraba que eso de ser lanzado por lo aire no debía ser nada agradable y menos que el único contacto con la tierra fuera un delgado cordel ¿qué pasaría si el cordel se soltaba y quedaba a la deriva, siendo empujado por el viento hacía todos lados sin control?
Para su suerte no parecía ser muy atractivo para los niños que entusiasmados venían buscando un barrilete, su hermoso color azul parecía ser la causa, al verlo pensaban que se confundiría con el cielo y por lo tanto no podrían apreciar su vuelo.
Eso lo tranquilizaba mientras escuchaba a los otros que solo hablaban de su primer vuelo.

La libertad, que hermosa sensación de libertad debe sentirse al volar – decía el orgulloso cometa con forma de águila que posaba en el centro de la tienda.
El viento rozando y silbando a través de ti – exclamaba el volantín multicolor que estaba a su lado.
Y que me dicen de la altura, ver todo desde arriba y más allá del horizonte – señalaba el papagayo tradicional que mostraba los colores de la bandera.
“Que libertad”, “que viento”, “ni que altura”, pensaba el pequeño barrilete azul, “si estas atado a una cuerda no tienes libertad, la fuerza del viento puede romperte y las alturas dan vértigo”. Pero no decía nada, escuchaba en silencio mientras entraban los niños a la tienda a buscando un barrilete.
Pero la suerte no le fue eterna, llegó un día una pequeña niña a la que se le ocurrió que su chaleco hacía juego con el hermoso color azul del barrilete, así que se lo pidió a su papá aunque este insistía en que compraran otro.

Y así fue como una tarde, esta niña con su padre salió a volar al barrilete. Estaba muerto de miedo, temía que la pequeña niña no tuviera la suficiente fuerza para sostenerlo una vez que comenzara a soplar el viento (y ese día había mucho viento).
Que alzara el vuelo no fue tarea fácil, varias veces fue arrojado al aire para después caer en picada, si hubiera podido hablar con la niña le habría dicho que desistiera de una buena vez. Pero finalmente lo pescó una ventisca y comenzó a ascender y ascender, sentía como la fuerza del viento lo empujaba y a su vez sentía los jalones que recibía del cordel que sostenía la niña.
No quería mirar y cada vez que se elevaba sentía más miedo, “si me suelta” pensaba “si me deja ir”, “no quiero estar a la deriva” “no quiero que el viento me lleve a lugares que no conozco” “no quiero desprenderme de la tierra”.

Después de un rato de sentir como el viento lo golpeaba y silbaba a través de él se atrevió a mirar, primero se sintió mareado, pero después de un rato se acostumbró a la vista desde la altura, pudo ver la montaña y más allá el prado, todo se veía tan distinto desde arriba, hasta ahora solo había visto la tienda, la casa de la niña y la cumbre desde donde se inició su vuelo, pero ahora podía ver que más allá de la cumbre había un parque con niños jugando y más allá un poblado entero con gente caminando por las calles y un río y árboles, pudo entender de que hablaban los otros cometas de la tienda y de pronto sintió el impulso de ver más allá y jaló un poco, se estiró otro poco, un poquito más, pero sucedió lo que tanto temía, las manos de la pequeña niña no pudieron sostenerlo y quedó a la deriva.

El terror lo invadió, el cordel que le daba seguridad estaba a merced de las corrientes de aire. Primero una ráfaga lo lanzó a la izquierda, luego a la derecha, luego dio vueltas en círculo pero cuando por fin se estabilizó se sintió de nuevo atrapado por la visión del mundo desde las alturas, aunque seguía sintiendo miedo.
Divisó que detrás de los árboles aparecía una familia de conejos y también que unos metros atrás estaba un cazador que quería atraparlos, vio a un grupo de personas nadando en el río y a otras entre los árboles discutiendo, vio los colores del prado, verdes, ocres y los pájaros posados en las ramas, vio cosas que le gustaron, algunas que jamás podrá olvidar y otras que no quisiera volver a ver.

Pero algo le hizo querer detenerse: en la entrada de una pequeña casa pudo ver a un niño sentado con las manos en el rostro, parecía triste, parecía que lloraba. Entonces el barrilete esquivo las ráfagas de viento que chocaban contra él de frente, se movió a la izquierda, luego a la derecha, bajo y subió, alteó la cola para que se enredara en el poste cerca del niño y así pasó, finalmente comenzó a perder altura y calló en sus pies, el sonido de la caída hizo que el niño levantara la cara mojada y se restregara los ojos, miró sorprendido al hermoso barrilete azul que estaba enfrente y una sonrisa se dibujó en su rostro, el barrilete se sintió satisfecho.

El niño tomo el cordel y lo lanzó de nuevo al aire, corriendo por el campo, su risa se escuchaba desde lo alto. Esta vez se quedó donde estaba sintiendo la tensión del viento y de la cuerda que lo jalaba, quizás algún día volvería a volar libre, pero no se sentiría de nuevo a la deriva.

Ilustración : Beti Abel (Argentina)

Texto : Mallé Westinner (Venezuela)

Modalidad de fusión de artistas : ¨El reino del revés¨
Cuento creado a partir de una ilustración

viernes, 23 de enero de 2009

Volar


Mamá dice
que no importa
cuántas veces caiga.

Ella siempre está
para levantarme.

Cuando no conozco
alguna letra,
me da un besito y... ¡Oh!

La letra sale de su escondite
y mi cielo brilla.

También dice
que algún día podré volar solo,
pero debo conocerlas todas.

Mamá y yo hacemos la tarea.
Uso gafas, casco y bufanda
para recordar hacia dónde voy.


Poesía : Mercedes Aceves Zúñiga (México)

Modalidad de fusión de artistas : ¨El reino del revés¨
Poesía creada a partir de una ilustración

miércoles, 14 de enero de 2009

Don Amargo y sus ciruelas.
















Tema del cuento: El egoísmo

Don Manuel tenía un campo grande donde había plantado un montón de árboles, la mayoría de ellos, frutales. Eran árboles hermosos, grandes y llenos de las más ricas frutas. En este campo había ciruelos, naranjos, limoneros, árboles de mandarinas, de higos y hasta nogales que son los árboles que nos dan las nueces. Todos los arbolitos frutales eran amigos entre sí, y se entretenían en largas charlas. Cada uno sabía para qué había sido plantado y que, con la fruta que nacía de ellos, mucha gente se alimentaba y sólo eso les bastaba para vivir felices. Es cierto que cuando venía Don Manuel a sacar la fruta, les tironeaba un poquito y eso les dolía, pero a la mayoría no les importaba. Es más, muchos esperaban el momento de la cosecha para sentir esas rosquillitas que su dueño les hacía y reírse un poco. Sin embargo, no todos los árboles eran iguales. Había un ciruelo al que todos llamaban Don Amargo y no porque sus ciruelas fueran amargas, sino porque él era distinto al resto. El ciruelo era realmente hermoso y sus grandes y brillosas ciruelas llamaban la atención de todo el pueblo. A Don amargo le molestaba mucho que le sacaran sus frutos. Decía que no era justo, que eran de él y que no tenían por qué sacarle nada. - Nosotros estamos para alimentar a la gente. Le decía el arbolito de mandarinas, sino ¿para qué servimos? - Servimos para hacer el campo más hermoso, para que nos miren, para que aprovechen nuestra sombra, pero eso no significa que nos tengan que sacar lo que es nuestro. - ¡Ay qué comentario tan ácido y eso que no es un árbol de cítricos! Dijo Meterete, que no era un frutal, sino un pajarito que se la pasaba sobrevolando los árboles, alimentándose de sus frutas y sobre todo metiéndose en las conversaciones ajenas. - ¡Ud. habla así porque también se aprovecha de nosotros pajarraco!, contestó Don Amargo, más amargo que nunca. - Yo antes que comer una ciruela suya, me meto dentro de una polenta, mire lo que le digo. A ver si me contagio su amargura ¡hábrase visto! Nadie podía hacerle entender al ciruelo que lo bueno de tener algo, es que se comparta con los demás, que de nada vale tener lo que sea si lo guardamos sólo para nosotros. Meterete se había propuesto convencer a Don Amargo. Tarea nada fácil. Ninguno de los otros frutales lo había logrado. Le habló tanto que lo durmió. Como vio que este método no funcionaba, probó otros.- ¡Ay qué me muero! Dijo un día. No he probado bocado hace semanas, estoy deshidratado, necesito picotear una rica ciruela o moriré de hambre.
Nada conmovió a Don Amargo. Quien ninguna ciruela ofreció al pajarito que supuestamente moría de hambre.- ¡Me muero, me muero, adiós mundo cruel! ¡Necesito una ciruela ya!- Pues picotee otra fruta que será lo mismo. Dijo Don Amargo, yo no comparto mis frutos con nadie. La cosa era realmente complicada, no había manera de hacerle entender al ciruelo que su egoísmo no era nada bueno. Resignado a que su actuación de pájaro a punto de morir de hambre, no había hecho cambiar de opinión al ciruelo, Meterete se puso a pensar qué otra cosa podía hacer. Quería hablar con Don Manuel, pero obviamente como era un pajarito, no podía hablar con los seres humanos, pero sí con otra ave. Fue allí cuando pensó en Juanito, el lorito parlanchín que tenía Don Manuel. Voló hasta la casa, y le contó todo al loro quien se preocupó mucho por la actitud del ciruelo.- Yo decía que ese árbol no era de fiar, con razón no me gustan las ciruelas, ni si quiera en mermelada, murmuró Juanito. Pero ¿qué puedo hacer yo que no salgo de esta casa? Yo sí que estoy, lo que se dice “entre cuatro paredes”.- Repetir todo lo que te conté a Don Manuel, que mucho no te va a costar, dicho sea de paso. A este ciruelo hay que hacerlo entrar en razón.
Y así fue que Juanito le contó todo a su dueño, quien tomó una decisión: darle al ciruelo un poco de su propia medicina.
Fue a la plantación con su gran canasta bajo el brazo y empezó a arrancar las frutas de los arbolitos. Mientras hacía esta tarea y muy a propósito decía:- He decidido no cosechar más ciruelas, a partir de ahora no arrancaré ni una. En el pueblo me han dicho que es la mermelada que menos se vende, así que no gastaré más energías en arrancarlas. Meterete no entendía demasiado bien lo que Don Manuel quería hacer.- Al final le está dando el gusto a este árbol amarrete. Pensó nuestro pajarito. Iré a hablar con el loro, a ver si le dijo gato por liebre. Una vez que se aseguró que éste había repetido perfectamente sus palabras, se quedó más tranquilo y decidió esperar. Cada día Don Manuel se acercaba a la plantación con la canasta y repetía que ninguna ciruela arrancaría del árbol. Don Amargo estaba feliz, ya no debía compartir lo suyo con nadie, pero lo que parecía un sueño hecho realidad, pronto se convirtió en una pesadilla. Pasó el tiempo y Don Amargo empezó a cargarse de ciruelas que, al no ser sacadas, se pudrían y olían muy feo. Los otros frutales trataban de corres sus ramas para no contagiarse con el olor que salía del ciruelo. Los pájaros ya no se acercaban tampoco. Las ciruelas caían al piso y ensuciaban las raíces del ciruelo. Todo en él empezó a oler feo y sus raíces empezaron a pudrirse también.- ¿Y Don Amargo cómo anda todo? Lo veo lleno de ciruelas, lástima que están todas podridas. ¿No quiere un perfumito? No huele muy bien que digamos. Dijo Meterete que seguía de cerca todo. Don Amargo, molesto ya por la cantidad de ciruelas acumuladas en sus raíces, el olor que salía y la soledad que sentía, ofreció a Meterete comer cuántas quisiera.- ¡Ni loco Don Amargo! Si no las pude comer antes, menos ahora que están podridas. Además no se olvide, son suyas y sólo suyas. Dejé no más, deje. Yo me arreglo con una mandarinita que picoteo por allí y que además tienen más vitamina C. Los días pasaban y el ciruelo estaba cada vez más solo, más sucio y empezaba a pudrirse por completo. Don Manuel seguía con su plan, todos los días iba a la plantación y pasaba de largo frente al ciruelo.- Cuando este ciruelo termine de pudrirse, ya no plantaré otro. No vale la pena. Mintió un poquito. Meterete, que siempre andaba merodeando por ahí, no perdía la oportunidad de meterse donde no lo llamaban.- Vio Don Amargo, ahora tiene toda la fruta para Ud. solito y ¿de qué le ha servido amigo? ¡Pensar que sus ciruelas eran una pinturita mire vea! ¿Y ahora? ¿quién quisiera comer una de ellas? Le aseguro que nadie, sin ofender digo… Don Amargo de verdad entendió que lo que no se comparte se pudre, que el verdadero valor de lo que se tiene, sea lo que sea, está en compartirlo con el otro. No quería seguir viviendo de esa manera, quería cambiar y ser como todos los otros frutales del campo que generosamente ofrecían sus frutos a quien los quisiera. Tan mal y arrepentido por su actitud egoísta se sentía el ciruelo que no sólo pidió perdón a sus amigos los frutales, sino que quiso hablar con Meterete, a quien no hizo falta explicarle nada porque por supuesto ya había escuchado todo.- ¿Qué puedo hacer ahora? Sollozaba Don Amargo ¿Cómo le pido a Don Manuel que saque todas mis ciruelas, que no me deje morir?- Déjelo por mi cuenta amigo, yo tengo mis informantes. Contestó Meterete ya algo agrandadito y con cara de misterioso.
Una vez más habló con Juanito y le contó cuan arrepentido estaba el pobre ciruelo y le dijo que le pidiera a Don Manuel que lo siguiera cuidando como hasta ahora. El lorito contó todo a su dueño, quien realmente se puso muy feliz. Limpió las raíces del ciruelo, le puso fertilizante y lo regó un poquito más que al resto. Pronto fue el tiempo de la cosecha nuevamente, todos los frutales estaban esperando ver cómo reaccionaba el ciruelo cuando le arrancaran la primera fruta. Demás está decir que Meterete estaba allí, presenciando toda la escena. Cuando Don Manuel se acercó a y tomó la primer ciruela, se escuchó algo que sólo los arbolitos y los pajaritos pudieron oír.- ¡Alto allí! Dijo el ciruelo.- Sonamos… pensó Meterete, se arrepintió este árbol amarrete.Pero para sorpresa de todos, Don Amargo agregó- Que la primera ciruela sea para mi amigo Meterete, quien me enseñó el valor de compartir. Y como si Don Manuel hubiese podido escuchar esa conversación, cortó la primera ciruela y lejos de ponerla en la canasta se la acercó al pico de Meterete, quien la agarró feliz y fue a compartirla con su amigo Juanito que mucho había ayudado. Meterete sabía que compartiendo la ciruela con un amigo, su gusto, sin duda sería mucho más rico.
Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.
Para pensar y conversar con papá y mamá:
- ¿Te gusta compartir tus cosas?
- ¿Prestas tus juguetes o útiles escolares a tus amigos?
- ¿Podés darte cuenta que cuando uno comparte lo que tiene con el otro, todo es mejor?
- ¿Es mejor parecerse al ciruelo o a los demás personajes del cuentito? ¿Por qué?

martes, 13 de enero de 2009

Videocuentos.




Pica AQUÍ y podrás ver muchos cuentos.


Las palabras dulces.




Fuente: animalec.com

Los tres cerditos

El patito feo

La cigarra y la hormiga

La liebre y la tortuga

El gato con botas

El toque de oro

La Ratita Presumida.


caperucita roja, los tres cerditos y el lobo feroz.


jueves, 8 de enero de 2009

La Vaca Paca


¿Cómo hará la vaca Paca,
cómo hará para aprender?
La escritura la preocupa…
¡Tampoco sabe leer!

De espaldas al pizarrón,
calladita se ha quedado.
¡Tan enorme es su problema,
que ni MU se le ha escapado!

Por el suelo andan las tizas:
una azul, otra amarilla,
otra roja, otra muy blanca…
¡Esto no es cosa sencilla!

Para empezar la tarea,
muy bien se había preparado…
Se puso su guardapolvos,
sus zapatos colorados…

De repente la trastorna
un libro con una A…
¡Qué miedo que tiene ella,
no sabe qué pasará!
¡Qué gran susto, qué delirio!
¡Pobre la vaquita Paca!
¿Tendrá que pedir ayuda
a la vaca de Humahuaca?

Ilustración : Nora Hilb (Argentina)


Modalidad de fusión de artistas : ¨El reino del revés¨
Poesía creada a partir de una ilustración