viernes, 30 de octubre de 2009

Simón y el escudo de plata.

Escritora Argentina. Cuentos educativos.

Tema del cuento: La superstición

Simón era un rey justo, bondadoso y que tenía mucha autoridad. Sabía resolver los conflictos de su gente, no era violento y trataba de reinar de modo tal que todas las personas vivieran satisfechas.
Sin embargo y a pesar de su gran sabiduría, el rey Simón era muy supersticioso. Creía en cosas increíbles y a veces hacía cosas que no eran lógicas. No le gustaban los gatos negros, lo cual era un problema porque abundaban en los jardines del palacio y no pasaba jamás por debajo de una escalera, entre otras cosas.
Sobre el trono de Simón yacía colgado en la pared un hermoso escudo de plata, cuyo brillo deslumbraba a todas las personas del reino.
Como era tan supersticioso, el rey adjudicaba al escudo poderes que en realidad no tenía. Simón creía que el escudo colgado arriba de su trono le daba el poder de ser tan buen rey como era, lo cual realmente no era cierto.
Sus sirvientes pasaban gran parte del día lustrando el escudo, el bufón del palacio tenía prohibido hacer bromas sobre él y nadie, ni siquiera sus hijos podían tocarlo.
Simón vivía tranquilo creyendo que su poderoso escudo lo protegía y ayudaba, hasta que un día pasó lo que el rey jamás se había atrevido a pensar: el escudo de plata desapareció.
Nadie sabía cómo había pasado, pero ya no estaba. Simón sufrió un ataque de nervios, los guardias del palacio salieron a buscarlo en sus ágiles caballos, el bufón quedó mudo y nadie sabía qué hacer realmente.
Se alejaron cuanto pudieron, visitaron todos los reinos vecinos, revisaron cada rincón de la ciudad, pero el escudo seguía sin aparecer.
Desesperado Simón creía que ya nada sería igual ni para él, ni para su reino y en parte, tenía razón.
Tal fue su desánimo y desesperación que empezó a hacer las cosas mal.
Tan nervioso estaba, que tomaba decisiones apresuradas y que terminaban sin ser beneficiosas para nadie.
Pasaba el día enojado, lo cual deterioró su relación no sólo con su familia, sino con todas las personas de la corte.
Ya nada era lo mismo. Simón tampoco.
– Mi escudo, mi escudo – Se lo escuchaba decir todo el tiempo- sin mi escudo ya no soy el mismo.
Inútiles fueron los intentos que la familia y la corte entera hicieron por tratar de que entendiese que su capacidad y bondad no se debían a un escudo colgado en una pared.
– Desde que robaron el escudo, todo ha salido mal. Me equivoco todo el tiempo, estoy enemistado con medio reino, ahora todos me temen, cuando antes me querían y la lista podría seguir- vociferaba Simón desde su trono y mirando para arriba a ver si por arte de magia aparecía el escudo.
– Mi señor, no hay escudo tan poderoso – intervino el bufón.
– ¡Claro que no! No lo hay porque me lo han robado – Contestó Simón
– Me refiero a que el escudo no tenía poder alguno, si me lo permite – replicó el bufón.
– ¡No se lo permito! -Gritó el rey – ¿Acaso se atreve a dudar del poder de mi escudo?
– El poder no está en el escudo, de eso estoy seguro- dijo el bufón, mientras retrocedía temerosamente.
Tal fue el enojo del rey que le pidió al bufón que se retirase y agregó que no quería verlo hasta que el escudo apareciera.
– Bufón descreído- murmuraba el rey- ya le demostraré los poderes de los que hablo cuando todo vuelva a la normalidad.
Viendo que hablando el rey no se convencía, el bufón decidió poner manos a la obra. De repente, se le ocurrió pensar que el famoso escudo había sido buscado por todos lados, excepto en el palacio mismo.
Dedicó días enteros a su búsqueda, hasta que finalmente, lo encontró.
El escudo jamás había sido robado, simplemente –y debido a su peso- había caído al piso, justo detrás del trono del rey.
Parecía absurdo haber buscado hasta en los reinos más lejanos, cuando en realidad, siempre había estado allí, sólo que no se lo veía porque el gran trono lo tapaba.
Una vez que lo encontró, comenzó a pensar en cómo hacer para que el rey entendiese que no había tal poderes mágicos y encontró la manera.
En secreto y con el permiso de la reina, mandó a hacer un escudo exactamente igual al perdido. Una vez que lo tuvo, inventó para el rey una historia acerca de su hallazgo, que el rey creyó sin preguntar más de tan contento que estaba.
Sin más, ni más, colgaron enseguida el escudo (o su imitación) en el mismo lugar del otro.
Pasaron los días y todo realmente volvió a la normalidad. El Rey era el de siempre, todos vivían en armonía, no había conflictos, ni dentro del reino, ni fuera de él. Simón reinaba tranquilo, feliz y sabiamente, como siempre lo había hecho.
Al cabo de un mes, el bufón anunció al rey que tenía una sorpresa para él, pero que se la daría frente a su familia, si éste estaba de acuerdo.
Simón se entusiasmó con la idea y mandó llamar a la reina y a los príncipes.
– Bueno, bueno, quiero ya mi sorpresa – dijo ansioso Simón – No veo que traigas nada en tus manos apreciado bufón.
– Tiene razón mi señor, nada tengo en mis manos. De todas maneras, algo tengo para darle – contestó el bufón.
Intrigado el rey miraba a todos, sin entender mucho qué estaba ocurriendo.
– Majestad, le pido si por favor puede levantarse del trono por un momento por favor.
Simón así lo hizo. Todos miraban con gran atención pues sabían qué era lo que iba a ocurrir.
El bufón pidió ayuda y entre los príncipes y él corrieron de lugar el trono, dejando ver en todo su esplendor el escudo original.
Simón miraba sin creer, levantaba la vista, la volvía a bajar. Miraba una y otra vez para arriba y para abajo sin comprender nada.
– Mi señor, nadie jamás robó el escudo, simplemente se cayó. Nunca se nos había ocurrido buscar aquí mismo, por eso no había aparecido. De todas maneras, no es ésta la sorpresa que tengo para Ud. – agregó.
– No entiendo ¡qué puede haber más importante que tener el escudo original! Lo que no comprendo es ¿cómo no me di cuenta? y ¿quién puso esta imitación sobre mi trono? – dijo Simón.
– ¿Qué importa por qué no se dio cuenta que no era el original majestad, qué importa quién puso la copia? Lo realmente importante es que Ud. todo este mes ha reinado con la misma sabiduría y eficiencia de toda la vida y con un escudo falso.
El rey seguía sin entender.
– Señor, la sorpresa es que no hay tales poderes en el escudo, ni en ningún otro lado que no sea Ud. mismo. Es su propia capacidad la que lo hace reinar en forma justa y haciendo el bien a todos. No hay elementos mágicos. Si algo hay de magia, está en el corazón de cada uno de nosotros y en el esfuerzo que pongamos por hacer cada uno nuestra tarea un poco mejor cada día.
Las palabras del bufón conmovieron al rey y lo convencieron que realmente tenía razón.
De todos modos y sólo por si acaso, mandó colgar nuevamente el original del escudo, pero cuentan que a partir de ese día, se lo vio a Simón acariciando a cuanto gato negro caminaba por los jardines del palacio, y su suerte en nada cambió por ello.

Fin

Para pensar con papá y mamá:

- ¿Crees que puede haber objetos que traigan buena o mala suerte?

- ¿Qué te parece la actitud del rey del cuento? ¿Era lógica?

- ¿No crees que la suerte de cada uno depende en gran parte de nosotros mismos?

viernes, 23 de octubre de 2009

Herminia, la hormiga dormilona.

Escritora de Perú. Cuentos de hormigas.

Dicen que todas las hormigas son trabajadoras, pero dicen no más… porque yo conocí a una hormiga que no era ni siquiera un poquito trabajadora, era la hormiga Herminia, la más flojita y la más destartalada de todas.

¡Ay que de nuevas, voy a tomar una siestecita! -decía dormilona, antes de empezar a trabajar, esperando dormir cómodamente mientras sus compañeras hormigas ya estaban laborando esforzadamente.
Y ella en cambio, en tono de burla gustaba cantar:
“Trabajar, trabajar, eso buscan sin parar
Yo mas bien, descansar, es mejor que trabajar.”

Un día se aburrió y abandonó el hormiguero, para emprender un larguísimo viaje, alistó sus maletas y se marchó. Iba cantando, muy feliz cuando observó en medio del trayecto unas huellas en la tierra que daba entender que eran las patitas de una tarántula.

La tarántula tarantela, ¡que más queda!- se dijo ella misma.
-Tendré que abrir mis ojos lo más que pueda- Y muy optimista la hormiga Herminia le restó importancia.

-A mí me han dicho que las tarántulas son peligrosas, pero yo no tengo miedo porque
soy valiente y luchadora, seré capaz de derribarla tan solo con una de mis patas- se dijo orgullosa.

Tarantela vestía siempre de negro y asustaba con solo verla. Pero también era muy suspicaz y convincente. Se acercó amablemente a la hormiguita diciéndole dulcemente:

Herminia, hormiguita veo que estas de viaje, debes estar cansada, ¿no deseas descansar en mi hermosa hamaca que he tejido? Verás que dormirás plácida y cómodamente. Y no te arrepentirás querida.

- ¿En serio? Si es así, no me caería nada mal, ACEPTO- dijo Herminia tranquilamente.
- Pasa por favor, estas en tu casa- contestó la tarántula.
Herminia se recostó panza abajo, cayendo en un profundo sueño, sin darse cuenta que había caído en una trampa.

-Jojojo, ya se durmió! ¡Jajaja, que rica estará! ¡Jejeje, me la comeré! ¡Jijiji, con bastante ají!-decía la tarántula entusiasmada.
Como le faltaba ají, salió a buscar en el prado, a ver si encontraba algo.

Mientras tanto, Herminia sintió la caricia del aire y el hermoso canto de un ruiseñor, que la hacía soñar y soñar.
Y en ese sueño, apareció su mamá que le decía:
-Hijita querida, vuelve a casa, y deja ya la pereza a un lado, esfuérzate mucho, yo estaré orgullosa de ti.
Le dio un beso en sus antenitas y se fue.

Herminia despertó con una lágrima en sus ojos, pues su mamá había muerto un mes atrás y a raíz de eso, ella se había descuidado y olvidado de trabajar.

Ya no quiero seguir así mamita, voy a salir de aquí y regresaré al hormiguero- dijo en voz alta.
Fue entonces que llegó Tarantela, lista con el ají en sus patitas.
- Mmmm, veo que ya te has despertado.
- Sí, y quiero ir a mi casa.
- A tu casa, no regresarás- dijo tajantemente la tarántula.
Tarantela se acercó sigilosamente para comerla cuando de repente el ruiseñor al ver el peligro, sacó a Herminia con su pico y volando muy alto la llevó consigo hasta llegar al hormiguero.
- Muchas gracias, ruiseñor. Si no hubiera sido por ti, ya estaría muerta- le dijo Herminia
- De nada, ahora cumple con tus tareas y no olvides los consejos de tu madre- contestó el ruiseñor.

Así lo haré, de ahora en adelante me esforzaré por ser una hormiga trabajadora.
De esta manera la hormiga Herminia dejó de ser perezosa y llegó a ser la hormiga más empeñosa del hormiguero.
Su secreto fue recordar siempre el consejo de su mamá, a veces tomaba una que otra siestecita, solo que esta vez, era para recobrar más fuerzas y seguir cantando alegremente una nueva letra:
“Trabajar, trabajar, eso quiero sin dudar, y también disfrutar del esfuerzo que hay que dar.”

Fin

viernes, 16 de octubre de 2009

La amistad cuando toca el corazón.

Escritora Peruana. Cuentos de amistad.

Tema del cuento: La amistad

En una gran ciudad había un colegio que tenía como tarea fundamental inculcar la amistad entre sus alumnos, ya que consideraban que era muy importante que ellos se desarrollaran no sólo en el sentido intelectual sino también en lo espiritual, para que más adelante pudieran ver en su corazón más allá de sus propios egoísmos y ambiciones. Por lo tanto, se preocupaban de que tuvieran muchas actividades trascendentales y una de ellas era que los maestros sostuvieran conversaciones con sus alumnos, para que los llevasen a apreciar un mundo más justo y fraterno. Una tarde, Gabriel, uno de los alumnos menores que se encontraba con su amigo de aula Matías, al acercarse a su maestro, le comentó:
— ¿No es cierto, maestro, que el egoísmo es muy malo?
— Así es –le respondió el maestro–, y es la raíz de todos los males.
— Y así lo entiendo yo también –le dijo Gabriel–. Pero le voy a contar a Ud. lo que escuché el otro día a un niño que pasaba por la puerta de mi casa, pues éste le decía al otro: siempre te gusta comer de mis chocolates, ¿por qué mejor no comes tus galletas y dejas de molestarme porque me estoy quedando sin chocolates?
Y el otro niño, le contestó:
— Pero si sólo compartimos, porque yo también te invito de mis galletas. ¿Sabe maestro? Esa actitud me molestó.
— Así es –le contestó el maestro–, pero hay que entender que no todos los niños pueden ver la vida de la forma como la ves tú. Por qué mejor no buscas el remedio que pueda menguar sus debilidades y le enseñas con tus mismas actitudes.
Gabriel, al escucharlo, le dijo:
— Sí, a veces lo hago, y ellos cambian.
Y Matías añadió:
— Yo cuando escucho a mi corazón también hago lo mismo.
— Qué bien, muchachos, –dijo el maestro–, y para estas situaciones lamentables no existe mejor enseñanza que el mismo ejemplo.
Y mientras conversaban, dos niños más, los cuáles se llamaban Piero y Oscar, al integrarse al grupo le dijeron al maestro:
— Nosotros también enseñamos con el ejemplo y eso hace que los demás nos imiten para que sean mejores amigos.
— Qué bien –volvió a decir el maestro–, y no se olviden que siempre hay que ser prudentes, porque si es así verán cómo la amistad hace resplandecer el corazón del hombre cuando lleva como adorno a la prudencia, porque como les digo no todos piensan como ustedes lo hacen y hay que comprenderlos.
Gabriel, entendiendo, dijo:
— Sí, maestro, por eso a veces es mejor callar que seguir hablando porque también nos podemos equivocar.
— Sí, –dijo Matías–, y como todos no pensamos igual, mejor es comprender.
El maestro, al escucharlos, les dijo:
— Así es, y si no fuese así, la amistad no podría ir muy lejos si no estamos dispuestos a escucharnos unos a otros, para entender aún más sobre nuestros propios defectos. Por eso hay que valorar al amigo, ya que cuando camina a nuestro lado nos sentimos seguros y felices, cuando nos entristecemos nos consuela con su amor y si sentimos ira por algún motivo nos calma con su comprensión. Y como cubre nuestras necesidades y nos protege del peligro, debemos considerarlo como fuente de sabiduría y verlo como un gran tesoro.
— Así es, maestro –dijeron todos al unísono.
El maestro prosiguió:
— Y cuando alguien les hable sobre la amistad díganles que para ustedes es lo más grande y bello que existe en el universo. ¿Y saben por qué? Porque en el verdadero amigo no habita la sombra, su alegría es como el canto del ruiseñor y su ánimo no varía, por eso se le ve sonreír todo el tiempo aunque sólo entristezca con el dolor ajeno.
Mientras hablaban, sonó la campana del colegio, los alumnos que conversaban tan entretenidamente con su maestro tuvieron que despedirse, pero antes le dijeron:
— ¿Sabe?, siempre es agradable conversar con usted, maestro.
— Gracias –les dijo él–, y lo que más me alegra es el interés que muestran para aprender sobre estas cosas.
Y se retiraron.
Transcurrieron unos días, y Eduardo, uno de los alumnos que cursaba ya la secundaria, le dijo a su compañero de aula llamado Carlos:
— Carlos, quisiera contarte algo que me ha producido lástima.
— ¿Sí? ¿Qué es? –le preguntó.
— Bueno, te contaré, –le dijo Eduardo–. El día de ayer escuché a un grupo de jóvenes, que eran más o menos de la edad de nosotros, hablar de satisfacciones absurdas. Ellos conversaban en el jardín donde yo suelo ir a pasear frecuentemente. Y decían: a mí las personas no me dan alegría ni satisfacciones. ¿Por qué tenemos que pensar en ellas? Mejor pensemos en nuestras cosas materiales que nos fascinan tanto.
— ¿Eso escuchaste? –le dijo Carlos–, porque las cosas son sólo cosas inertes que no llevan vida como las personas.
— Claro –le contestó Eduardo–, y en ellas uno puede encontrar muchas cosas hermosas.
Un maestro que caminaba al paso, al escucharlos con mucha satisfacción por lo que hablaban, les dijo:
— Así es, y las personas tienen que sentir que ocupan una parte importante en nuestro corazón. Bueno, los dejo para que sigan conversando.
— No, maestro, quédese con nosotros, siempre es muy interesante conversar con nuestros maestros, sobre todo, porque nos enseñan también a través de sus propias experiencias.
El maestro, entonces, al ver el gran interés que le demostraban los alumnos, les dijo:
— ¿Saben, muchachos? Los que brindamos amistad estamos capacitados para dar sin esperar nada a cambio, y nos llena de felicidad el poder abrirnos como si fuéramos un buen libro que se abre sólo para ilustrarnos. Porque en la historia de cada hermano siempre hay algo bueno que contar y también algo triste que compartir para sacar de ello una enseñanza.
Eduardo, le dijo:
— Y que pena da encontrar algunos muchachos tan incapacitados de poder abrirse y expresar sus sentimientos.
Carlos añadió:
— Sí, y cuando esto sucede los acompaño y trato de ayudarlos como lo haría un amigo que acompaña no sólo en las alegrías sino también en las desdichas.
— Es muy bueno que razonen de esta forma –dijo el maestro–, porque si así pensaran todas las personas la amistad sería el gran motivo para transformar al mundo en un verdadero paraíso, y esto sería algo muy grande como es el mundo si lo apreciáramos en su creación divina, y quienes vean la amistad de esta manera, entonces, la apreciarán como una puerta que se abre sólo para dar amor y colmar de dicha nuestros vacíos, ya que en ella habitan los más nobles sentimientos. Por eso ustedes nunca dejen de ser como son, porque los seres que se pierden encerrándose inútilmente en la oscuridad de sus propias miserias, jamás podrán ver la luz que lleva la amistad cuando se le conoce.
— Así es, maestro, gracias a Dios que nosotros no somos así.
— Lo sé –les dijo el maestro–, y sigan creciendo en el amor de Dios, porque Él es el modelo perfecto y la mayor fuente de seguridad si queremos amar como lo hace la verdadera amistad, que nos convierte en antorchas encendidas para que veamos el camino que nos conduce a la felicidad auténtica, donde sólo vive el amor permanente y profundo.
Y mientras el maestro les iba hablando, notaron que otros alumnos más se habían integrado al grupo mostrando el mismo entusiasmo que los demás. Entonces, el maestro, antes de proseguir, creyó conveniente en aprovechar el momento para decirles:
— Mañana, después de la hora de estudio, todos se reunirán en el salón principal, ahí tocaremos otros temas. Por lo pronto les adelanto algo: pensamos hacer otra kermesse con la finalidad de poder reunir fondos para los niños discapacitados, que adolezcan de bajos recursos y no tengan cómo afrontar su situación, y también aprovecho para decirles que como ya se acerca la Navidad, vayan pensando en las canastas navideñas para los niños pobres. Para esto, habrá un taller especial para organizar de la mejor forma estas actividades.
— Claro, maestro –le dijeron todos–, y cuente con nosotros, para eso Dios nos ha dado a todos muchos talentos y hay que saber aprovecharlos también para el beneficio de los demás.
Y el maestro, antes de concluir la conversación, les dijo:
— Excelente, muchachos, sigan así para que más tarde sean como los jóvenes, que creciendo bajo el amparo del amor desinteresado, llegaron a ser grandes hombres y muy buenos amigos.
Y así sucedió tal como lo predijo el maestro.

Fin

jueves, 8 de octubre de 2009

La cabeza y el gorro.

Fábulas infantiles de Miguel Agustín Príncipe. Fábulas con imágenes. Fábulas cortas. Niños.

La cabeza y el gorro

«Calor y abrigo te doy,
Dijo el gorro a la cabeza;
Y nunca de igual fineza
Deudor en nada te soy.»

La cabeza, con desdén,
Contestóle: «Errado vas,
Pues si tú calor me das,
Calor te doy yo también.

Olvidadizo te encuentro:
Mas piensa una vez siquiera,
Que si me abrigas por fuera,
También te abrigo por dentro.».

Muy errado el hombre vive,
Cuando sólo se complace
Pensando en el bien que hace,
Y no en el bien que recibe.