domingo, 28 de febrero de 2010

Paco Peco.

Paco Peco, chico rico,
insultaba como un loco
a su tío Federico;

y éste dijo: Poco a poco,
Paco Peco, poco pico.

Me han dicho que has dicho un dicho
que han dicho que he dicho yo,
el que lo ha dicho, mintió,
y en caso que hubiese dicho
ese dicho que tú has dicho
que han dicho que he dicho yo,
dicho y redicho quedó.
y estaría muy bien dicho,
siempre que yo hubiera dicho
ese dicho que tú has dicho
que han dicho que he dicho yo.


lunes, 22 de febrero de 2010

El viaje de dragoncito.

Poesía infantil. Poesía juvenil. Poemas infantiles.

Dragoncito se despertó,
la caverna estaba fría y solitaria,
y bostezó tres veces:
una para encender la hoguera
en la pira refractaria,
otra para ahuyentar el sueño,
otra para probar su fortaleza.

Rápidamente
consumió su desayuno
de bayas frescas y hierbas aromáticas,
y desplegando el vuelo viajó
por cielos amplios y campiñas fantásticas.

Decidió visitar a sus parientes
de la aldea vecina,
pero al volar por sobre las vertientes
del poderoso río,
escuchó el llanto de los niños
que lloraban de frío.

Generoso,
su calor difundió por cien hogares,
y sofocó más tarde cien incendios
feroces y devastadores,
guardando en su maleta
las temibles hogueras.

Después siguió la costa ribereña
perdiéndose en los vendavales.
sobrevoló ciudades góticas
de inaccesibles torres,
y en un castillo, al borde del acantilado
saludó a una princesa solitaria.

Hambriento y extenuado,
al filo del crepúsculo,
ya no pensaba en visitar a sus parientes
de la aldea vecina.

Dragoncito aterrizó
por fin en la cueva de un amigo,
y al saludarse generaron
un incendio de proporciones gigantescas.

al final acordaron
que nada es más interesante,
que compartir con un amigo
una rica merienda
de bayas frescas y hierbas aromáticas.

Autora: Dora Leonor Ponce

lunes, 15 de febrero de 2010

Bonete un payaso poco felíz.

Escritora Argentina. Cuentos de circo.

Tema del cuento: Valorar lo que uno tiene.

El Circo Estrellado, era un circo con todas las de la ley, o sea hecho y derecho o si prefieren, como Dios manda dirían las abuelas. Iba de pueblo en pueblo llevando diversión y asombro a la gente. Como todo circo, tenía equilibristas, magos, animales que hacían proezas impensadas, mujeres barbudas, un maestro de ceremonias y por supuesto payasos. Peluquín y Bonete, eran payasos que hacían reír mucho a los niños y a los grandes también. Peluquín disfrutaba mucho su trabajo, sin embargo no pasaba lo mismo con su amigo, que nunca estaba conforme con nada.
Bonete no entendía por qué debía tener esa ropa floja, colorinche, con botones grandes, mientras todos los demás vestían mucho mejor que ellos. Los equilibristas y malabaristas tenían brillos y sus ropas estaban confeccionadas con telas finas y bellas. El maestro de ceremonias lucía un saco negro de larga cola y moñito colorado que le quedaba pintado. Sin embargo, él debía andar con zapatones más que grandes y con agujeros que permitían que sus dedos gordos saludaran a la gente.
El mago, como el maestro tenían galera, él en cambio un sobrero del cual colgaba una flor que parecía marchita y encima se le metía en el ojo a cada rato.
A Bonete le molestaba mucho lo que él consideraba –equivocadamente- injustas diferencias.
Siempre creía que lo que tenían los demás era mejor que lo suyo y no vivía feliz.
Protestaba porque a todos los demás artistas del circo, el público los aplaudía sin necesidad de caerse, recibir cachetazos (aunque no fuesen reales) o resbalarse con cáscaras de bananas de utilería.
De nada servía que todos sus compañeros del circo trataran de explicarle cómo eran las cosas. Simplemente Bonete no lo entendía.
– Vos hacés reír a la gente, lo cual no es poco – le decía el mago
– Si pero a vos todos te miran con admiración – contestaba Bonete

Peluquín, por otro lado, disfrutaba mucho de su vocación de payaso. Le parecía que era el mejor de los trabajos. No se quejaba porque su ropa no brillase y porque sus zapatos fuesen ocho números más.
Intentaba convencer a su amigo de lo valioso de la labor que realizaban, divertían a la gente y pocas cosas hay tan importantes como esa- decía siempre Peluquín.
Sin embargo, Bonete no pensaba igual. Miraba siempre a los demás artistas con cierto recelo o tristeza.
Veía que los malabaristas hacían su número con pelotas que brillaban y bolos fluorescentes, mientras que ellos hacían su rutina con pelotas de trapo o a veces ni siquiera eso.
Bonete siempre tenía la mirada en lo ajeno, y todo lo ajeno le parecía mejor que lo suyo, se tratara de ropa, utilería, aplausos, etc.
Un día, más disgustado que nunca con su realidad de payaso, escapó del circo.
Peluquín y todos los demás artistas lo buscaron por todos los lugares posibles, pero no aparecía. Como no podían abandonar a la gente que ya había comprado sus entradas, decidieron que Peluquín lo siguiera buscando y comenzaron a hacer las funciones sin los payasos.
El espectáculo no fue el mismo. Si bien la gente se seguía sorprendiendo con el mago y maravillando con los trapecistas y malabaristas, ya no se reía pues no había payasos que los hicieran reír.
Los animales se esforzaban por hacer aún más increíbles sus proezas para sacarle una sonrisa al público, pero no lo lograban. El maestro de ceremonias improvisó algún que otro chiste, pero no hizo reír ni siquiera a su esposa.
El circo empezó a perder espectadores pues ya se había corrido la voz que los payasos no estaban y, aunque a algunos les cueste creerlo, una de las cosas que más necesitan las personas es reír.
Tal fue la reacción de la gente que el maestro de ceremonias y dueño del circo, suspendió las funciones hasta que volvieran los payasos. No se trataba sólo de perder espectadores, nada era igual sin Peluquín y Bonete. Ni las funciones, ni los momentos que los artistas compartían en sus carromatos.
Peluquín volvió muy triste al circo, sin haber encontrado a su amigo. Mientras tanto, Bonete se había quedado en un pueblito muy alejado de donde estaba el circo. Tampoco allí encontró nada que lo hiciera feliz pues también en ese lugar comparaba todo el tiempo lo que tenían o hacían los demás con lo que tenía o hacía él.
Sin duda Bonete creía que en algún lugar estaba lo que a él lo conformaría, lo que realmente lo haría feliz. Lo que no terminaba de entender el payasito era que sólo dentro de sí encontraría lo que él buscaba.
Siempre vamos a encontrar alguien que tenga algo mejor que nosotros, o que haga mejor las cosas, que sea más lindo o más gordo o tantas otras cosas que serían imposibles de enumerar. Por eso, uno debe buscarse a uno mismo y ser feliz con lo que le ha tocado en suerte. No es que no se pueda mejorar, sino que, más allá de los errores o defectos que se tenga, uno debe amarse, respetarse y valorarse como Dios nos ha creado.
Bonete volvió al circo, tan triste como lo había dejado. Tampoco afuera había encontrado nada que lo conformase y lo dejara contento.
Todos sus amigos lo recibieron con mucha alegría, cosa que al payaso lo sorprendió. Le contaron que habían tenido que suspender las funciones pues la gente ya no iba, que por más esfuerzos que habían hecho, no habían podido hacer reír al público.
Bonete se quedó pensando. Seguía sin entender qué extrañaba la gente: ¿sus ropas colorinches? ¿la flor caída que no le dejaba ver bien? ¿los cachetazos que recibía? No, realmente no entendía.
– ¿Sabés qué ocurre Bonete? Le dijo la mujer barbuda, mientras hacía rulitos con su larga y espesa barba- Al irte te llevaste la risa y la risa era lo más importante que le podíamos ofrecer a la gente.
– Yo puedo hacer el truco más espectacular de todos y seguro la gente quedará boquiabierta, pero no reirá y eso nada puede cambiarlo – intervino el mago.
– Puedo sostener diez bolos apilados en la punta de mi nariz, pero no hago reír a nadie, los payasos están para eso, lástima que no lo hayas podido ver.
Bonete escuchaba atento las palabras de sus amigos, esta vez empezaba a entender.
Por último, le habló el maestro de ceremonias, quien además, era el mayor en edad de todos los artitas.
– Por mirar siempre lo que eran o tenían los demás, perdiste de vista que lo que vos ofrecías era realmente lo más importante. Pensabas más en comparar la ropa que lucían los otros, que en cuanto divertías a la gente. La risa vale mucho más que una flor en un sombrero que se cae y molesta en el ojo.
Por primera vez Bonete entendió y valoró el inmenso don que tenía de hacer reír. Ya no comparó quien tenía más que el otro, ya no le importó si sus zapatones dejaban sus dedos afuera. Ahora miró su interior, quién era verdaderamente y cuánto podía darle a los demás y ¿saben qué? se sintió tan feliz que empezó a reír como nunca y allí, recién allí terminó de entender de qué se trata la vida.

Para pensar:

- ¿Sos feliz con lo que tenés?

- ¿ Sos de pensar que lo que tienen los otros siempre es mejor?

- ¿Tendés a comparar lo que tenés vos con lo que tienen los otros chicos?

- ¿Estás satisfecho con tu manera de ser y con la vida que vivís?

sábado, 6 de febrero de 2010

El tesoro perdido.

Cuentos. Cuentos infantiles. Cuentos de tesoros. Cuentos cortos. Cuentos populares del Tibet

El sol poniente se hundía de los picos helados de las montañas y éstos se tornaban rojos como ascuas. En las azoteas de las casas de Lhasa, los niños hacían volar cometas de brillantes colores sujetas a hilos espolvoreados con el polvo de vidrio. Los niños corrían y brincaban entrelazándose —con las cometas siguiendo sus movimientos—, mientras reían alborotadamente tratando de cortarse mutuamente los hilos de las cometas. Un niño de unos seis años estaba sentado junto a su tío, un monje vestido con hábitos de color marrón. Observaban a la cometa del niño elevarse cada vez más en el cielo. Sostenida por el viento, estaba tan alta, que parecía que no se movía. Sin dejar de mirar a la cometa, el niño dijo:

—Cuéntame un cuento, tío.

El monje sonrió entre dientes.

—Una historia antigua, pues

“Un padre le dijo a su hijo —empezó el monje—: `Voy a morir pronto, hijo mío. Llévate mi oro a tu casa. Es tuyo. Pero recuerda que no has de fiarte de nadie. Ni siquiera de tu esposa´. El padre confiaba en que su hijo, Sonam, tendría presente su consejo y comprendería cómo se estilan las cosas en el mundo.

“Pero Sonam tenía un gran amigo, de nombre Tamchu. De niños habían ido a la escuela juntos, y por las tardes habían jugado al juego del volante con el pie. Tamchu vivía en la aldea próxima con su mujer y sus dos hijos pequeños.

“Un día Sonam decidió salir de peregrinaje al monasterio santo y pensó: `Cuando mi padre estaba vivo, me dijo que no me fiara de nadie´. Pero cuando pensó en su amigo Tamchu, no podía admitir que estas palabras debieran aplicarse también a éste. No a Tamchu. Así pues, llevó sus dos bolsas de pepitas de oro a casa de su amigo y le dijo: `Tamchu, por favor, guárdame el oro mientras esté fuera. Este es el oro que mi padre me dio al morir´.

Tamchu dijo: `Oh, sí, naturalmente. Guardaré tu oro con mucho cuidado, y cuando vuelvas de tu peregrinaje, aquí lo encontrarás. No tienes por qué preocuparte. Somos buenos amigos´.

“Así —continuó el monje—, pasó un año y Sonam volvió de su peregrinaje. Fue a casa de Tamchu y le pidió a su amigo: `¿Puedes devolverme mi oro, Tamchu?´.

`¡Oh, lo siento muchísimo, Sonam!, ¡Qué desgracia, qué desgracia! ¡El oro se ha convertido en arena!´, contestó Tamchu, mirando a su amigo con cara de estar muy asombrado. Pero Sonam, mientras su amigo le contaba este singular acontecimiento, no pareció sorprendido y, después de unos minutos de silencio, dijo: `Está bien, Tamchu, no te preocupes; hiciste todo lo que pudiste para vigilar mi oro´.

“Los dos hombres comieron juntos y pareció como si la pérdida del oro hubiera sido olvidada por completo. Al atardecer, Sonam dijo a su amigo: `Tamchu, me gustaría cuidar de tus hijos durante unos meses, ya que no tengo familia propia. Me gustaría darles buena comida y buena ropa. Serían muy felices en mi casa´.

`¡Muy buena idea, Sonam!´, dijo Tamchu, quien pensó: `Aunque ha perdido todo su oro a mis manos, quiere cuidar de mis hijos. Ciertamente, es muy buena persona´. Y así, añadió: `Desde luego, Sonam. Llévate a mis hijos todo el tiempo que quieras´.

Sonam se llevó a los niños a su casa y los cuidó muy bien. Pero compró dos monos pequeños y les puso los nombres de los niños. Durante los días que siguieron, adiestró a los monos para que cuando él llamase `¡Tendxin, ven aquí!´, el mono mayor corriera hacia él, y que cuando llamase `¡Thupten, ven aquí!´, el mono más joven fuera hacia él. Los monos comprendieron muy bien y aprendieron muy rápido.

Cuando Tamchu fue a ver a sus hijos, Sonam mostró un triste semblante a su amigo: `¡Oh lo siento muchísimo, Tamchu! —dijo— ¡Qué desgracia!, ¡qué desgracia! ¡Tus hijos se han convertido en monos!´.

Tamchu quedó agobiado y llamó a sus hijos por sus nombres. Al instante, aparecieron los dos monitos y corrieron hacia él. Cogieron de la mano a Tamchu y bailaron a su alrededor como si fuesen chiquillos. Tamchu quedó muy apenado y preguntó a su amigo: `Sonam, ¿qué podemos hacer?¿Cómo podemos hacer que estos monos se conviertan de nuevo en mis hijos?´.

Sonam estuvo pensativo unos instantes y luego le dijo a su amigo:

—Eso es fácil, pero para ello necesitamos mucho oro.

—¿Cuánto oro bastaría? —preguntó Tamchu.

—Unas dos bolsas de pepitas de oro, por lo menos.

—Tan pronto como pueda traeré las bolsas de oro —dijo Tamchu, que salió corriendo hacia su casa.

Más tarde, volvió y le dio el oro a su amigo. Sonam lo cogió y le dijo a Tamchu que esperase mientras él subía al piso de arriba. Al cabo de unos momentos, volvió a bajar.

`Ahí tienes, Tamchu. He transformado de nuevo a los monos en seres humanos, en tus hijos´.

Tamchu estuvo encantado de recobrar a sus hijos, pero miró con empacho a Sonam. Pero enseguida, los dos amigos no pudieron romper a reír”.

Al terminar esta historia, el propio monje rompió a reír al ver cómo el hilo de la cometa de su sobrino había sido cortado mientras éste escuchaba el relato. Ambos contemplaron a la cometa flotar sobre el valle de Lhasa y volar hacia los dorados tejados del Potala.

TEN CUIDADO CON LA MIEL QUE SE TE OFRECE SOBRE UN CUCHILLO AFILADO