sábado, 25 de septiembre de 2010

EL AMOR Y LA LOCURA


Cuentan que una vez se reunieron, en un lugar de la tierra, todos los sentimientos y las cualidades de los hombres. Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura – como siempre tan loca - les propuso: “¡Vamos a jugar a las escondidas!”.

La intriga levantó la ceja, intrigada, y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó “¿A las escondidas? ¿Y cómo es eso?”. “Es un juego”, explicó la locura, “en que yo me tapo los ojos y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden. Cuando haya terminado de contar, el primero de ustedes al que encuentre, ocupará mi lugar para continuar el juego”.

El entusiasmo bailó, secundado por la euforia; la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué?, si al final siempre la hallaban. Y la soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo, lo que la molestaba era que la idea no hubiese salido de ella).

Y la cobardía prefirió no arriesgarse.

“Uno, dos, tres...”, comenzó a contar la locura. La primera en esconderse fue la pereza, que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo, y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir hasta la copa del árbol más alto.

La generosidad casi no alcanzaba a esconderse. Cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. ¿Que si un lago cristalino? Ideal para la belleza. ¿Que si la hendidura de un árbol? Perfecta para la timidez. ¿Que si el vuelo de la mariposa? Lo mejor para la voluptuosidad. ¿Que si la ráfaga del viento? Magnífica para la libertad. Así terminó ocultándose tras un rayito de sol. El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio. Ventilado, cómodo... pero sólo para él.

La mentira se escondió en el fondo de los océanos (¡mentira! en realidad se ocultó detrás del arcoiris); y la pasión y el deseo, en el centro de los volcanes. El olvido... se me olvidó dónde se escondió... pero eso no es lo más importante.

Cuando la locura contaba 999,999, el amor aún no había encontrado un sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

“¡Un millón!” – gritó la locura, y comenzó a buscar. Primero encontró a la pereza, a sólo tres pasos de una piedra. Después escuchó a la fe, discutiendo con Dios en el cielo sobre zoología; a la pasión y el deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido, encontró a la envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el triunfo... Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo: él solito salió disparado de su escondite ¡que había resultado ser un nido de avispas!. De tanto caminar, sintió a la sed y, ya cerca del lago, descubrió a la belleza. Y con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca, sin decidir todavía en qué lado esconderse.

Así fue encontrando a todos. Al talento, entre la hierba fresca; a la angustia, en una oscura cueva; a la mentira, detrás del arcoiris... (¡mentira!, si ella estaba en el fondo del océano). Y hasta al olvido... que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas, pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio.

La locura buscó detrás de cada árbol, en cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y, cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal. Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando, de pronto, un doloroso grito se escuchó.

Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, pidió perdón, y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la tierra...
...El amor es ciego y la locura siempre lo acompaña...

viernes, 17 de septiembre de 2010

Pixi el duendecito.

Poesía infantil. Poesía juvenil. Poemas infantiles.



Pixi el duendecito
come caramelos
hechos con el dulce
néctar de las flores.

Duerme en el capullo
que un gentil gusano
tejió con la seda
tibia del verano.

Como todo duende
hace travesuras :
esconde botones
monedas y anillos…

Del dedo de un guante
sombrero de lana,
calzas amarillas
chaleco de pana.

Con verdes hojitas
y pétalos suaves,
confecciona el duende
toda su ropita.

Y sale de noche
a pasear canciones
que guarda en un libro
con letras lunares.

Si no come torta,
Pixi no se duerme;
torta de frutilla
con crema de nieve.

Si no bebe leche,
Pixi no se duerme;
leche de cabritas
libres y felices.

Camina de noche
bajo las estrellas,
con su carretilla
repleta de flores.

Señor de los bosques,
elfo silencioso,
que brillas y corres
por entre los árboles…

Yo quiero alcanzarte,
tocar tu sombrero,
tomarte en mis brazos,
cantarte un coplero.

Y luego llevarte
en tu carretilla,
para que charlemos
de cosas sencillas.

Y a vos te sugiero :
si quieres hallarlo,
búscalo en la tierna
gramilla nocturna,
o bajo un impacto
directo de luna.


Autora: Dora Ponce



viernes, 10 de septiembre de 2010

El puma Yagüá.

Leyendas guaraníes. Leyendas cortas. Cuentos.


Leyenda el puma yagua



Cuenta un relato guaraní, que un cachorro de puma que había quedado huérfano porque unos cazadores aborígenes asesinaron a sus padres; fue criado a escondidas por Luna, la hija del jefe de la tribu Chichiguay. Con el tiempo, este cachorro creció y se convirtió en un majestuoso animal. Ya no era posible ocultarlo y pasó a formar parte de toda la comunidad.


La relación entre el puma y la princesa se fue convirtiendo en algo tan estrecho que, donde iba ella, él la acompañaba y cuidaba de los posibles peligros. Compartían los juegos y descansos. El puma, como excelente cazador, proveía la mayor parte de los alimentos que se consumían en la aldea Chichiguay.


Cuando una tribu vecina y enemiga ancestral, los Queraguay, resolvió atacarlos por sorpresa durante la noche, Luna, al igual que los demás, estaba entregada al descanso pero fue despertada por el felino que emitía enormes y aterradores rugidos.


Para cuando los guerreros Chichiguay tomaron sus armas y se prestaron a dar batalla contra los invasores, el puma, ya había atacado y puesto en fuga a la mayor parte de ellos. El resto, con el temor del ataque producido por ese gran gato, fue tomado prisionero o muerto por los defensores.


Pasado el tiempo, “Yagüá”, como se lo había bautizado, ocupó un lugar preponderante en la aldea. Los niños jugaban con él. Las mujeres podían ir tranquilas al interior de la selva a recoger los frutos que eran parte de su dieta, porque eran custodiados siempre por Yagüá. Ni la poderosa anaconda se animaba a molestar a algún integrante de la comunidad Chichiguay.


Los Queraguay, que habían escapado en esa última batalla, unieron sus fuerzas con sus otros ancestrales enemigos: Los Quitiguay. Estos últimos, aunque siempre fueron neutrales entre las contiendas Chichiguay-Queraguay, formaron parte de esa alianza y atacaron en conjunto a los Chichiguay.


Sabían de antemano que, el arma más poderosa que disponían los Chichiguay era a Yagüá. La estrategia que debían utilizar era fundamentalmente, matar al puma.


Nuevamente, con la traicionera cobertura de las sombras nocturnas, los guerreros Queraguay y sus aliados Quitiguay, atacaron la aldea Chichiguay. Yagüá, como siempre, estaba en una sigilosa vigilancia de la aldea. Los atacantes se dirigieron en dos grupos fuertemente armados. Unos a la choza de la princesa Luna a la que tomaron y quisieron llevarla prisionera, y los otros, formaron una barrera de lanzas y flechas entre Yagüá y la princesita.


El puma atacó valientemente a los secuestradores de su amiga. Destrozó con sus grandes y afiladas garras los cuerpos de sus enemigos. Trituró con sus enormes colmillos muchos cuellos y cabezas.


Pero en el fragor de la lucha, fue lanceado muchas veces por los atacantes. Las flechas colgaban a montones de su esbelto y fornido cuerpo. Los dardos, embebidos en “curaré”, que le fueron arrojados, comenzaban a hacer su efecto. En un final esfuerzo, Yagüá, destrozó al último de los enemigos. La princesa Luna había sido salvada.


Herido y moribundo, se despidió de Luna y de los demás integrantes de la tribu Chichiguay con un enorme rugido. En él, expresaba a todos los integrantes de la selva, tanto humanos como animales que, debían respetar para siempre a la comunidad Chichiguay.


Se dirigió al río acompañado por Luna, se despidió en la orilla de ella y penetró en las aguas.


Dice la leyenda que en honor a tan valeroso Puma, esas transparentes aguas, se convirtieron del color de su majestuosa piel. Hoy el río es “del color del León” conocido como el Río de la Plata. Mirándolo, siempre recordaremos a Yagüá… “el inmortal”.



viernes, 3 de septiembre de 2010

CUENTACUENTOS


Cuenta cuentos es una página donde podemos escuchar algunos de los cuentos clásicos.