viernes, 24 de diciembre de 2010

¿Dónde está la navidad?



Dindón era un duendecito alegre y movedizo que vivía junto a su familia en una gran ciudad habitada sólo por duendes. Siempre estaba contento y hacía reír a los demás, no sólo con sus ocurrencias, sino porque era muy, pero muy distraído. Perdía muchas de sus cosas pues jamás recordaba dónde las había dejado. Todo lo que podía ser olvidado en algún lugar, él lo olvidaba y perdía.
Si iba a la escuela, su mamá salía corriendo tras él para alcanzarle la mochila, si iba a jugar a la pelota, se acordaba al momento de patear que la había dejado en su casa. Nuestro duendecito era famoso en su cuidad por perder las cosas, pero como todos lo sabían, cada cosa que aparecía y no tenía dueño, ya sabían a quién preguntarle.
Dindón amaba la Navidad. La esperaba con ansias y -siempre y cuando no los perdiera- le gustaba mucho leer cuentos y ver películas de Navidad. Sus padres no creían demasiado y por ende no le hablaban de lo que era realmente, por lo que el duendecito creció creyendo que la realidad era lo que le mostraban los libros y las películas. Mientras fue muy chiquito no hubo problemas, pero cuando creció las cosas se complicaron. Desde muy pequeño Dindón creció -como tantos niños escuchando historias de blancas Navidades- donde todos los paisajes se cubrían de nieve, los niños hacían muñecos con bufandas y los arbolitos más que verdes, eran blancos.
En las películas que veía ocurría también lo mismo, Papá Noel, muy abrigado, sobrevolaba con su trineo blancas montañas y sus renos tenían siempre la punta de nariz llena de nieve. En cada cuento, en cada relato y cada película Dindón se acostumbró a ver una Navidad blanca, paisajes con nieve, gente abrigada, árboles plagados de copos y renos con la punta de las narices muy frías. Con el tiempo Dindón creció y ahí empezó la gran confusión. La primera Navidad que Dindón tuvo más conciencia de las cosas, se enfrentó a lo que él creyó era un grave problema.
Esperaba la Navidad con muchas ganas como siempre y también como era costumbre leía y releía los mismos cuentos y veía las mismas películas; las que le habían quedado, pues otras las había perdido. Un día salió a la calle y se dio cuenta que, a pesar de faltar poco para el 25 de diciembre, el calor era realmente agobiante, el sol se había quedado como paradito firme arriba de él y todo brillaba bajo su luz. Nada encontró de blanco en el paisaje que veía, los verdes eran muy verdes, no había renos, sino perros callejeros cuyas narices no estaban para nada congeladas y por más que buscó y buscó no encontró ni un solo muñeco de nieve.
Comenzó a correr desesperado, creyendo que –una vez más- había perdido algo. Los otros duendes que lo vieron pasar corriendo y con carita de preocupado, le preguntaron qué le pasaba– ¿Dónde está? ¿Dónde está? Gritaba Dindón desesperado.– ¿Dónde está qué amiguito? Le preguntaba los vecinos, creyendo que –como era costumbre- había perdido algo.– ¿Dónde está? ¡No la veo, no la veo!– ¿Qué perdiste esta vez Dindón? Se escuchó al unísono– Perdí la Navidad. Se perdió, no está, la debo haber perdido yo. Sollozaba muy triste el duendecito.
Nadie entendía nada. Todos los duendes se miraban entre sí y finalmente miraban al pobre Dindón que no hacía más que llorar sin consuelo. – ¿Cómo se va a perder la Navidad amiguito? ¿Qué estás diciendo? Preguntaban unos.– Con este duendecito nunca se sabe. Decían otros. Vive perdiendo todo, a ver si termina siendo cierto y nos quedamos todos sin Navidad.
Cuando pudo calmarse un poco Dindón les explicó:
– La Navidad es blanca, tiene nieve, renos con la punta de la nariz como helados de agua, muñecos hechos en las plazas con narices de zanahoria, hace frío y los árboles no son verdes, pues están llenos de copos blancos que los cubren. ¡Todo eso se perdió! Volvió a sollozar nuestro amiguito.
Los demás duendes lo miraban creyendo que el pequeño no sabía lo que decía, pero en realidad sí sabía. Nadie le había enseñado lo que era la Navidad realmente y fue creciendo creyendo la realidad salía de un cuento o de una película. – ¡Ya decía yo que este pequeño era un peligro! Miren lo que fue a perder ahora. Intervino un duende gruñón que nada entendía de ilusiones, creencias y Navidades.– ¡Pero qué dice! Le contestó otro, ¿no ve que está confundido?– ¡Es culpable! Decían unos que tampoco creían mucho en nada.– ¡Culpable de qué! Retrucaban otros que no sólo creían, sino que sabían verdaderamente lo que era la Navidad y de qué se trataba.– Creo que acá hay una gran confusión, dijo un duende viejito y muy sabio. Dindón no hay de qué preocuparse. Agregó.– ¡Cómo que no! Lo que veo en nada se parece a cómo yo veo que es la Navidad. ¡Se perdió, se perdió y seguro yo tengo que ver con esto!– Tranquilo amiguito. Aquí no se perdió nada. Lo que ocurre es que creciste sin que nadie te explicara se qué trataba y cómo era. Navidad, es siempre Navidad, haya nieve o sol, calor o frío. No pasa por el paisaje y lo que nos cuentan relatos o películas de otros países.– No entiendo, no entiendo. Decía Dindón agarrándose su gorrito de duende temiendo perderlo.– En Navidad celebramos el nacimiento del niño Jesús, para esta época en algunos lugares hace mucho frío, en otros, como nuestra cuidad, mucho calor. Lo importante es festejar junto a los seres que amamos que Jesús ha nacido y que con él, nacen nuevas esperanzas y una vida nueva para todos.– ¿Y la nieve, y los renos con sus narices congeladas? Preguntó Dindón.– Esa es la forma con la que representan en otros lugares, pero la Navidad es una, está en el corazón de cada uno, en el amor hacia los otros, en compartir con los seres queridos ese momento tan importante. Se trata de estar en familia, con calor o frío, con lluvia o sol.

Dindón miraba al duende viejo tratando de entender lo que nunca nadie le había explicado correctamente.
– Te repito amiguito, la Navidad no depende de lo que veas a tu alrededor, cada 25 de diciembre se produce el mismo milagro, la Navidad vuelve a nacer y lo hace en el corazón de cada uno de nosotros, los que creemos en ella.– ¡Ahora sí entiendo! Entonces no se perdió, yo no hice nada, no importa que nuestro paisaje no sea el que siempre vistió la Navidad para mis ojitos.– Eso es, no busques afuera lo que está dentro tuyo, creo que sería bueno que hables con tu familia sobre esto ¿no te parece?– ¡Gracias, muchas gracias amigo! Grito el duendecito y salió corriendo muy contento a su casa.
Por primera vez y gracias a la confusión de Dindón, su padres se pusieron a pensar que jamás le habían enseñado a su hijo de qué se trataba realmente la Navidad. Fue hermoso descubrirlo juntos, en familia.
Así fue que Dindón y sus papás también, aprendieron realmente que el milagro de la Navidad no vive en un copo de nieve, ni en un paisaje blanco. Es un milagro que año a año se renueva en el corazón de cada duende o persona que cree.
De todos modos y por las dudas, cada diciembre Dindón les recordaba a su familia y todos los que lo quisieran escuchar de qué se trataba la Navidad, no fuera cosa que el verdadero espíritu navideño volviera a perderse.
Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial. Expte. 713.594


Escuche ¿Dónde está la navidad?.

viernes, 17 de diciembre de 2010

La mano derecha y la izquierda.

Fábulas infantiles de Miguel Agustín Príncipe. Fábulas con imágenes. Fábulas cortas. Niños.


La mano derecha y la izquierda


Aunque la gente se aturda,
Diré, sin citar la fecha,
Lo que la Mano Derecha
Le dijo un día a la Zurda.


Y por si alguno creyó
Que no hay Derecha con labia,
Diré también lo que sabia
La Zurda le contestó.


Es, pues, el caso que un día,
Viéndose la Mano Diestra
En todo lista y maestra,
A la Izquierda reprendía.


-Veo, exclamó con ahínco,
Que nunca vales dos bledos,
Pues teniendo cinco dedos,
Siempre eres torpe en los cinco.


Nunca puedo conseguir
Verte coser ni bordar:
¡Tú una aguja manejar!
Lo mismito que escribir.


Eres lerda, y no me gruñas,
Pues no puedes, aunque quieras,
Ni aun manejar las tijeras
Para cortarme las uñas.


Yo en tanto las corto a ti,
Y tú en ello te complaces,
Pues todo lo que no haces
Carga siempre sobre mí.


¿Dirásme, por Belcebú,
En qué demonios consista
El que, siendo yo tan lista,
Seas torpe siempre tú?


-Mi aptitud, dijo la Izquierda,
Siempre a la tuya ha igualado;
Pero a ti te han educado,
Y a mí me han criado lerda.


¿De qué me sirve tener
Aptitud para mi oficio,
Si no tengo el ejercicio
Que la hace desenvolver?


La Izquierda tuvo razón,
Porque, lectores, no es cuento:
¿De qué os servirá el talento,
Si os falta la educación?



lunes, 6 de diciembre de 2010

UN LIBRO ESCRITO CON EL ESFUERZO DE TODOS.



Al amanecer, caminito adelante, por la calle, Paco correteaba alegremente.
Jugaba con cualquier cosa que llegaba a sus pies. De pronto se detuvo y miró como su vecino, el librero, hacia limpieza en su librería. Rápidamente comenzó a curiosear a su alrededor, deteniéndose en un cajón lleno de libros, y preguntó a su vecino, que se encontraba muy atareado:
– ¡Señor Alfonso!. ¿Puedo echarle un vistazo a este cajón?.
– ¡Si, claro!. Además si, quieres, me puedes ayudar a limpiarles el polvo y cuando termines, eliges uno y te lo llevas a casa -contestó el librero.
– ¡ Pues si, es una buena idea!. Replicó Paco.
Apresuradamente cogió una bayeta, que le ofreció el librero y comenzó a limpiar todos los libros. Pero al cabo de un rato, Paco se sintió cansado y olvidó de limpiar uno de ellos, que se encontraba en lo más profundo del cajón.
De pronto escuchó una voz:
– ¡Eh¡, ¿A mi no me limpias?
– ¿Quién me habla?
– !Soy yo!.
El niño miró a su alrededor, buscando ansiosamente de donde procedía la voz, pero no vio a nadie.
– ¡Quien quiera que sea, que salga!.Vociferó Paco con voz temblorosa.
– ¡ No puedo salir si no me ayudas !
– Pero,¿dónde estás?
– ¡Mira, estoy en el fondo del cajón!.
El niño buscó curiosamente dentro del cajón y encontró un libro polvoriento, y sorprendido preguntó:
– ¿Acaso… eres tú el que me hablas?
– -Si, soy yo. Sorprendido ¿no?
– Claro, si yo dijese a alguien que' un libro me habla crees, ¿tu que se lo creerían?
– -Pero, yo no soy un libro corno los demás.
– !Ah! ¿nooo?. Entonces… ¿quién eres?, porque yo solo veo un libro.
– Si, soy un libro, pero escrito con el esfuerzo de muchas personas.
– Bueno,; pero al fin y al cabo, eres solo un libro, con una bandera y un escudo muy bonito en la portada. Pero todavía no sé, ¿por qué siendo un libro me puedes hablar?.
– Yo siempre hablo al que me quiere escuchar.
– Pero, dime de una vez, ¿quién eres?.
– Soy la "CONSTITUCIÓN”.
– La ¿Constitución?, ¿Y eso qué es?.
– ¡ Anda siéntate! que te voy a contar mi historia. Hace algunos años, unas personas se reunieron…
– ¿Y quiénes eran esas personas? - Interrumpió Paco.
– Esas personas, eran como los capitanes de equipo de tu clase.
– ¡Ah! sí. Venga, sigue contándola. -dijo Paco.
– ...Y estuvieron muchos días hablando, sobre lo que era mejor para todos. Cuando decían algo que era bueno, y a todos les gustaban, votaban.
– ¿Votaban?. ¿Cómo votaban, como las pelotas dando saltos? - dijo el niño riéndose.
– ¡No, así no!. Votar quiere decir, que puedes elegir si algo te gusta o no. Igual que cuando tu profesor pregunta: ¿a quién le gusta jugar al fútbol?. Y levantáis la mano, pues es lo mismo. Y después de llegar a un acuerdo lo escribían. Así lo
fueron haciendo un día y otro. Cuando por fin, terminaron el 6 de diciembre de 1978, lo pasaron a los libros creándome así. - señalándose el libro.
– Y cuando terminaron, ¿qué pasó? -pregunto el niño.
– Pues lo mismo, que en tu clase tenéis que cumplir unas normas, para que podáis estar mejor en ellas…
– Si, la de respetar el turno de hablar, no dar voces, respetar a los compañeros...
– Todas las personas, para poder vivir mejor, deben cumplir las normas que tengo escritas entre mis páginas - continuó hablando el libro.
Paco, a medida que el lizo seguía explicando su historia, se sentía más atraído por lo que decía, y no cesaba de preguntar:
– Además de que las personas cumplan las normas, ¿tu puedes ayudarlas, cuando tengan problemas?.
– ¡Claro también. Solo tienen que buscar entre mis páginas lo que necesiten.
– ¿Nada más?.
– ¡Bueno, así de fácil, tampoco es!. Al igual que tu ,cuando tienes un problema y buscas a alguien para que te ayude, también existen personas que su trabajo consiste en ayudar a las personas que lo necesitan.
El niño, por un momento se quedó pensativo, y luego respondió:
– ¡Sabes lo que te digo Constitución, que te elijo para llevarte a mi casa!.
– ¡ Me parece estupendo!. Verás cuando me conozcas mejor como seremos grandes amigos - respondió el libro.
Paco se despidió del librero, que seguía muy atareado en la limpieza de su librería, y dirigiéndose al libro le dijo:
– ¡Vámonos!, le diré a mi papá que hable contigo, como yo he hablado, porque como hoy es fiesta, no trabaja. ¡Claro si es 6 de diciembre!.



Autores: Rafi y Rafa
Imagen: focaclipart
Adaptación: actiludis.com