miércoles, 28 de marzo de 2012

Un cuento de princesas

Encontrado en el blog "Cuento a la vista"

Texto de María Bautista
Ilustración de Raquel Blázquez

Érase una vez una princesa de cabello alborotado y mejillas sonrosadas que vivía en un castillo, en un reino, muy muy lejos de aquí. Su padre era un gran rey tan poderoso que por poseer, poseía hasta los amaneceres del cielo. Su madre era una gran reina tan sabia e inteligente que por saber, sabía hasta los idiomas que hablaban en la otra punta de su reino.

La princesa era heredera de los amaneceres del padre y del saber de su madre, la única heredera. Por eso sus padres cuidaban mucho de ella y no la dejaban hacer nada. Y la princesa que lo tenía todo, un castillo y un jardín, un ejército que cuidaba de ella, una cocinera que le preparaba todo lo que le apetecía y una sala llena de juguetes, aun así no era feliz.

Se pasaba el día suspirando y soñando con ser cualquier cosa menos una princesa. Para olvidar lo aburrida, triste y solitaria que era la vida de una princesa, la pequeña se subía al piso más alto de la torre más alta del castillo. Ahí estaba la biblioteca con libros grandes y libros pequeños, libros gordos y libros finos, viejos y nuevos, interesantes y aburridos, divertidos y serios, alegres y tristes.

Y ahí se pasaba la princesa todo el día leyendo, sin parar de suspirar:

- Pero, princesa…¿por qué suspiráis tanto? Todos sus súbditos se arrodillan cuando la ven y le besan la mano – preguntaba siempre su dama de compañía.
- Me besan la mano y me preguntan qué tal estoy, pero ¿acaso se quedan a esperar la respuesta? Me besan la mano pero no se preocupan por mí. No saben si estoy triste, o si estoy alegre y les da igual.
- Pero, princesa, ¿qué me dice de los príncipes del resto de reinos? Todos se mueren por pedir su mano, por batirse en duelo con dragones para defenderla y por regalarle joyas.
- Piden mi mano porque quieren mi reino, no porque me quieran a mí. Si me quisieran, no me regalarían joyas que nunca me pongo, ni matarían dragones de los que no necesito defenderme porque son mis amigos.

Y una tras otra, todas las razones que la dama de compañía le iba dando, la princesa las iba rechazando. Nadie le haría cambiar de opinión: ser princesa era lo más aburrido del mundo. Era infinitamente mejor ser arqueóloga en busca de tesoros antiguos, o bióloga en medio de la selva, o periodista a la caza de noticias, o ingeniera construyendo puentes por todos los confines del mundo.

Y es que lo que quería la princesa era viajar, viajar y viajar: conocer algo más que los confines de su reino. Y que la quisieran por lo que era en verdad, una simple chica de cabello alborotado y mejillas sonrojadas a la que le gustaba leer y soñar despierta.

Pero mientras aquello no ocurría, la princesa viajaba a través de los libros. Los que más le gustaban, claro está, eran los libros de aventuras y de viajes a islas de gigantes y diminutos, de tierras encantadas y bosques mágicos.

Los que menos le gustaban, claro está, eran los libros de príncipes y princesas.

- ¿Quién ha escrito semejante desfachatez? Seguro que quien lo hizo, ni fue princesa nunca, ni conoció a ninguna princesa de verdad…

Tan enfadada estaba con aquellos libros que decidió escribir su propia versión de la vida de las princesas. Pero lo de escribir no se le daba muy bien y por más que lo intentó y lo intentó no consiguió avanzar en su proyecto. Así que buscó a alguien por internet que pudiera hacerlo por ella.

Y encontró Cuento a la vista.

- Encima con ilustraciones…¡Esto va a ser el no va más! – exclamó feliz la princesa.

Y ahí que nos fuimos nosotras con nuestro cuaderno en blanco para anotar todo lo que la princesa quería contarnos. Tardamos tres días y tres noches en llegar a su castillo, pero mereció la pena. Aquel lugar era el más bello que habíamos visitado nunca, sin embargo la princesa se había cansado de verlo. Quería conocer las ciudades grises y ruidosas de las que veníamos nosotras y estaba harta de ser una princesa.

Así que además de escribir este cuento sobre lo aburrido que es ser una princesa, también nos la trajimos con nosotras. Vino escondida en mi maleta: ¡menos mal que la princesa era pequeña! Pero aun así…¡hay que ver cómo pesaba!

Ahora la princesa vive en mi casa y ya no suspira. Le gusta salir a pasear por las mañanas, montar en metro por las tardes y observar a la gente que vuelve a casa del trabajo. Le gusta jugar con los niños en el parque y subirse a los columpios: adelante, atrás, adelante, atrás y que el viento le alborote todavía más su ya alborotado cabello.

La princesa, además, está aprendiendo a cocinar y a veces, cuando llego a casa, me tiene la cena hecha. No le sale muy bien, pero ella lo intenta y lo intenta, así que yo no le digo nada y me lo como todo y ella se pone contenta.

La princesa está buscando un nombre y no se decide, así que nosotras la llamamos Febrero, porque ese fue el mes en el que llegó a la ciudad.

Febrero tiene muchos planes para marzo. Quiere ir a la universidad, hacerse exploradora, viajar por todos los mares del planeta, ser feliz.

Aunque, colorín colorado, yo creo que esto último ya lo ha logrado.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Padre e hijo


Un hombre vino a casa tarde del trabajo, cansado e irritado, y encontró a su hijo de 5 años esperando en la puerta.

- "¿Papá, puedo hacerte una pregunta?"

- "Sí... ¿cuál es?" contestó el hombre.

- "¿Papá, cuánto ganas en una hora?"

- "Eso no es asunto tuyo. ¿Por qué preguntas eso?", dijo el hombre enojado.

- "Sólo quiero saberlo. Por favor, dime, ¿cuánto ganas en una hora?", repitió el pequeño.

- "Si quieres saberlo, en una hora gano 20 euros."

- "¡Oh!", contestó el pequeño, cabizbajo. Volviendo a mirarlo, dijo:

– "Papá, puedo pedirte prestados 10 euros?"

El padre se puso furioso:

- "Si la única razón por la que me has preguntado eso es para poder pedirme prestado dinero para comprar un juguete tonto o alguna otra cosa sin sentido, entonces vete directamente a tu cuarto y acuéstate. Piensa sobre por qué estás siendo tan egoísta. Yo trabajo muy duro muchas horas todos los días, y no tengo tiempo para estas tonterías infantiles."

El chico fue calladamente a su cuarto y cerró la puerta. El hombre se sentó y empezó a ponerse aún más enfadado pensando en la pregunta del muchacho.

- "¿Cómo se atreve a preguntar cosas así sólo para conseguir algún dinero?"

Después de aproximadamente una hora o así, el hombre se había tranquilizado, y empezó a pensar que quizás había sido un poco duro con su hijo. Quizás había algo que realmente necesitara comprar con los 10 euros, y realmente no pedía dinero muy a menudo. El hombre fue a la puerta del cuarto del muchacho y abrió la puerta.

- "¿Estás dormido, hijo?", preguntó.

- "No papá, estoy despierto", contestó al muchacho.

- "He estado pensando, quizá haya sido demasiado duro contigo antes", dijo el hombre. "Ha sido un día largo y he pagado mi agresividad contigo. Aquí están los 10 euros que me pediste."

El pequeño se sentó y sonrió.

- "¡Oh, gracias papá!", gritó.

Entonces, buscando bajo su almohada, sacó algunos billetes arrugados. El hombre, viendo que el muchacho ya tenía dinero, empezó a ponerse enfadado de nuevo.

El pequeño contó despacio su dinero, entonces miró a su padre.

- "¿Por qué pides más dinero si ya tienes?", refunfuñó el padre.

- "Porque no tenía bastante, pero ahora sí", contestó.

- "Papá, ahora ya tengo 20 euros... ¿puedo comprar una hora de tu tiempo?. Por favor ven a casa temprano mañana. Me gustaría cenar contigo."

miércoles, 14 de marzo de 2012

Los vientos del viento

Encontrado en el blog "Cuento a la vista"




Texto de María Bautista
Ilustración de Raquel Blázquez

Estíbaliz observó detenidamente el palacio del rey del viento y se maravilló de la belleza de sus formas, de la transparencia y delicadeza de sus paredes, de las increíbles vistas que se podían contemplar desde las ventanas redondeadas.

Luego miró todos aquellos objetos y comprendió que, de no haberse aferrado a su paraguas rojo, este sería ahora parte de aquella extraña colección.


¿Para que querría el rey del viento todas aquellas cosas? ¿y cómo era posible que aún teniéndolas tuviera aquella cara tan triste?

Como si hubiera leído sus pensamientos, el rey comenzó a hablar.

- La felicidad, querida amiga, no consiste en cuántas cosas tengamos, si no en con quién compartamos todas ellas. Yo no robé los sombreros ni los pañuelos para estar más elegante, ni me llevé las muñecas y los balones para jugar con ellos, ni arrastré a esta vaca a mi palacio para beber deliciosa leche. Todo esto lo traje para compartirlo con alguien especial. Pero mírame. Aquí estoy. Solo.

Estíbaliz se olvidó por un momento de su enfado y de su paraguas. Se olvidó de que aquel estrafalario rey la había arrancado del suelo y había tratado de robarle el maravilloso regalo de su hermana y tuvo ganas de abrazarle. De decirle que no se sintiera solo que ahora ella estaba en el palacio y que podrían jugar con los balones, ordeñar la vaca o vestirse con los fulares. Pero una vez más no hizo falta hablar.

- Pero ahora que estás aquí ya me siento menos solo – y al decirlo, su sonrisa, por un momento, dejó de ser la más triste del mundo. Luego, bajó la mirada avergonzado.- Siento haberte traído de una manera tan brusca, esa no es forma de tratar a una invitada, pero mis vientos a veces son así, un poco desapacibles e impulsivos.
- ¿Tus vientos? Es que acaso hay más de uno…
- ¿Estás de broma? ¿Qué clase de rey del viento sería si solo hubiera un viento sobre el que reinar? Hay muchos y muy distintos ¿Quieres conocerlos?

Y sin dejar tiempo a Estíbaliz para responder, aquel hombrecillo de rizos alborotados envolvió a la niña, y a su paraguas rojo, en su túnica plateada y ambos comenzaron a girar y a girar y a girar…

Cuando dejaron de dar vueltas, Estíbaliz contempló asombrada como la estancia real se había convertido en un pasillo larguísimo lleno de puertas (redondeadas) con extraños nombres escritos en letras doradas.
- Tra-mon-ta-na, Le-van-te, Le-be-che, Si-ro-co… -fue leyendo con dificultad Estíbaliz. - ¡Qué nombres tan raros!
- ¿Quieres saber qué viento te trajo hasta aquí?

Estíbaliz afirmó con la cabeza y el rey del viento la llevó hasta una de las esquinas de aquel largísimo pasillo.

- Es este. Si abres su puerta podrás saludarle. Te prometo que esta vez no te arrastrará por el cielo.
- ¿Ni tratará de quitarme el paraguas?
- Ni tratará de quitarte el paraguas, confía en mí.

La niña contó hasta tres y con todas sus fuerzas tiró del manillar de aquella puerta…

martes, 6 de marzo de 2012

Las mejores semillas


Un empresario agricultor, de poco estudio, participaba todos los años en la principal feria de agricultura de su ciudad. Lo más extraordinario es que él siempre ganaba año tras año, el trofeo: maíz del año. Entraba con su maíz en la feria y salía con la faja azul recubriendo su pecho. Su maíz era cada vez mejor.

En una ocasión de esas, un reportero de televisión abordó al agricultor después de la tradicional colocación de la faja de campeón. Él quedó muy intrigado con la revelación del agricultor, de como acostumbraba a cultivar su calificado y valioso producto. El reportero descubrió que el agricultor compartía buena parte de las mejores semillas de su plantación de maíz con sus vecinos.

- "¿Cómo puede usted compartir sus mejores semillas con sus vecinos, cuando ellos están compitiendo directamente con usted?"

El agricultor respondió:

- "¿Usted no sabe? ¡Es simple!. El viento recoge el polen del maíz maduro y lo lleva de campo en campo. Si mis vecinos cultivaran maíz inferior al mío, la polinización degradaría continuamente la calidad de mi maíz. Si yo quiero cultivar maíz bueno, tengo que ayudarlos a cultivar el mejor maíz, cediendo a ellos las mejores semillas."