sábado, 28 de julio de 2012

El paraguas de Estíbaliz

Encontrado en el blog "Cuento a la vista"

Texto de María Bautista
Ilustración de Raquel Blázquez

De todos los regalos que Estíbaliz había recibido por su cumpleaños, el que más le había gustado era el de su hermana mayor. Era un paraguas.

- ¡Vaya tontería, un paraguas! - Le habían dicho sus amigas.

Pero para Estíbaliz aquel paraguas era especial. Primero porque era el primer regalo que le había hecho su hermana nunca. Cierto que le había regalado muchos libros antiguos que ella ya no leía, y que le había legado ropa y muñecos y hasta otro paraguas amarillo con globos que había usado durante todo el invierno pasado. Pero aquello no eran regalos como tal, sino préstamos, herencias, cosas, que en cierta manera, no le pertenecían del todo. Pero aquel paraguas era el primer regalo de verdad, suyo propio y de nadie más, que había recibido de su hermana.


Además, aquel no era un paraguas infantil, no. Estíbaliz acababa de cumplir 9 años y era una edad importante: la última de una sola cifra. Así que aquel paraguas era de persona mayor, de esos que terminaban en punta y que los adultos te clavaban en los autobuses cuando querían pasar hasta el final. Además, era precioso, tan rojo y brillante, con aquel mango azul con forma de espiral. Estíbaliz estaba impaciente por estrenarlo. Pero aunque el otoño estaba a punto de llegar, el tiempo era tan cálido y seco como el peor día de verano.

- Mamá, ¿no puedo sacarlo aunque sea de sombrilla? – rogó Estíbaliz aquel lunes antes de ir al colegio.

Pero Mamá era difícil de convencer. ¿Qué iba a hacer la niña por la calle con un paraguas un día tan soleado?

- A ver – refunfuñaba enfadada Estíbaliz - ¿quién ha dicho que los paraguas solo sean para la lluvia?
- Pues la propia palabra, hija. Para aguas, no para sol, ni viento, ni nada. Solo agua.

Estíbaliz tuvo que reconocer que aquel era un razonamiento muy acertado. Así que no le quedó otro remedio que marcharse a clase sin su maravilloso paraguas.

Por suerte, un par de días después el tiempo cambió. El cielo se llenó de nubes grises y había tanta oscuridad que en vez de mañana, parecía tarde.

- ¿Lloverá hoy? ¿Lloverá, Mamá? ¿Puedo estrenar el paraguas?

No hizo falta seguir insistiendo. Antes de que Mamá contestara, había comenzado a caer un impresionante chaparrón. Así que Estíbaliz engulló lo más rápido posible su desayuno y salió a la calle dispuesta a estrenar su maravilloso paraguas. Pero en el cielo, el viento también se fijó en aquel paraguas y quiso tenerlo en su colección de objetos.

Tenéis que saber a qué me refiero. ¿Nunca os ha robado nada el viento? ¿No? Pues sois muy afortunados. Aunque seguro que alguna vez habéis visto como se llevaba más de un globo, o un pañuelo, o un sombrero, o papeles llenos de palabras bonitas. Al viento le encanta coleccionar cosas aunque para ello tenga que llevárselas sin pedir permiso a sus dueños.

Por eso cuando vio salir a Estíbaliz con aquel paraguas tan bonito, hizo todo lo posible por llevárselo. Tan fuerte sopló y sopló, que la pobre Estíbaliz apenas podía abrirlo.

- ¿Será posible? – exclamó enfadada, mientras se iba mojando inevitablemente.

Pero tanto se empeñó que al final lo consiguió. Su paraguas rojo era un punto de luz en aquella mañana tan oscura, lo que aumentaron los deseos del viento de quedárselo. Así que comenzó a soplar más y más fuerte. Estíbaliz sintió cómo se le enredaba en el pelo, cómo intentaba colarse por debajo de su vestido y lo que era peor de todo: cómo trataba de arrancarle el paraguas de las manos.

- Eso sí que no, viento. Alborótame el pelo y levántame la falda, pero el paraguas es mío y no te lo vas a llevar…

Pero Estíbaliz no conocía lo insistente que podía ser el viento cuando deseaba algo. Claro que el viento, tampoco sabía lo cabezota que podía ser ella. De esta forma, viento y niña se enzarzaron en una pequeña batalla en la que el paraguas era el que tenía todas las que perder.

- Deja de tirar – gritó cada vez más furiosa Estíbaliz – si seguimos así solo conseguiremos romperlo.

Pues déjame que me lo lleve, escuchó la niña susurrar a ese viento caprichoso entre las hojas de los árboles.

- De eso, ni hablar. Si quieres llevarte el paraguas, tendrás que llevarme también a mí – le desafío Estíbaliz.

Dicho y hecho. Nada más pronunciar aquellas palabras, Estíbaliz sintió como sus piernas se levantaban del suelo.

- Ante todo, no sueltes nunca el paraguas – se dijo asustada.

Y arrastrados por el viento, paraguas y niña desaparecieron entre las nubes grises…

sábado, 21 de julio de 2012

EL NIÑO Y EL CACHORRO



El dueño de una tienda de animales estaba colocando un anuncio en la puerta que decía: "Cachorritos en venta". Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, que suelen estar locos por tener un perrito pequeño en casa. No había acabado de poner el cartel en la puerta de la tienda cuando apareció un niñito preguntando...
- ¿Cuál es el precio de los perritos?"- preguntó el niño.
El dueño contestó: - Entre 30 y 50 Euros.
El niñito metió la mano en su bolsillo y saco unas monedas:
- Solo tengo 2 euros y medio, ¿puedo ver los cachorros?.....
El hombre sonrió y silbó.
De la trastienda salió una perra seguida por cinco perritos. Uno de los perritos no podía seguir a los demás. El niñito inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba. ¿Que le pasa a ese perrito? preguntó.
El hombre le explicó que el perrito nació con una cadera defectuosa y que siempre cojearía.
El niñito se emocionó y exclamó:
-¡Ese es el perrito que yo quiero comprar.
Y el hombre replicó:
- No, si tu realmente lo quieres, yo te lo regalo.
El niñito se disgustó, y mirando a los ojos del hombre le dijo:
- No, yo no quiero que usted me lo regale. El vale tanto como los otros perritos y yo le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis 2.50 euros ahora y 50 céntimos cada mes hasta que lo haya pagado completo.
El hombre contestó:
- No deberías comprarlo. El nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos.
El niñito se agachó y levantó su pantalón para mostrar su pierna izquierda, inutilizada, soportada por un gran aparato de metal.
Miró de nuevo al hombre y le dijo:
- Bueno, yo tampoco puedo correr y el perrito necesita a alguien que lo entienda.
Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas... Sonrió y dijo:
- Hijo, solo espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú.
En la vida no importa quien eres, sino que alguien te aprecie por lo que eres, y te acepte y te ame incondicionalmente.

sábado, 14 de julio de 2012

CIERRA LOS OÍDOS



 Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro. Caminaban al lado del jumento cuando atravesaban un pueblo. Un grupo de niños se rió de ellos gritando:
-¡Mirad qué par de tontos! De manera que tienen un burro y van los dos andando. Por lo menos el viejo podria subirse a él.
Entonces el anciano se subió al burro y ambos siguieron la marcha. Al pasar otro pueblo, algunas personas se indignaron al ver al viejo sobre el burro y dijeron:
-Parece mentira. El viejo cómodamente sentado en el burro y el pobre niño caminando.
Viejo y niño intercambiaron sus puestos. Al llegar a la siguiente aldea, la gente comentó:
- ¡Esto sí que es intolerable! El muchacho sentado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado.
Puestas así las cosas, el viejo y el niño se subieron al burro. Poco después venían un grupo de campesinos por el camino. Les vieron y les dijeron:
-¡Es vergonzoso lo que hacéis! Vais a reventar al pobre animal.
El viejo y el niño tomaron la determinación de cargar al burro sobre sus hombros, pero entonces la gente se mofó de ellos diciéndoles:
-Nunca vimos una gente tan boba. Tienen un burro y en lugar de montarlo, lo llevan a cuestas.
De repente el burro se revolvió con fuerza y se desplomó a un barranco, hallando la muerte. El viejo, súbitamente, instruyó al muchacho:
-Querido mío, si escuchas las opiniones de los demás y les haces caso, acabarás más muerto que este burro. ¿Sabes lo que te digo? Cierra tus oídos a la opinión ajena. Que lo que los demás dicen te sea indiferente. Escucha únicamente la voz de tu corazón.

sábado, 7 de julio de 2012

EL ROBLE




Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.
Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste.
El pobre tenía un problema: 'No sabía quién era.'
Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. '¿Ves que fácil es?'
No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas y '¿Ves que bellas son?'
Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: -No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución:
'No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas... Sé tu mismo, conócete... y para lograrlo, escucha tu voz interior.'

Y dicho esto, el búho desapareció.

¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? Se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió...
Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:
Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje...
Tienes una misión 'Cúmplela'.
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado.
Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos.
Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

El palacio del rey del viento

Encontrado en el blog "Cuento a la vista"


Texto de María Bautista
Ilustración de Raquel Blázquez

¿Habéis visto alguna vez un lugar donde nada, absolutamente nada, es recto? La extraña estancia a la que llegó Estíbaliz con su paraguas después de subir por las escaleras transparentes era exactamente así: redondeada. Redondeada y vacía, porque allí, a excepción de una larga pared azul oscura (y redondeada) con ventanas de color azul claro (y redondeadas) no había nada.

- ¡Qué lugar más extraño! – exclamó sorprendida la niña.


De repente, en el centro de la habitación aparecieron dos butacas doradas que contrastaban con el intenso azul de la habitación. Una era grande y majestuosa. La otra, justo en frente, era mucho más pequeña.

- Acércate - dijo la voz potente que la había guiado hasta ahí.

- ¿Acercarme a dónde? No soy capaz de verte, ¿dónde estás?

En ese momento un fuerte viento inundó toda la estancia. Estíbaliz pensó por un momento que iba a volver a salir volando, y se agarró con fuerza a su paraguas rojo. Pero aquel viento solo alborotó su pelo y se le enredó entre los dedos de la mano que tenía libre.

- Ven, siéntate en la butaca. Si no, no podrás verme.

Estibaliz, tirada por aquella mano invisible, caminó hacia la pequeña silla dorada. Nada más sentarse, todas las líneas curvas de la estancia comenzaron a moverse como si se tratara de un remolino. Aquello era la cosa más increíble que había visto en la vida.

En la habitación, que antes estaba vacía, comenzaron a aparecer los más variopintos objetos: pañuelos, paraguas, globos de colores, sombreros, papeles, balones, muñecos, hasta una vaca con cencerro y cara de despistada. Pero lo más sorprendente de todo, era que en la enorme butaca dorada, frente a Estíbaliz, había aparecido un delgado hombrecillo con pelo blanco y alborotado, una preciosa túnica plateada y la sonrisa más triste del mundo.

- Pero, pero… ¿cómo has hecho aparecer todas estas cosas? ¿Quién eres tú?

Aquel señor, se atusó con sus largos dedos su espesa cabellera blanca y volvió a sonreír con nostalgia.

- Soy el rey del viento – exclamó con su voz potente -. Bienvenida a mi palacio.