Escritora Argentina. Cuentos para reflexionar.
Tema:
Los buenos modales
Fiorella no era una princesa como todas las demás. Si bien su figura era elegante y esbelta y su rostro muy bello, sus modales dejaban mucho que desear.
Sus padres le habían procurado la mejor educación pero, a pesar de ello, Fiorella parecía no haber aprendido mucho más que geografía o matemáticas.
La princesa era muy culta realmente, sabía idiomas, leía en forma clara, dominaba las ciencias, pero había algo en ella que no se condecía con su figura de princesa y eran sus modales.
Comía con la boca abierta, jamás decía “gracias” o “por favor”, mucho menos se escuchaba un “permiso” o “disculpe”. No se tapaba la boca al toser y tampoco cuando estornudaba. En definitiva, la princesa –si bien muy culta- no tenía modales de princesa.
Sus padres estaban muy preocupados pues ya no sabían qué hacer para que su hija aprendiese cómo debía comportarse. Los reyes sabían que la educación no se adquiere sólo por los libros que uno lee, o por lo que estudia, sino de muchas otras maneras.
Tal era la desazón de los reyes, que trataban que la princesa no saliese demasiado del palacio. En realidad, sentían un poco de vergüenza por los modales de su hija.
– Si sigue así, jamás se casará – Sollozaba la reina muy preocupada.
– ¿En manos de quién dejaremos el reino el día de mañana? ¿Quién querrá casarse con una princesa que se limpia la nariz con la manga del vestido y escupe a más de un metro de distancia cuando come?
Más allá de la falta de modales de la princesa, los reyes estaban preocupados pues no tenían hijos varones, por lo cual, la princesa debería casarse para poder acceder al trono junto con su esposo.
Fiorella no se preocupaba ni por cuidar sus formas, ni por su futuro matrimonio. Creía que era muy joven para casarse y que adquirir buenos modales no sería tan difícil, si algún día se tuviese ganas de hacerlo.
Sin embargo, hay ocasiones en que la vida nos demuestra que nuestros tiempos, no son los de ella y esto le ocurrió a la princesa.
El rey enfermó gravemente. A pesar de todos los cuidados y las medicinas que recibía, empeoraba día a día. Todos pensaban que ya no habría cura para él.
Fue así que la reina mandó llamar a su hija y le dijo:
– Hija querida, es necesario que contraigas matrimonio cuanto antes, el reino no puede quedar sin rey.
Fiorella no prestó mucha atención a las palabras de su madre. Tal era la tristeza de la princesa, que poco le importaba poder acceder al trono, ella lo único que quería era que su padre sanase.
La reina insistió una y mil veces, hasta que convenció a la princesa que, para tranquilidad de su padre, debía buscar un futuro esposo.
No fue fácil explicarle a Fiorella que, más allá de no poder demorarse en la búsqueda, debía modificar sus malos modales. Debía hacer muchas cosas en poco tiempo, encontrar un novio, de ser posible enamorarse y como si esto fuese poco, aprender todo aquello que sus padres habían querido enseñarle durante años y que ella no había aprendido.
Decidieron que la princesa viajaría para estrechar vínculos con los diferentes reinos y ver si en alguno de ellos conocía algún príncipe del cual se enamorase.
– Esto no será tarea fácil mi niña – Dijo Ana, la dama de compañía a la princesa.
– ¿Por qué lo dices? No soy fea, visto muy bien, soy limpita y como si esto fuese poco, soy una princesa – Contestó Fiorella.
– Una princesa con modales un poco extraños, si me lo permite – Replicó tímidamente Ana.
– Ahora va a resultar que para que alguien se enamore de mi debo comer con la boca cerrada, saludar a cada rato, taparme para estornudar ¡Eso no es amor! – Gritó la princesa.
– Para poder enamorarse de alguien, hay que poder acercarse a él y conocerlo mi niña y con todo respeto… con sus modales no son muchos los que se le acercan
– Ya verás que tan equivocada estás. En cuanto vean que soy joven y bella, a nadie la importará si saludo o no – Dijo Fiorella y dio por terminada la conversación.
El viaje comenzó, Fiorella iba en el carruaje real junto con su dama de compañía y un par de sirvientes.
Llegó el turno de visitar el primer reino vecino. Al llegar al palacio, los sirvientes la esperaban para conducirla hasta el rey y su hijo. Entró sin siquiera decir buen día. No dio las gracias cuando le abrieron la puerta y mucho menos pidió permiso al entrar en el gran salón real.
Tanto el rey, como su hijo se molestaron y sorprendieron por la actitud tan poco educada de Fiorella. La vieron bella y culta, pero no les pareció suficiente. El príncipe especialmente lo lamentó pues algo de la princesa le había gustado mucho, pero en su reino tales modales no estaban permitidos.
La princesa se retiró, dándose cuenta que no había podido entablar un buen vínculo, pero no pensó que fuese por sus modales.
El visitar el segundo reino, bastante más alejado que el primero, la esperaba la familia real para cenar. Todo estaba dispuesto, velas, los mejores manteles y copas de metal plateado.
La cena fue un desastre. Los reyes y los príncipes quedaron estupefactos al ver cómo comía la princesa. Arrancó la pata de pollo con la mano, con la mano siguió comiendo y sin cerrar la boca, todo esto al tiempo que escupía mientras hablaba.
Demás está decir que también fracasó en su intento de acercase a los miembros del reino.
– ¡Qué lástima! – Comentaron los reyes – Una princesa tan bella y con esos modales, no será digna de ningún trono.
El viaje fue un fracaso. En todos los reinos visitados pasó lo mismo. La princesa debía emprender el regreso con las manos vacías.
Desconsolada por no poder llevar tranquilidad a su padre enfermo, se puso a pensar en todo lo ocurrido.
– Le dije que esto pasaría mi niña, se lo advertí – Dijo Ana.
Lejos de molestarle tal comentario, Fiorella reconoció por primera vez que su dama de compañía tenía razón. Recordó cada escena en cada palacio y se sintió avergonzada.
La princesa no tenía buenos modales, pero le sobraba amor por su padre. Decidió que empezaría todo otra vez, pero de otra manera.
Volvió al primer reino, donde una vez más la esperaban los sirvientes en la puerta.
Con gran esfuerzo de su parte, se escuchó un “Muy buenos días”, tras un “Gracias” y “Permiso” un poco tímidos y entrecortados, pero sinceros.
El Rey y su hijo quedaron asombrados, no era la misma persona que los visitara tiempo atrás. El príncipe estaba feliz y se dio cuenta que Fiorella estaba haciendo un gran esfuerzo por cambiar la imagen que de ella se habían hecho.
Conversaron largamente sin problemas. La princesa estaba nerviosa y pidió que cerrasen las ventanas, no fuera cosa que una corriente de aire la hiciera estornudar y no se tapara la boca.
Nada de eso ocurrió, incluso la invitaron a cenar y con un poco de miedo, aceptó la invitación. Mucho empeño puso la princesa en masticar bien y no hablar con la boca llena, pero al ver la sonrisa del príncipe, pensaba que éste y cualquier otro esfuerzo valían la pena.
No les sorprenderá si les digo que Fiorella y el príncipe se enamoraron.
Llegó el momento de regresar al palacio. Fiorella no volvió con las manos vacías, no sólo porque había conocido a quien sería su esposo, sino porque había aprendido una lección muy importante.
Es cierto que el amor no depende de los buenos modales, pero no tenerlos hace que las personas se alejen de nosotros, perdiendo así la oportunidad de hacer amigos, relacionarnos con los demás o incluso de enamorarnos.
Un buen modo es mucho más que un “gracias” o un “por favor”, es respetar a los demás y ganarnos el respeto ajeno.
Para la princesa fue necesario tener que atravesar un momento difícil para aprender lo que con tanto amor sus padres le habían inculcado, pero lo aprendió.
Lo importante es que gracias a su esfuerzo, Fiorella encontró el amor, dio tranquilidad a su padre y como si esto fuese poco adquirió modales de princesa que no son -ni más, ni menos- que los que tenemos que tener todos aunque no vivamos en un palacio.
Para pensar con papá y mamá- ¿Tenés buenos modales?
- ¿Te parece importante tenerlos?
- ¿Te das cuenta que tener buenos modales es más que decir gracias y por favor?
- Si no los tenés ¿podrías hacer el esfuerzo, como la princesa, y adquirirlos?