jueves, 28 de mayo de 2009

La señora del salto mortal.

Leyendas de México. Leyendas Mexicanas. Leyendas cortas. Mitos leyendas.

Cuento. La señora del salto mortal



Cuando México se hallaba todavía bajo el dominio de España, residía en aquella capital un rico comerciante, retirado ya de sus negocios, llamado don Mendo Quiroga y Suárez. No obstante su gran fortuna, por todos envidiada, su vida era triste y solitaria y sus tesoros no fueron nunca bastantes, con ser inmensos, como para comprarle un amor que endulzara su amarga ancianidad.


Para mitigar sus penas envió a buscar a una hija de su difunta hermana, que debía acompañarlo en su soledad. La joven era hermosa, vana, egoísta y muy coqueta. Aunque se mostraba extremadamente agradecida y satisfecha por el lujo y comodidades que le prodigaba su tío, no por eso llegó a quererlo ni se esforzó en hacerle la vida más agradable. Vistiendo trajes de riquísimos encajes y terciopelos, distraía sus ocios paseándose en el coche de su tío, luciendo orgullosamente su riqueza y hermosura, que bien pronto sedujo a más de cuatro enamorados mancebos. Pero doña Paz recibía despectivamente cuantas atenciones le prodigaban sus rendidos admiradores, en la certeza de que, al morir su tío, sería ella la mujer más rica de México.


Y así fue, efectivamente, aunque bajo ciertas condiciones que hirieron su orgullo en lo más vivo. En el largo testamento en que don Menda la llamaba siempre «mi querida sobrina», legábale todas sus propiedades; pero al final del documento se insertó una cláusula, que debía indispensablemente cumplirse antes de que doña Paz pudiera disponer de un centavo de la cuantiosa herencia.


El testamento decía así:
«y la condición que ahora impongo a mi querida sobrina es la siguiente:
Ataviada con su mejor traje de baile y luciendo sus joyas más preciadas, se encaminará en coche abierto y en pleno mediodía a la plaza Mayor. Allá descenderá del carruaje y se situará en el centro de la plaza, inclinando humildemente al suelo la cabeza, y en esta posición deberá dar un salto mortal. Y es mi voluntad, que si mi querida sobrina Paz no cumple precisamente con esta condición dentro de los seis meses del día en que yo fallezca, no perciba ni un solo centavo de mi herencia. Esta condición la impongo a mi querida sobrina Paz, para que, en la amargura de su verguenza, considere las angustias que yo sufrí por sus crueldades durante mis últimos años».


Herido tan vivamente su orgullo por esta imposición testamentaria de su tío, doña Paz en encerró en las habitaciones de su palacio y nada se supo de ella durante los seis primeros meses, que transcurrieron desde la muerte de don Menda: Y, el mismo día en que finaba el plazo impuesto en el testamento, la gente de la ciudad contempló llena de asombro cómo las hermosas puertas de hierro fundido de don Menda, girando lentamente sobre sus goznes, abrían paso al majestuoso carruaje en cuyo interior lucía esplendorosamente doña Paz su más rico traje de baile y sus valiosas alhajas. En su pálido rostro, los hermosos ojos, entornados los párpados, miraban humildes. De este modo la orgullosa mujer marchó a la plaza Mayor, luciendo su gentileza y rico atavío por las calles más céntricas de la capital, atestadas de gente. En llegando al término de su viaje, se apeó del coche, y precedida de sus criados, que cuidaron de abrirle paso entre la compacta muchedumbre, avanzó hacia el centro de la plaza, donde sus servidores habían colocado una mullida alfombra sobre las baldosas. Allá en el mismo centro y en presencia de todos, dio el salto mortal que exigía el testamento de su tío y heredó su fortuna, después de haber humillado, amarga y vergonzosamente, su indomable orgullo.



jueves, 21 de mayo de 2009

El Club de los Caballos del Alma.

Cuentos de mi abuelo.

Ilustración de Maritza Álvarez

Ilustración de Maritza Álvarez

Ahí donde mi niñéz estaba a punto de experimentar la metamorfósis hacia
la pubertad, la vida me regaló un año más. Un precioso año mas de pura infancia.

Estoy construyendo un castillo de la arena a orillas del Océano Pacifico y
un niño se acerca a observar. “Está muy lindo, pero le falta una bandera” me dice.
“Toma, puedes usar la mía…” Y me entrega un envoltorio de caramelo
ensartado en un ramita de pino.

Jamás nos habíamos visto antes. Y nos vamos al mar a buscar almejas
que luego dividimos en dos montoncitos. Uno para su mamá y otro para la mÍa.

“Cómo se llama tu mamá?”
“María, y la tuya?”
“Rosa”.
“Ella es la que hace uniformes para el colegio?”
“Si, porqué?”
“Por nada…”

“Y tu papá?”
“No tengo. Y el tuyo?”
“Tampoco tengo”

“Y cómo te llamas tú?”
“Juan, y tú?”
“Pedro”

“Corramos por la playa?”
“Ya!”

Vive en una casita de adobe pintada de blanco. Su mamá hace empandas y pasteles
para pagar los gastos. La cocina es oscura, fresquita, y huele a banquete de reyes.
Pedro duerme con sus tres hermanos menores en una habitación llena de colchones
en el piso de tierra. Hay una ventanilla con vista a los cerros. La señora María me regala una
empanada con dulce de membrillo. Sabe a cielo.

Vamos a mi casa. También es de adobe, pintada de verde. Mi mamá es costurera y
lava también ropa ajena. Duermo en la pieza de mi mamá, no tengo hemanas ni
hermanos. En un rincón de la cocina está la máquina de coser. A Pedro le llama
la atención la palabra “SINGER” inscrita en un costado de la máquina. Y la manivela
color de oro.

“Es de oro, señora Rosa?”
“No mijo, que va a ser de oro…”
“Y que quiere decir SINGER?”
Ah! Ya sabes leer! Vas a la escuelita?”
“Si señora”
“Juan émpieza este año. Ya le hice su uniforme”
“Me puede hacer un uniforme señora Rosa? Nunca de tenido…”
“Veremos, veremos mijo….”

Al atardecer Pedro y yo nos sentamos en las rocas a mirar la puesta de sol.
El cielo se tiñe de rojos y violetas violentos. El sol es de fuego, le digo a Pedro. Increible,
me dice él. El mar está tranquilo como si se estuviera quedando dormido. Y ya!
desapareció el sol en el agua. Nos quedamos mirando el horizonte. Le digo a
Pedro que por allá hay barcos perdidos. El asiente, como si fuera un hecho conocido
por todos.

“Me tengo que ir a mi casa a comer”
“Yo también”
“Nos juntamos mañana a cazar jaivas?
“Ya! temprano aquí mismo!”

Ya es de noche. Mi mamá trabaja en la cocina. Yo no puedo dormir. Pienso en Pedro
y el uniforme que tal vez le haga mi madre. En las jaivas que cazaremos mañana. Y si
cazamos jaivas, qué haremos con ellas? Matarlas? Y para qué? Tal vez la señora María
sepa hacer empanadas de jaiva… Ha sido un buen día… Estará aún mi castillo…?

“Hoola, tomaste desayuno?”
“No, y tu?”
“Tampoco”
“Traje este tarro para poner las jaivas”
“Oye Pedro, que vamos a hacer con ellas?”
“Se las podemos dar a mi mamá para que haga empanadas”
“Ah!”
“Oye, no te da penita matar jaivas?”
“Si, mucha… Especialmente cuando pienso que tienen hijos como nosotros…”
“Pero es lo mismo con los pescados… verlos ahí muertos… se irán al cielo?
“Yo creo que si; un cielo especial para jaivas y pescados”.

Está recién amaneciendo. El día viene gris y frío y el mar está intranquilo.
Levantamos piedras y corren muchas jaivitas bebés a buscar otro refugio. Pero nosotros
buscamos jaivas grandes. Estas se encuentran bajo las rocas, en cuevas oscuras.

“Ahi hay una grande!, pégale un piedrazo!”
“No me atrevo! Pégale tu!”
“No! La puedo matar!”
“Trata de meterla al tarro!”
“YA!”

Y ahi está la enorme jaiva adentro del tarro. Nos damos la mano, orgullosos de
nuestro trofeo. En total cazamos cinco y nos dió hambre. La señora María sonrió
y nos dijo que nos iba a hacer unas enomes empanadas de jaiva. Nos sirvió pastel
de maíz y té con leche bien azucarado. Y nos fuimos a la playa.

“Oye Juan, crees que tu mamá puede haceme un uniforme?”
“Yo creo que sí…”
“Así cafecito entero como el de todos los otros?”
“Claro! Porqué no?”
“El año pasado yo era el único sin uniforme y todos se reían de mi!”
“No te preocupes amigo, este año no va a pasar lo mismo”.
“Oye Juan…”
“Qué?
“De verdad somos amigos?”
“Yo creo que si…”
“Amigos del alma?”
“Seguro, los mejors amigos del alma!”
“Yo nunca había tenido un amigo del alma….”
“Yo tampoco…”
“Te corro hasta esas rocas!!”
“Ya!!”.

Fuimos a almorzar a mi casa. Mi mamá estaba terminando un uniforme
cafecito. A Pedro le brillaron los ojos.

“A ver, Pedrito, pruébatelo.”
“Es para mi señora Rosa?”
“Si pues mijo, ánda, pruébatelo”
“Y cuánto va a costar? Mi mamá no tiene plata…”
“No te preocupes, Pedrito, ahí nos arreglamos!”

Y por supuesto que el uniforme le quedó a la perfección. Mi amigo del alma no cabía en
sí de alegría. Corrimos a mostrárselo a la señora María y ella también se puso
felíz y orgullosa.

“Juan, voy a ir a visitar a tu mamá para agradecerle. Le gustan las empanadas
de carne o de queso?”
“De las dos señora María…”
“Y el pastel de maíz?”
Si! Si señora María! Le gusta de todo”
“Ah! Y ahi están las empanadas de jaivas para ustedes… Buén provecho!”

Nos fuimos a “nuestro lugar” entre las rocas. Noté que Jorge estaba pensativo
y mas callado que de costumbre. Estaria pensando en su nuevo uniforme que
mi mamá estaba cosiendo, poniéndole botones dorados y una insignia de la
Escuela Básica No. 7?

“Qué te pasa Pedro
“Oye Juan, estás seguro de que tu mamá me va a regalar ese uniforme?
“Claro que si!?”
“Estaba pensando…”
“En qué?”
“En que si somos amigos del alma tenemos que hacer un club!”
“Buena idea! Y ponernos un nombre?”
“SI, que te parece LOS CABALLOS DEL ALMA?”
“Me parece caballo! Y tenemos que hacer un juramento también”.

Nos pusimos de pié solemnemente y juramos en nombre de nuestras madres que
seríamos amigos del alma por toda la vida, hasta la muerte y mas allá. Y que
Los Caballos del Alma sería un club secreto y exclusivo.

“Ahora tenemos que darnos la mano”.
“Sí. Aquí tienes la mía…”
“Y la mía”.

Aqui debo interrumpir este melancólico recuerdo. Ya es mediodía en en el barrio de
Valby, Copenhague, mi hogar desde hace casi treintaycinco años. Está nevando
copiosamente y debo salir a comprar con mucho cuidado, con mi bastón, para no
caerme en el hielo.

Yo creí tanto en el Club de los Caballos del Alma.

Ahóra con mis sesenta años a cuestas aún derramo algunas lagrimitas cuando recuerdo
que mi amigo Pedro se olvidó rapidamente de nuestro juramento y de nuestra amistad hace
más de medio siglo atrás.
Ahora, hace ya mas de cincuenta años vengo recién a darme cuenta que apenas recibió
su nuevo uniforme escolar me dejó de lado…

Qué tonto soy.

lunes, 18 de mayo de 2009

Desde aquí, un sentido adiós a Mario Benedetti.


Te quiero

Tus manos son mi caricia,
mis acordes cotidianos;
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.

Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada;
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro.

Tu boca que es tuya y mía,
Tu boca no se equivoca;
te quiero por que tu boca
sabe gritar rebeldía.

Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.

Y porque amor no es aurora,
ni cándida moraleja,
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.

Te quiero en mi paraíso;
es decir, que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso.

Si te quiero es por que sos
mi amor, mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.


viernes, 15 de mayo de 2009

Pinchudo, un puerco espín solitario.

Escritora argentina.

Tema del cuento: La Soledad



Pinchudo era un puercoespín muy bonito, sus púas o espinas eran de tres colores: blanco, amarillo y marrón. Era muy tranquilo, dormía de día y se mantenía despierto toda la noche. Como sus hábitos no eran los de los demás animalitos del bosque, no tenía amigos. Además, Pinchudo, como buen puercoespín, era un animal muy solitario.

Al resto de los animalitos del bosque, por un lado les daba pena verlo tan solito, por el otro, tenían miedo de acercarse a él.

– A mi me gustaría acercarme, pero cuando él duerme yo estoy despierta y al revés – Decía una ardillita.

– ¡Eso es que no ponés voluntad mi hijita. Por una noche que pases sin dormir no te va a pasar nada! – Contestó la lechuza.

– Ay que viva qué sos ¡Vos porque tampoco dormís! ¿Por qué no le das charla entonces?

– ¿Estás loca? ¿A ver si me pincha un ojo y me lo agujerea?

– ¿Entonces que me pinche a mi verdad? Se enojó la ardilla.

Lo cierto era que nadie se acercaba a Pinchudo, pero él tampoco buscaba hacerse ningún amigo. El disfrutaba de su soledad, estaba acostumbrado y no le parecía mal. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, sentía una pequeña necesidad de compartir algo con alguien.

Por otro lado, los demás animalitos del bosque no entendían realmente el comportamiento de Pinchudo. Si bien ellos no se le acercaban por temor a ser pinchados, se daban cuenta que el puercoespín tampoco les prestaba atención.

– Algo hay que hacer- Dijo la lechuza, cansada de ver solito a Pinchudo. Como ella pasaba gran parte del tiempo con sus ojos abiertos, era la que más conocía los movimientos del puercoespín- Amigos hay que buscar la manera de acercarse a este pobre animal.

– ¿Qué pobre, ni pobre? Contestó una culebra – El tampoco nos da ni la hora y nosotros no nos sentimos mal por eso.

– La soledad no siempre es buena – dijo la lechuza, quien estaba decidida a lograr que Pinchudo tuviese amigos – Es verdad, no sabemos si él quiere ser nuestro amigo, pero nada cuesta con averiguarlo.

La lechuza era por demás insistente. Cuando se le ponía algo en la cabeza, no había quien se lo quitara.

Ideó un plan para sacar a Pinchudo de su soledad. Todos los animalitos del bosque se turnarían para permanecer despiertos una noche cada uno y poder así acercase a Pinchudo.

El primer turno fue de la ardilla, quien a pesar de sus múltiples intentos de entablar conversación con el puercoespín, no tuvo éxito. Le contó dos cuentos, le ofreció unas cuántas nueces, pero aún así Pinchudo no mostró ningún interés.

La noche siguiente fue el turno de la culebra, quien tampoco logró gran cosa. Como cantaba muy lindo, le cantó dos canciones. Esto sorprendió mucho a Pinchudo, ya que no es común que una culebra cante, pero tampoco entabló conversación.

Así pasaron varios animales y todos con el mismo resultado. Decepcionados, los animalitos creyeron que habían perdido la batalla por sacar Pinchudo de su soledad.

– ¡No está muerta quien pelea! Gritó la lechuza insistente- Hoy es mi turno y no me daré por vencida.

La pobre lechuza se la pasó chistando toda la noche, como Pinchudo parecía no escuchar, se acercó a él y lo miró fijamente más o menos por tres horitas, pero nada logró. Llegó la mañana y la pobre estaba exhausta.

– No hay caso amigos – dijo muy triste – no hay nada que hacer a este bicho le gusta demasiado la soledad, qué lástima, ser pierde tantas cosas lindas….

– Allá él entonces – dijo la ardilla mientras comía las nueces que el puercoespín no había aceptado.

Sin embargo, el esfuerzo de estos animalitos no había sino inútil como ellos pensaban.

Esa noche, ningún habitante del bosque se turnó para sacar de su soledad a Pinchudo y por primera vez el puercoespín notó que algo le faltaba.

Cierto era que nunca había necesitado demasiado la compañía de nadie, pero también lo era que a partir de las visitas de todos los animalitos Pinchudo conoció otra realidad.

En su momento no supo apreciar las nueces, ni los cuentos, tampoco las canciones de la culebra ni los ojos mirones de la lechuza, pero ahora que volvía a estar solito se sintió diferente.

Su soledad nunca le había molestado pues así están acostumbrados a vivir todos los puercos espines, pero debía reconocer que un poco de compañía venía muy bien, aunque más no fuera de vez en cuando.

Decidido a entablar amistad con sus compañeros, se acercó a ellos. Al verlo llegar, todos se sorprendieron. La mayoría retrocedió unos cuantos pasos por temor a ser pinchados, la lechuza abrió los ojos de tal manera que parecían estar ya fuera de su cabeza y a la ardilla se le cayeron las nueces de la boca.

Pinchudo les pidió disculpas y les explicó que realmente no estaba acostumbrado a necesitar compañía, pero que reconocía que, ahora que nadie se acercaba a él por la noche, había aprendido lo que era la verdadera soledad. Les dijo que hasta ese momento no le había molestado estar solo. Pues nunca había sabido lo que era tener un amigo, pero que ya no tenía ganas de seguir viviendo de la misma manera.

Por su parte, los animalitos también pensaron en todas las veces que, por miedo a pincharse, no se habían acercado al puercoespín.

La soledad puede tener distintos motivos: miedo, vergüenza o muchas otras cosas. Puede disfrutarse a veces o puede hacer sufrir. Es importante aprender que hay quienes prefieren vivir más en soledad, pero eso no justifica dejar solo a alguien. Siempre, en algún momento de la vida de todos, la compañía y el afecto son necesarios.

Así lo entendieron los animalitos del bosque y Pinchudo también. A partir de ese día, aunque no todos los días, alguien acompañaba al puercoespín durante la noche. Pinchudo había aprendido lo hermoso que es tener compañía, pero a su vez, seguía necesitando su espacio de soledad. Los animalitos por su parte, habían aprendido -en primera instancia- que no es bueno alejarse de alguien por temor y que está bien respetar que quienes tenemos a nuestro lado, a veces prefieran estar solo.

Por eso, sólo algunas noches se escuchaban canciones cantadas a dúo por una culebra y un puercoespín, algunas otras un cuento contado por una ardilla a un atento Pinchudo que masticaba ricas nueces. Y, aunque esto no pasaba todas las noches, todos estaban contentos, ya nadie se temía, nadie estaba solito y todos respetaban las necesidades de los demás.

Fin




jueves, 14 de mayo de 2009

La nueva amiga Clara.

Aprender a leer. Cuentos para niños. Cuentos para pensar.

Cuento la nueva amiga Clara

Clara se alegró que por fin fuera sábado.

Su papá le había dicho que ese día que iba a conocer a una nueva amiguita.

Cuando llegaron a la casa de don Miguel, su esposa les abrió la puerta.

-Hola Clara, Lucía está esperándote en la sala, tiene muchas ganas de conocerte-, le dijo la señora con una gran sonrisa.

Clara también estaba muy impaciente por ver a Lucía, así que corrió al lugar donde le había dicho la señora que era la sala.

Allí encontró a una niña sentada en una especie de silla con unas grandes ruedas a los lados.

-¿Qué es ese carrito en el que estás sentada?-, preguntó Clara.

-No es un carrito, es mi silla de ruedas-, respondió Lucía.

-¿Y para qué sirve?, Clara sentía curiosidad.

-Es que como no puedo caminar, con la silla de ruedas puedo ir a cualquier parte, le explicó Lucía.

-¿No puedes caminar?-, preguntó Clara un poco triste, porque a ella le gustaba mucho jugar pelota, y quería jugar pelota con Lucía, - ¿y puedes jugar?

-Claro que sí, ayer me regalaron un juego de memoria y si quieres podemos jugar - respondió Lucía muy contenta.

-¡Sí, a mí me gusta mucho jugar memoria!

Y así, las dos niñas estuvieron jugando toda la tarde, primero memoria, después armando un rompecabezas y luego haciendo castillos con trocitos de madera.

De regreso a casa, Clara estaba feliz. Ahora tenía una nueva amiga. Y Lucía le había prometido que la próxima vez, jugarían juntas a las muñecas.

Tania Hernández

jueves, 7 de mayo de 2009

La Zapatilla de Vitorxu.

Aprender a leer. Cuentos para niños. Cuentos para pensar.

Cuento zapatilla de vitorxu

Cuando Vitorxu se levantó esa mañana lo primero que hizo fue asomarse a la ventana, el sueño se le fue de golpe, loco de contento bajó las escaleras y salió al jardín disparado, esa noche había llovido y allí estaba él, preparado para estrenar todos aquellos maravillosos charcos.

Llevaba un buen rato saltando y salpicando cuando su madre asomó la nariz fuera y quedó con la boca abierta al ver el espectáculo que tenía ante sus ojos. Vitorxu saltó como una rana, pero esta vez hacia casa asustado por los gritos de su horrorizada madre y no era para menos, el despistado de su hijo había estado saltando en los charcos en pijama y con las zapatillas de casa.

Lo había pasado tan bien que no le importó ni aguantar la regañina, ni el baño que le dieron, ni los restregones para sacarle todo el barro de las orejas. Al fin todo volvía a ser normal, Vitorxu limpio y esta vez preparado con sus botas de agua se disponía a ir al colegio acompañado de su padre, con lo cual no había posibilidad de saltos extras camino de clase.

Mientras tanto, las zapatillas se quedaron secándose en una de las ventanas, estaban casi secas cuando una ráfaga de viento empujó una de las zapatillas que ahora rodaba por el suelo de la calle y allí quedó tirada en un rinconcito.

Se hizo de noche y toda la familia estaba de vuelta en casa:

- Vamos Vitorxu, a cenar- dijo la mamá

- Es que no encuentro mis zapatillas- gruñó el niño desde debajo de su cama

Entonces su madre recordó que las había lavado y fue a buscarlas a la ventana, como os podéis imaginar solo quedaba una, buscaron por todas partes, pues a Vitorxu le encantaban aquellas zapatillas de cuadros rojas, pero no la encontraron y acabaron comprando otras, que aunque eran nuevas, tenían la cabeza de un ratón y hasta orejas, no eran sus queridas zapatillas; aún guardaba la otra debajo de la cama.

Llegó el fin de semana y el niño estaba muy contento porque su prima Paula iba a venir a jugar a casa aquella tarde. Puntual sonó el timbre y allí esta la niña con su perro Rantamplán, Vitorxu miró al perro y no podía creerlo:

- ¿Que tiene tu perro en la boca?– preguntó ansioso

- A eso, lo encontró por ahí y lo lleva a todas partes, es asqueroso- dijo Paula

- No es asqueroso, es MI ZAPATILLA- Dijo loco de alegría

Les costó que Rantamplán la soltara, tuvieron que darle las nuevas y flamantes zapatillas de ratón para convencerle. Ahora Vitorxu lleva de nuevo sus zapatillas de cuadros rojas, una de ellas esta algo mordisqueada, pero no importa, eso era porque su vieja zapatilla había vivido una gran aventura para volver a casa.

Natalia Montero Moncuende