martes, 13 de diciembre de 2011

Carrera de zapatillas


Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago. También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería ser amiga de los demás animales.

Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
Y entonces, llegó la hora de la largada.

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas.
La cebra, unas rosadas con moños muy grandes.
El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes.
Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada. Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! Gritó la jirafa. Y todos los animales se quedaron mirándola.

Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.

Fin y colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.

Cuento de Alejandra Bernardis Alcain (Argentina)

viernes, 2 de diciembre de 2011

ABUELOS.

Abuelos. Proyecto "Cuentos para Crecer". Ed. Kalandraka. Pontevedra. 2009)





"Una tarde de primavera estaba el abuelo trabajando en la huerta cuando vio llegar un coche que anunciaba:
¡Esta noche habrá fiesta en la plaza del pueblo!.¡Venid todos a bailar con los mejores músicos del país!.
- ¿Has oído, Manuela?. ¡Esta noche tenemos baile!.
- Sí, Manuel; pero yo no voy. Ya no soy una niña para andar de fiesta en fiesta.
El abuelo no dijo nada. Miró al sol, que estaba a punto de esconderse en el horizonte, y se agachó a por una margarita que crecía entre la hierba.
Después se fue a donde estaba la abuela, le dio la flor y dijo:
- Pero tú eres muy bonita, Manuela. ¡Eres tan bonita como el sol!
La abuela sonrió y fue a mirarse al espejo.
- Eso no es verdad. Yo soy fea como una gallina sin plumas –dijo ella, prendiéndose la margarita en el pelo.
- ¡No digas eso, mujer! Tú eres bonita como el sol.
¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela fue al baño y, de una bolsa, sacó un lápiz.
- ¿Qué vas a hacer con ese lápiz? –preguntó el abuelo.
- Voy a pintarme los ojos, que los tengo tristes como una noche sin luna.
- ¡No digas eso, mujer!. Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche.
¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela sonrió y sacó un pincel.
- ¿Qué vas a hacer con ese pincel?
- Voy a pintarme las pestañas, que las tengo cortas como las patas de una mosca.
- ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche y tus pestañas cortas como hierba recién segada.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela volvió a sonreír y, de la estantería, sacó un bote.
- ¿Qué vas a hacer con ese bote?.
- Voy a ponerme crema en la piel, que la tengo arrugada como un higo seco.
- ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada y tu piel arrugada como las nueces de una tarta.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!.
La abuela volvió a sonreír, dejó el bote y sacó una barra de labios.
- ¿Qué vas a hacer con esa barra?
- Voy a dar brillo a mis labios, que los tengo secos como la tierra de los caminos.
- ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada, tu piel arrugada como las nueces de una tarta y tus labios secos como la arena del desierto.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió, fue a la mesilla de noche y sacó un frasco del cajón.
- ¿Qué vas a hacer con ese frasco?
—Voy a teñirme el pelo, que lo tengo gris como una nube de otoño.
- ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada, tu piel arrugada como las nueces de una tarta, tus labios secos como la arena del desierto y tu pelo blanco como una nube de verano.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!
La abuela sonrió, fue al armario y sacó una falda.
- ¿Qué vas a hacer con esa falda?.
- Voy a esconder estas piernas, que las tengo flaquitas como agujas de calcetar.
- ¡No digas eso, mujer! Tú eres tan bonita como el sol, con tus ojos tristes como las estrellas de la noche, tus pestañas cortas como hierba recién segada, tu piel arrugada como las nueces de una tarta, tus labios secos como la arena del desierto, tu pelo blanco como una nube de verano y tus piernas flaquitas como las de una golondrina.
- ¡Y haz el favor de apurar, que tenemos que ir a bailar!
La abuela colgó la falda, se fue a lavar la cara y sonrió delante del espejo. Después se agarró del brazo del abuelo y los dos se fueron hacia el baile.
Cuando llegaron, los músicos ya estaban tocando en el palco y todo el mundo estaba bailando. El abuelo tomó a la abuela por la cintura y se pusieron a bailar.
Después, miró profundamente a los ojos de la abuela y le dijo:
- Manuela, tienes los ojos tristes y hermosos como las estrellas de la noche.
Entonces, la abuela miró dentro en los ojos del abuelo, y vio que también él tenía… los ojos tristes como las estrellas de la noche y las pestañas cortas como hierba recién segada y la piel arrugada como las nueces de una tarta y los labios secos como la arena del desierto y el pelo blanco como una nube de verano y las piernas flaquitas como las de una golondrina.
La abuela se agachó a por una margarita, la prendió en el chaleco del abuelo y se acucurró en su pecho.
Después miró al cielo, volvió a mirar a los ojos del abuelo y, sin dejar de bailar, le dijo:
- ¡Manuel, eres tan bonito como la luna!."

viernes, 25 de noviembre de 2011

La verdad… ¿Es la verdad?

Cuentos populares de la India. Cuentos infantiles. Cuentos de reflexión.


El rey y el ermitaño


El rey había entrado en un estado de honda reflexión durante los últimos días. Estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre otras por qué los seres humanos no eran mejores. Sin poder resolver este último interrogante, pidió que trajeran a su presencia a un ermitaño que moraba en un bosque cercano y que llevaba años dedicado a la meditación, habiendo cobrado fama de sabio y ecuánime.

Sólo porque se lo exigieron, el eremita abandonó la inmensa paz del bosque.
–Señor, ¿qué deseas de mí? -preguntó ante el meditabundo monarca.
–He oído hablar mucho de ti -dijo el rey-. Sé que apenas hablas, que no gustas de honores ni placeres, que no haces diferencia entre un trozo de oro y uno de arcilla, pero todos dicen que eres un sabio.
–La gente dice, señor -repuso indiferente el ermitaño.
–A propósito de la gente quiero preguntarte -dijo el monarca-. ¿Cómo lograr que la gente sea mejor?
–Puedo decirte, señor -repuso el ermitaño-, que las leyes por sí mismas no bastan, en absoluto, para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y la clara comprensión. Esa verdad de orden superior tiene, desde luego, muy poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey se quedó dubitativo. Luego reaccionó para replicar:
–De lo que no hay duda, ermitaño, es de que yo, al menos, puedo lograr que la gente diga la verdad; al menos puedo conseguir que sean veraces.
El eremita sonrió levemente, pero nada dijo. Guardó un noble silencio.
El rey decidió establecer un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón a las órdenes de un capitán revisaba a todo aquel que entraba a la ciudad. Se hizo público lo siguiente: “Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será conducida al patíbulo y ahorcada”.
Amanecía. El ermitaño, tras meditar toda la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. Su amado bosque quedaba a sus espaldas. Caminaba con lentitud. Avanzó hacia el puente. El capitán se interpuso en su camino y le preguntó:
–¿Adónde vas?
–Voy camino de la horca para que podáis ahorcarme -repuso sereno el eremita.
El capitán aseveró:
–No lo creo.
–Pues bien, capitán, si he mentido, ahórcame.
–Pero si te ahorcamos por haber mentido -repuso el capitán-, habremos convertido en cierto lo que has dicho y, en ese caso, no te habremos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.
–Así es -afirmó el ermitaño-.
Ahora usted sabe lo que es la verdad… ¡Su verdad!


El Maestro dice: El aferramiento a los puntos de vista es una traba mental y un fuerte obstáculo en el viaje interior.



viernes, 18 de noviembre de 2011

Abracadabra




Abracadabra




Ayer estudiando
mi libro de magia
aprendí el conjuro
del abracadabra.



Agité mi varita
sobre un sombrero de copa
y cambió de color
todita mi ropa.



Seguí practicando
el abracadabra
y se apareció
frente a mí una cabra.



Repetía y repetía
muy seguro el conjuro
y apareció a mi lado
un enorme canguro.



De pronto volando
apareció una abeja
y con mi varita
la convertí en oveja.



Ya vieron amiguitos
que aprender el conjuro
fue muy divertido
se los aseguro.



Gaby Higashionna.

jueves, 10 de noviembre de 2011

La fantasía de la abeja.

Cuentos populares de la India. Cuentos infantiles.Cuentos de reflexión.


La fantasía de la abeja



Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”.
La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando.
Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso!
¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”. Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste es mi fin. Me muero”.


El Maestro dice: Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues.



jueves, 3 de noviembre de 2011

Mi caballo.

Escritora Argentina. Poesías de animales.



Súbete a mi caballo
que inventaremos un mundo,
este alazán lo he comprado
para recorrerlo juntos.

Como es muy gordo y muy alto,
le cuesta subir la cuesta,
aunque eso importa muy poco
si es un caballo con ruedas.

Nos iremos a la playa
a construir castillitos,
hechos de arema y de agua
por las manos de chiquitos.

Y mientras mi caballo trota,
no tengas miedo, mi niño,
porque es caballito manso
que quiere mucho a los chicos.

Súbete a mi caballo
que ahora se ha puesto alas,
para que mires el mundo
desde una nube rosada.

No tengo más que un caballo
que quiere darte alegría,
no te pierdas esta fiesta
que significa la vida.


Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.
Nro. Expte. Direc. Nac. Derechos de Autor 757533.



miércoles, 26 de octubre de 2011

EL CÁNTARO AGRIETADO

Una anciana mujer china tenía dos grandes cántaros, cada uno colgaba de un extremo de un palo que transportaba apoyándolo en su cuello.

Uno de los cántaros tenía una grieta mientras que el otro estaba perfecto y siempre llegaba con la porción completa de agua.

Al final de un largo camino desde la fuente hasta la casa, el cántaro agrietado llegaba sólo medio lleno.



Durante dos años enteros esto fue sucediendo cada día, y la mujer llegaba a la casa con sólo un cántaro y medio de agua.

Por supuesto, el cántaro perfecto estaba orgulloso de su logro. Pero el pobre cántaro agrietado se sentía avergonzado de su imperfección y desgraciado por no poder cumplir más que la mitad de la tarea para la que había sido creado.



Después de dos años de lo que parecía un amargo fracaso, un día en la fuente el cántaro le habló a la mujer.

- "Estoy avergonzado de mí mismo porque esta grieta que tengo en un lado hace que el agua se pierda por el camino de vuelta a tu casa."

La anciana sonrió:

- "¿Te has dado cuenta de que hay flores en tu lado del camino, pero no en el lado del otro cántaro?

Eso es porque siempre he sabido tu defecto, así que planté semillas de flores en tu lado del camino y cada día, mientras caminamos de regreso, tú las vas regando.

Durante dos años he podido recoger estas bonitas flores para decorar la mesa.

Si no fueras como eres, no habría esta belleza para adornar la casa."

miércoles, 19 de octubre de 2011

El Elefante Encadenado.


Gifs
Imagenes Animadas - Gifs Animados

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran
los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
–Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad... condicionados por el recuerdo de «no puedo»...
Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón...
JORGE BUCAY

miércoles, 12 de octubre de 2011

A LOS AMIGOS. (Poema de Borges)


POEMA DE BORGES A LOS AMIGOS


"No puedo darte soluciones
para todos tus problemas de la Vida.
No tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y compartirlos contigo.

No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro,
pero cuando me necesites estare junto a ti.

No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.

Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.

No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.

No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.

No puedo evitar tus sufrimientos
cuando alguna pena te parte el corazón,
pero puedo llorar contigo y recoger
los pedazos para armarlo de nuevo.

No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo

En estos días pensé en mis amigos y amigas,
y entre ellos apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo ni en el medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero,
el segundo o el tercero de tu lista.

Basta que me quieras como amigo/a
Gracias por serlo".

BORGES

martes, 4 de octubre de 2011

EL MEJOR ESCONDITE


En el principio de los tiempos, se reunieron varios demonios para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo:
“Debemos quitarles algo a los humanos, pero, ¿qué les quitamos?”.
Después de mucho pensar uno dijo:
“¡Ya sé!. Vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar”.
Propuso el primero:
“Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo”…
…. Inmediatamente contestó otro:
“No, recordá que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está”.
Luego propuso otro:
“Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar” y otro contestó:
“No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrarán”.
Otro dijo:
“Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra”. Y le dijeron:
“No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad”.
El último de ellos era un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás.
Analizó cada una de ellas y entonces dijo:
“Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren”.
Todos lo miraron asombrados y preguntaron al mismo tiempo:
“¿Dónde?”. El demonio respondió: . . . .
“La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán”.
Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: “El humano se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo”.
Autor Desconocido

viernes, 23 de septiembre de 2011

¿POR QUÉ GRITA LA GENTE?


Cuenta una historia tibetana, que un día un viejo sabio preguntó a sus seguidores lo siguiente: ¿Por qué la gente se grita cuando están enojados?

Los hombres pensaron unos momentos:

-Porque perdemos la calma –dijo uno– por eso gritamos.

-Pero ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? –Preguntó el sabio– ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas satisfacía al sabio.

Finalmente él explicó:

-Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego el sabio preguntó:

-¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran?

Ellos no se gritan, sino que se hablan suavemente ¿Por qué? Sus corazones están muy cerca.

La distanc ia entre ellos es muy pequeña.

El sabio con tinuó –Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y se vuelven aun más cerca en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo . Así es cuan cerca están dos personas cuando se aman.

Luego dijo:

-Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.


Vía cuento: Preparémonos para el cambio

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Amenaza Mundial.

Poesía infantil. Poesía juvenil. Poemas infantiles.



Un rey enojón se puso a gritar
Señoras y señores,
Con tantos seguidores
Un ejército puedo formar


Enojones y gritones
Aquí se pueden inscribir
Hagan una fila, sin empujones
Y prohibido sonreír


Los enojones se formaron
Todos sin sonreír
Seremos millones, imaginaron
Al mundo haremos sufrir


El mundo dominaremos
Nadie se divertirá
Caras feas veremos
Y alegría nunca habrá


Un enojón emocionado
Sonrió descontrolado
Como la traición, todos la vieron
De la fila lo corrieron


Otro enojón, concluyó
Sin empujones y sin gritos
Esto no tiene sentido
Mejor no participo


Para no relatar caso por caso
El final de este cuento, les diré
No hubo ejército, fue un fracaso


No se cumplió la amenaza
Ningún acuerdo alcanzaron
Entre ellos mismos, se enojaron
Y cada quien se fue a su casa



lunes, 5 de septiembre de 2011

UN VASO DE LECHE


Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta
en puerta para pagar su escuela, encontró que sólo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre. Decidió que pediría comida en la próxima
casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron cuando una encantadora mujer joven le abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua.

Ella pensó que él joven parecía hambriento así que le trajo un
gran vaso de leche. Él lo bebió despacio, y entonces le preguntó:

- "¿Cuanto le debo? "

- "No me debes nada," contestó Ella.
"Mi madre siempre nos ha enseñado a nunca aceptar pago por una caridad".

Él dijo .....
- "Entonces, te lo agradezco de todo corazón."

Cuando Howard Kelly se fue de la casa, no sólo se sintió
físicamente más fuerte, si no que también su fe en Dios y en los hombres era más fuerte.

Él había estado listo rendirse y dejar todo.

Años después esa joven mujer enfermo gravemente. Los
doctores locales estaban confundidos. Finalmente la enviaron a la gran ciudad,
donde llamaron a especialistas para estudiar su rara enfermedad.

Se llamó al Dr. Howard Kelly para consultarle. Cuando oyó el nombre del pueblo de donde
ella vino, una extraña luz llenó sus ojos.

Inmediatamente subió del vestíbulo del hospital a su
cuarto. Vestido con su bata de doctor entró a verla. La reconoció en seguida.

Regresó al cuarto de observación determinado a hacer lo mejor para salvar
su vida.

Desde ese día prestó atención especial al caso. Después de
una larga lucha, ganó la batalla.
El Dr. Kelly pidió a la oficina de administración del hospital
que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla.

Él la revisó y entonces escribió algo en el borde y le envió
la factura al cuarto de la paciente.

Ella temía abrirla, porque sabia que le tomaría el
resto de su vida para pagar todos los gastos. Finalmente la
abrió, y algo llamo su atención en el borde de la factura.

Leyó estas palabras..... "Pagado por completo hace muchos
años con un vaso de leche - (firmado) Dr. Howard Kelly".

viernes, 26 de agosto de 2011

El guardaparques comediante.

Educación ambiental. Medio ambiente. Cuentos de Ecología.


El guardabosques comediante

En el fondo del bosque, entre una verde aglomeración de ceibos y timbós, vivía un pobre hombre que se llamaba Narcés. Era bajo, amarillo y triste. En su juventud había sido cómico de un teatro de aldea. Usaba barba que no peinaba nunca, y monóculo, al cual se había acostumbrado en las farsas de la escena. Sus penas le habían vuelto distraído. Caminaba con lentitud indiferente, abriendo y cerrando los dedos, envuelto en una larga capa que arrastraba a modo de toga.

Solía suceder que, levantándose tarde, se lavaba y peinaba con cuidado, ajustaba correctamente su monóculo, y tomando el camino que conducía pueblo marchaba gravemente. Al rato murmuraba: yo soy romano y negligente. Se detenía pensativo y bajaba la cabeza. Después continuaba su marcha. Pero las más de las veces se volvía de pronto y comenzaba a deshacer su camino, lleno de distracción y tristeza. En el resto de esos días quedaba aún más encogido de hombros, y abría y cerraba con más frecuencia sus manos.

Por lo demás, era inofensivo. Su gran diversión consistía en ajustar u papel cuadrado a los vidrios de la ventana, y contemplarle de lejos.

En las rudas mañanas de invierno iba a sentarse a la linde del camino y, arrebujado en su capa, soportaba el helado cierzo que le hacía tiritar.

No se movía de allí hasta que una pobre mujer cualquiera pasaba temblando de frío. Entonces la saludaba, retirándose satisfecho: he sido galante, se decía.

Una vez encontró en un rincón de su cuarto algunos viejos libros que le sirvieran de enseñanza para el teatro. Pasó tres días encerrado. Al cabo de ese tiempo salió con una larga espada de palo y el rostro sombrío. Fue al pueblo -era de noche- y se apostó en una esquina, observando de soslayo las desiertas calles. Como después de mucha espera pasara una dama fue al encuentro de ella, detuvose, colocó su mano izquierda en la cadera, avanzó la pierna derecha, dobló ligeramente la otra, se inclinó, sacó su sombrero, y dijo graciosamente:

-Señora de mis ojos, ¿es que vuesa merced quiere mi vida?

A pesar de todo, era un buen hombre a quien su poca suerte, sin duda, había vuelto algo distraído.

Era guardaparques. Las chicas se reían de él, y los rapaces le seguían cuchicheando. El extraño adorno de sus ojos llamaba la atención de las comadres que le señalaban con el dedo cuando iba, raras veces, a hacer sus compras al pueblo. En esos casos tomaba porte señoril y daba grandes zancadas.

Sucedió que una muchacha que oyera escondida sus monólogos, le susurró al pasar: “Soy romano y negligente”. Esto le dejó pensativo por tres días.

En consecuencia, una tarde cogió el palo que le servía de bastón, calzó las grandes botas, y fue a llevar una carta a su jefe que vivía a muchas leguas de distancia. Dejó el papel al secretario y se retiró. Como entregaran el sobre al señor, éste, abriéndole, leyó -escrito en gruesos caracteres perfilados que denotaban un paciente estudio del carácter de letra que debiera adoptar: “Soy romano y negligente”.

Tenía, entre otras manías, la de resguardarse del canto de las ranas. Se cuidaba de él, pero a manera de los ñanduces, esto es, ocultando la cabeza detrás de un árbol u objeto cualquiera. Su canto –decía- puede ocasionar una instantánea regresión a la célula, sólo con que las ondas sonoras repercutan en nuestro centro.

Dialogaba con los cazadores furtivos, observándoles burlonamente con su monóculo.

“Merodear” -solía decirles- “es como buscar un traje nuevo”.

Y enseñaba el suyo rotoso con compasión.

Nunca se acostaba sin antes trazar con tiza una línea recta en el suelo y colocar encima su sombrero.

Los domingos salía de pesca; pero como nunca ponía lombrices a sus anzuelos, los peces, al chapotear, le sumergían en hondas cavilaciones. En uno de estos sucesos mandó una larga disertación al magistrado del pueblo, con este título: Del anzuelo y las lombrices, como factores indispensables en la pesca.

Sabía latín, que no había aprendido, y recitaba versos en inglés.

Su estribillo era: por más parques y no menos.

Tenía sentencias propias, escritas en un viejo rastrojero fileteado, adquirido no sabía dónde. He aquí una de ellas:

“La raza es el justo medio. A regularidad, siglo. Cuando las razas degeneran, los superiores avanzan. Degeneración quiere decir exaltación. Un halcón peregrino vuela: los papanatas-sapos abren la boca. Como no pueden volar, se arrastran. Entonces proclaman que el que no hace como ellos, peca”.

Otra máxima: “Seamos prudentes. ¿Qué quiere decir prudencia? Coordinar los medios de modo que nos produzcan el mayor goce posible. Obremos tal como nos sentimos inclinados a obrar; esto es seamos prudentes.

De todos los recuerdos de su vida anterior, sólo conservaba uno sombrío. ¿Mucho tiempo? Sí, ya casi no recordaba cómo había sido.

Era el gracioso del cuerpo. Sus compañeros se burlaban de él, y le pegaban sin motivo alguno. Pero era tan bueno que sonreía dulcemente. Una noche le convidaron a cenar, porque la dama joven, que cumplía años, le tenía compasión.

Era una hermosa fiesta, llena de alegría y de señoras. Cuando entró con su vestido desgarbado, sonriendo con timidez y dulzura, como si quisiera pedir disculpa por su presencia, todos le aclamaron a grandes gritos. Uno le tiró del saco, haciéndole caer para atrás; otro le arrojó vino a la cara, un tercero le embadurnó la cara con pasteles, otros le hicieron caer de rodilla, colgándose de sus hombros. Y así todos, empujándole, maltratándole, sirviendo de juguete a los criollos alegres. Pero él se limpiaba sin protestar, sacudía su ropa, pedía casi perdón por su pobre figura.

Cuando se cansaron de él, abandonándole, fue a sentarse en un rincón, con las manos sobre las rodillas. No hacía ruido, por temor de ofenderles. Miraba la creciente alegría de sus compañeros, siempre en su silla, pues no se atrevía a tomar parte en la fiesta. Por eso cuando el primer actor se le acercó, ofreciéndole una vaso de aloja (fermento del Prosopis), rehusó, apartando dulcemente el vaso.

-¡Que beba! ¡Que beba! -gritaban todos.

-¡Bebe! -repetía el actor.

Pero él insistía en su negativa. Como nunca había bebido, temía le hiciera mal. Acudieron todos: uno le sujetó los brazos, los demás le levantaban la cabeza, tirándole del cabello.

-¡Pero déjenme! -repetía el pobre, debatiéndose- ¿Qué mal les he hecho yo?

-¡Que beba! ¡Que beba! -vociferaban.

Y tuvo que beber, y le abandonaron. Al rato insistieron de nuevo y volvió a beber. Y así, cuatro, cinco, seis vasos de aloja.

Se abría para él un mundo nuevo, una convicción tan serena y sencilla de que él estaba a la altura de sus compañeros, que entró en el grupo de las señoras, dirigiendo –sonriente- frases de fina intención.

Sus ademanes eran gratos, tenía alucinaciones. De pronto se sintió con exquisita potencia de voz, y cantó una romanza galante, marcando con el índice el compás.

No permitió que le aplaudieran sino una vez que se hubo parado sobre una silla. Y entonces, sacando la cadera, aplaudió a su vez con suave gracia.

Luego entró en un período de exaltación amorosa. Abrazaba a las damas y les besaba los ojos. Se colocó un sombrero de mujer, y caminando afeminadamente, exclamó: ¡Ved el amor que pasa! Enseguida bebió sin interrupción una botella de vino.

Tenía sed. Bebió más. Cuando la fiesta hubo concluido, se fue con la primera dama a quien agradaba su estado anormal. Es gracioso, decía. Soy galante, insinuaba él, estrechándola. Estaba completamente desvariado.

Luego no recordaba bien lo que había sucedido. En casa de ella tuvo delirios, horas indiscutibles, en que tal vez la locura hizo presa de él.

Su crimen, por el que fue condenado a cuatro años de prisión –pues se le reconocieron causas atenuantes- le había hecho sufrir al principio, luego le había molestado, después le ocasionó orgullosa ventura. Había llegado, en pos de hondo examen, a la conclusión de que el pasado no existe, y todo individuo deja tras de sí millares de otros individuos que son los que han llevado a cabo las diferentes acciones del yo anterior.

-Con mucho –decía- yo seré un descendiente lejano.

“El que mata” -escribió una vez- “tiene dos yo: el suyo y aquel del cual se apropia. Es un avance a la absoluta individualidad. He observado que todos los que matan violentamente asimilan algunas de las cualidades de la víctima. Esto prueba la necesidad de matar, en la oscura persecución de un modo que falta al yo”. Una vez concluida la carta, la encerró en un sobre y la llevó al correo con esta dirección: Al señor Narcés, guardaparques. Esperó lleno de impaciencia la carta, y cuando la recibió y la hubo leído, exclamó satisfecho: estoy conforme conmigo mismo.

Los años pasaron, y Narcés vivía siempre en su casita del bosque con la suave dulzura de su existencia sin preocupaciones de ninguna clase. No había perdido sus costumbres: su placer consistía, como antes, en el pedacito de papel cuadrado y su monóculo. Pero una mañana se olvidó de colocárselo, y sonriendo con tristeza comprendió que su vida cambiaba.

Aunque Narcés se había deshecho de todo lo que le recordara su vida anterior, y vivía en su pobreza olvidado de todo, guardaba, sin embargo, algunos libros de literatura en los que su juventud había hallado un molde casi perfecto. Dentro de un cajón estaban esos libros; y la madrugada que le vio sin monóculo pasó sobre él, como una mano helada que pasa sobre la frente, y Narcés desenterró esos libros y formó con ellos un espejo en el que su vieja alma no tornó a reflejarse.

Llevaba en su cabeza la verdad literaria de dos mil años, axiomas, teorías y purezas gastados en el silabeo secular, y toda esa llanura de blancos corderos y almas rectanguladas era un antiguo paisaje, para cuya existencia de soñador en voz alta tenía que ser forzosamente precario. Sus ideas de pobre viejo tenían la extravagancia de los grandes esfuerzos que nunca pudieron ser útiles, y la desolación de su vida comenzaba a llorar el vacío de los no gozados amores. Y así la regresión a una edad que estaba muy lejos de ser la suya desequilibró su organismo, y Narcés paseó el cansancio de su esterilidad durante noches enteras entre las cuatro paredes de su cuarto, extendiendo la flaca mano suplicante como un mendigo que llegó retrasado a las reglas distribuciones de amor.

Una mañana de invierno fue al pueblo y entró a una tienda-librería-confitería. Aunque las obras literarias llegaban raramente a aquel perdido rincón, en ese día, sin embargo, el escaparate guardaba dos o tres libros nuevos. La extraña carátula de uno de ellos le llamó la atención: sobre un dibujo atormentante, leyó el título: El Triunfo de la Muerte. Y lo compró y lo leyó en una tarde y una noche. Al otro día tuvo fiebre y se metió en cama.

El ya no podía más.

Las bruscas revelaciones de la obra marcaron el derrotero de su pobre alma sin guía, y todo el tranquilo llanto que enjugara con sus manos cayó sobre el libro, sobre sus viejos vestidos que lloraban con él.

Al cabo de tres días se levantó.

Era de noche, y afuera la borrasca clamaba incesantemente. Con sus manos trémulas encendió fuego y pasó dos horas ordenando los carbones encendidos.

Después se levantó, cogió el libro, y besando el nombre del autor, arrojó al fuego aquellas páginas queridas. La llama se hizo poderosa durante un, minuto, fue disminuyendo en pasajeros recrudecimientos, se apagó, se avivó repentinamente, se extinguió del todo.

Narcés abrió la puerta. Los ceibos y timbós, blancos de nieve, estaban a dos pasos. El frío era agudo en ese raro invierno. A lo lejos aullaba el aguará guazú.

Sin sombrero, sin capa, incaracterístico como una sombra que se hizo viviente sólo para caminar, comenzó la marcha hacia el humedal; los lobos de crin sudamericanos aullaban más cerca.

Narcés se internó en la blanca masa de árboles, lentamente. De pronto los aullidos cesaron, y detrás de Narcés brillaron dos puntitos rojos. Y desaparecieron, Narcés caminaba con la cabeza caída. Al rato había cuatro, La figura del viejo iba decreciendo en la distancia. Al rato había ocho. En las tinieblas se oía un seco castañeteo. Al rato había veinte; y los puntos rojos marchaban detrás de Narcés, en un semicírculo que se acercaba poco a poco, cada vez más cerca, más cerca, a la lejana silueta del viejo heroico que, se perdía seguido de la bandada de lobos.

De Narcés nunca se volvió a saber nada. El señor de los dominios, enterado de su desaparición, puso en su lugar a un guardaparques sensato, grueso, bonachón, que nunca tuvo la ocurrencia de ir en una noche de invierno a pasear por el estero.

Horacio Quiroga



viernes, 19 de agosto de 2011

LA NUBE Y LA DUNA



Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el mar Mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África.
No bien llegaron al continente, el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sáhara. El viento siguió empujándolas en dirección a los bosques del sur, ya que en el desierto casi no llueve.
Entretanto la nuestra decidió desgarrarse de sus padres y de sus más viejos amigos para conocer el mundo.
-¿Qué estás haciendo? -protestó el viento-¡El desierto es todo igual! ¡Regresa a la formación y vámonos hasta el centro de África, donde existen montañas y árboles deslumbrantes!
Pero la joven nube, rebelde por Naturaleza, no obedeció. Poco a poco fue bajando de altitud hasta conseguir planear en una brisa suave, generosa, cerca delas arenas doradas. Después de pasear mucho, se dió cuenta de que una de las dunas le estaba sonriendo.
Vió que ella también era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. Y al momento se enamoró de su cabellera dorada.
-Buenos días -dijo-. ¿Cómo se vive allá abajo?
-Tengo la compañía de las otras dunas, del sol, del viento y de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor, pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive allí arriba?
-También existen el viento y el sol, pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.
-Para mí la vida es corta -dijo la duna-. Cuando el viento vuelva de las selvas, desapareceré.
-¿Y esto te entristece?
-Me da la impresión de que no sirvo para nada.
-Yo también siento lo mismo. En cuanto pase un viento nuevo, iré hacia el sur y me transformaré en lluvia. Mientras tanto, este es mi destino.
La duna vaciló un poco, pero terminó diciendo:
-¿Sabes que aquí en el desierto decimos que la lluvia es el Paraíso?
-No sabía que podía transformarme en algo tan importante -dijo la nube, orgullosa.
-Ya escuché varias leyendas contadas por viejas dunas. Ellas dicen que, después de la lluvia, quedamos cubiertas por hierbas y flores. Pero yo nunca sabré lo que es eso, porque en el desierto es muy dificil que llueva.
Ahora fue la nube la que vaciló. Pero enseguida volvió a abrir su amplia sonrisa:
-Si quieres, puedo cubrirte de lluvia. Aunque acabo de llegar, me he enamorado de ti y me gustaría quedarme aquí para siempre.
-Cuando te ví por primera vez en el cielo también me enamoré -dijo la duna-. Pero si tú transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, terminarás muriendo.
-El amor nunca muere -dijo la nube-. Se transforma. Y yo quiero mostrarte el Paraíso.
Y comenzó a acariciar a la duna con pequeñas gotas.
Así permanecieron juntas mucho tiempo hasta que apareció un arco iris.
Al día siguiente, la pequeña duna estaba cubierta de flores. Otras nubes que pasaban en dirección a África pensaban que allí estaba la parte del bosque que estaban buscando y soltaban más lluvia. Veinte años después, la duna se había transformado en un oasis, que refrescaba a los viajeros con la sombra de sus árboles.
Todo porque, un día, una nube enamorada no había tenido miedo de dar su vida por amor.

Paulo Coelho

domingo, 14 de agosto de 2011

CUENTOS QUE CURAN



Dicen que una vez, en un país cercano, acudió a un hospital un niño muy preocupado.

“¿Y por qué estás aquí?” Preguntó el doctor “¿Puedo hacer algo por ti?”

“¡Estoy seguro que sí!” contestó el niño con gran frenesí.

“Pues ¿qué puedo hacer?, cuál es el problema debo yo saber”.

"No he escuchado un cuento, en ningún momento".

“Es imposible cariño” dijo el doctor al niño

“No he escuchado ni un cuento, juro que no miento”.


“¿De príncipes enamorados o sapos encantados?”

El niño callaba, nada contestaba.

“¿De bellas princesas o hadas traviesas?”

El niño callaba, nada contestaba.


“Para este malestar, no se bien que recetar”

Mirando al doctor muy fijo, el niño muy fuerte dijo:

“Se que además de doctor, es Ud. Un gran lector”

“¡Pues vaya tienes razón, ya encontré la solución!”


“¡Este es un problema grave, enfermera tráigame la llave!”

La enfermera presurosa, le dio la llave maravillosa

Con un poco de temor, miró el niño al doctor

“¿Tiene una llave que cura, como lo hace una vacuna?”


“¿Y qué debería hacer, como remedio beber?”

“¡Pero qué idea tan loca! Haremos ya otra cosa

Pasaremos una puerta que dejaremos abierta”

“¿La sala de operaciones? Tengo miedos a montones”

“Se trata de otro lugar, que también te va a curar"


Mi biblioteca abriré y sus libros te prestaré”

“Leerás hasta cansarte, y así lograré curarte

Pondré a tu disposición, mi valiosa colección”.


El niño entró de su mano y quedó maravillado

El mundo de la lectura, muchos malestares cura

Y el niño así fue feliz, sin comer ni una perdiz

Y colorín colorado, el pequeño fue curado.

Liana Castello

jueves, 4 de agosto de 2011

La leyenda del unicornio.

Leyendas del mundo. Criaturas mitológicas.


La leyenda del unicornio



Muchos años atrás, cuando el mundo era aun muy joven,
salvajes y maravillosas creaturas
corrían libres por todas partes.
El mas hermoso de todos ellos era el Unicornio.


Constantemente perseguido por los poderes mágicos de su cuerno, el Unicornio no era fácil de capturar.
No solo era suave y gentil,
sino también extremadamente rápido,
seguro y agraciado,
lo que frustraba hasta los más expertos casadores.


Pero lo que aseguraba la captura segura del Unicornio,
era la ayuda de una joven e inocente moza.
Pues a la creatura le atraía su pureza,
se acercaba confiado y descansaba su cabeza en las piernas de la joven.


Era así como la indefensa y despreocupada creatura era capturada. Y de esta manera,despues desaparecieron todos los Unicornios.
¡Oh, el mundo ahora lamenta la perdida de este ser tán mágico!
Y ahora que es demasiado tarde,
aun extrañamos su belleza.



jueves, 28 de julio de 2011

LA CASA DE LOS MIL ESPEJOS



Se dice que hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada.
Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al terminar de subir las escaleras se topó con una puerta semiabierta; lentamente se adentró en el cuarto. Para su sorpresa, se dio cuenta que dentro de ese cuarto habían mil perritos más observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos. El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perritos hicieron lo mismo.
Posteriormente sonrió y le ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: "¡Que lugar tan agradable! ¡Voy a venir más seguido a visitarlo!"
Tiempo después, otro perrito callejero entró al mismo sitio y se encontró entrando al mismo cuarto. Pero a diferencia del primero, este perrito al ver a los otros mil perritos del cuarto se sintió amenazado ya que lo estaban viendo de una manera agresiva. Posteriormente empezó a gruñir; obviamente vio como los mil perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron también a él. Cuando este perrito salió del cuarto pensó: "¡Que lugar tan horrible es este! ¡Nunca volveré a entrar allí!"
En el frente de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía: "La casa de los 1000 espejos".
Varias veces he escuchado que "todos los rostros del mundo son espejos"...
¿Como te gustaría enfrentar al mundo?
Decide cual rostro mostrarás y decide llevarlo por dentro......

martes, 12 de julio de 2011

El gato Bigotes.

El gato bigotes. Rima infantil. Literatura infantil y juvenil


El gato bigotes


El gato bigotes no puede comer,

una astilla en la pata le impide correr.

No puede ratones salir a cazar,

tendido en su cama se pone a llorar.


Gaby Higashionna



lunes, 4 de julio de 2011

La leyenda del crespín.

Leyenda de Argentina. Leyendas de América.


La leyenda del crespín



Era un matrimonio de campesinos que se dedicaban a labrar y cultivar la tierra para poder ganar para vivir, pero mientras el hombre era trabajador, paciente y resignado, la mujer era haragana, despreocupada, sobre todo, amiga de los bailes y las bebidas, viviendo el primero, contento con su suerte, mientras que la mujer, malhumorada y triste, le amargaba la vida a cada rato. Un año en que la cosecha era más abundante, que nunca, Crespín sesgaba su trigo bajo el sol de verano, trabajando mas horas de las que podía resistir un hombre, debiendo hacerlo todo el solo, pues su mujer no era capaz de atar una gavilla de trigo.
Un día se enfermo y solicito a su mujer que fuera al pueblo cercano a traerle medicamentos y le recomendó que volviera pronto pues necesitaba sanar lo antes posible para continuar la cosecha, la mujer fue hacia el pueblo y se encontró que en uno de los ranchos del camino estaban de fiesta y se acerco solamente para descansar un rato, pero se fue dejando ganar por la alegría y comenzó a beber, cantar y bailar. El chipá, la caña, los chamamés y polcas despertaron en ella su afición de siempre y se entrego a la diversión ciegamente.
Cuando mas entretenida estaba , la vinieron a llamar, pues su marido se había agravado y reclamaba la presencia de ella, pero lejos de correr en presencia de su moribundo marido, dijo que la vida era corta para divertirse y larga para sufrir. Lo mismo respondió al segundo y tercer día que la vinieron a buscar y avisarle que su marido se moría, y cuando finalmente le avisaron que ya había muerto, no dio importancia y siguió bailando.
Unos vecinos piadosos y condolidos de la suerte del pobre CRESPIN, lo velaron y enterraron sin que la mujer interviniera para nada, tan ocupada estaba en divertirse.
Finalmente, pasados varios días y cuando ya la diversión finalizaba, regreso la mujer a su hogar y se encontró en la más terrible soledad. Lloró y sufrió su pena, y durante varios días y noches deambuló por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de dolor , le pidió a Dios que le diera alas para proseguir su búsqueda, y Dios la convirtió en ave.
Desde entonces, es el pájaro huraño y solitario que en las épocas de las cosechas llama a su compañero con dolido acento: crespín…crespín



miércoles, 22 de junio de 2011

La leyenda del dragón y el ave fénix.

Leyendas de China. Leyendas del mundo.

La leyenda del dragon y el ave fenix

Cuando todavía las aguas no estaban controladas y los ríos en su desborde arrasaban los campos, la diosa madre procreó benéficos descendientes que terminaron ordenando ese caos diluvial.

Trabajando en el control de los ríos, de los lagos, del mar y de las nubes, los brillantes dragones navegaron por las aguas y el cielo. Con zarpas de tigre y garras de águila, rasgaban con estruendo las cortinas de lo alto que chispeando ante el descomunal embate dejaban en libertad a las lluvias.

Ellos dieron cauce a los ríos, contención a los lagos y profundidad a los mares. Hicieron cavernas de las que brotaba el agua y por conductos subterráneos las llevaron muy lejos para que surgieran de pronto, sin que el asalto abrasador del sol las detuviera.

Trazaron las líneas que se ven en las montañas para que la energía de la tierra fluyera, equilibrando la salud de ese cuerpo gigantesco. Y muy frecuentemente tuvieron que luchar con las obstrucciones que provocaban los dioses y los hombres ocupados en sus irresponsables afanes.

De sus fauces brotaba como un humo la niebla, vivificante y húmeda, creadora de mundos irreales. Con sus escamosos cuerpos serpentinos cortaban las tempestades y dividían los tifones. Con sus poderosos cuernos; con sus afilados dientes, ningún obstáculo era suficiente, ningún enredo podía permanecer.

Y gustaban de aparecerse a los mortales. A veces en los sueños, a veces en las grutas, a veces en el borde de los lagos, porque en éstos solían tener sus escondidas moradas de cristal en las que bellos jardines se ornaban con frutos destellantes y con las piedras más preciosas.

El Long inmortal, el dragón celeste, siempre puso su actividad (su Yang) al servicio del Tao y el Tao lo reconoció permitiéndole estar en todas las cosas, desde lo más grande a lo más pequeño, desde el gran universo hasta la partícula insignificante. Todo ha vivido gracias al Long. Nada ha permanecido inmutable salvo el Tao innombrable, porque aún el Tao nombrable muda y se transforma gracias a la actividad del Long. Y ni aún los que creen en el Cielo y el Infierno pueden asegurar su permanencia.

Pero el Long ama al Feng, al ave Fénix que concentra el germen de las cosas, que contrae aquello que el Long estira. Y cuando el Long y el Feng se equilibran el Tao resplandece como una perla bañada en la luz más pura.

No lucha el Long con el Feng porque se aman, se buscan haciendo resplandecer la perla. Por ello, el sabio arregla su vida conforme al equilibrio entre el Dragón y el Fénix que son las imágenes de los sagrados principios del Yang y el Ying.

El sabio se emplaza en el lugar vacío buscando el equilibrio. El sabio comprende que la no-acción genera la acción y que la acción genera la no-acción. Que el corazón de los vivientes y las aguas del mar, que el día y la noche, que el invierno y el verano, se suceden en el ritmo que para ellos marca el Tao.

Al fin de esta edad, cuando el universo haya llegado a su gran estiramiento, volverá a contraerse como piedra que cae. Todo, hasta el tiempo, se invertirá volviendo al principio. El Dragón y el Fénix se reencontrarán. El Yang y el Ying se compenetrarán, y será tan grande su atracción que absorberán todo en el germen vacío del Tao. El cielo es alto, la tierra es baja; con esto están determinados lo creativo y lo receptivo… con esto se revelan los cambios y las transformaciones.

Pero nadie puede saber realmente cómo han sido ni cómo serán las cosas, y si alguien lo supiera no podría explicarlo.
El que sabe que no sabe es el más grande; el que pretende que sabe pero no sabe, tiene la mente enferma. El que reconoce la mente enferma como que está enferma, no tiene la mente enferma. El sabio no tiene la mente enferma porque reconoce a la mente enferma como la mente enferma.

martes, 14 de junio de 2011

EL PLANTADOR DE DATILES



En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Elihau de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Elihau transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

— ¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.

— Contigo –contestó Elihau sin dejar su tarea.— ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?— Siembro –contestó el viejo.

— ¿Qué siembras aquí, Elihau?— Dátiles –respondió Elihau mientras señalaba a su alrededor el palmar.— ¡Dátiles! –repitió el recién llegado, y cerró los ojos como

quien escucha la mayor estupidez comprensivamente

—. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y

vamos a la tienda a beber una copa de licor.— No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...— Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?— No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso ¿qué importa?

— Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.

— Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar estos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido,vale la pena terminar mi tarea.

— Me has dado una gran lección, Elihau, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me has dado –

y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.

— Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto, y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

— Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.

— Y a veces pasa esto – siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas —: sembré para no cosechar y antes determinar de sembrar ya coseché no sólo una, sino dos veces.

— Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...