lunes, 23 de abril de 2012

EL ABUELO, EL NIETO Y EL BURRO

Francisco J. Briz Hidalgo
Un abuelo y su nieto salieron de viaje con un burro. El nieto había pasado las vacaciones con su abuelo y ahora volvía a casa de sus padres para empezar nuevamente el colegio. A ratos, el abuelo o el nieto se subían al burro y así iban haciendo el viaje más cómodo.

El primer día de viaje llegaron a un pueblo. En ese momento el abuelo iba sentado sobre el burro y el nieto iba caminando al lado.
Al pasar por la calle principal del pueblo algunas personas se enfadaron cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando. Decían:
- ¡Parece mentira! ¡Qué viejo tan egoísta! Va montado en el burro y el pobre niño a pie.

Al salir del pueblo, el abuelo se bajó del burro. Llegaron a otro pueblo. Como iban caminando los dos junto al burro, un grupo de muchachos se rió de ellos, diciendo:
- ¡Qué par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarse, van los dos andando.
Salieron del pueblo, el abuelo subió al niño al burro y continuaron el viaje.

Al llegar a otra aldea, la gente exclamó escandalizada:
- ¡Qué niño más maleducado! ¡Qué poco respeto! Va montado en el burro y el pobre viejo caminando a su lado.

En las afueras de la aldea, el abuelo y el nieto se subieron los dos al burro. Pasaron junto a un grupo de campesinos y éstos les gritaron:
- ¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tenéis corazón? ¡Vais a reventar al pobre animal!

El anciano y el niño se cargaron al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente acudió de todas partes. Con grandes risotadas los pueblerinos se burlaban diciendo:
- ¡Qué par de tontos! Nunca hemos visto gente tan tonta. Tienen un burro y, en lugar de montarse, lo llevan a cuestas.

Al salir del pueblo, el abuelo después de pensar un buen rato le dijo a su nieto:
- Ya ves que hay que tener opinión propia y no hacer mucho caso de lo que diga la gente.

lunes, 16 de abril de 2012

El Ratón Enriqueto

Autor: D.R.A
Enriqueto era un ratoncito tímido, de pelaje negro, dientes torcidos, ojos bizcos y orejas muy pequeñas. Se quedó huérfano de padre y madre y creció en compañía de otros ratones que hacían lo que podían para sobrevivir en un mercado de la ciudad.
El día de Nochebuena, como de costumbre tenían hambre y decidieron salir a buscar comida entre los desperdicios de los contenedores de basura que la gente iba llenando alrededor del mercado. Nuestro amigo Enriqueto, que era muy hábil para detectar olores y sabores, era el jefe de la cuadrilla de buscadores y el que más y mejor comida conseguía para la familia ratonil. Esa mañana logró reunir trozos de jamón, pizza, chorizo, frijoles, nachos, platanitos cocidos, pan francés y unas cuantas galletas navideñas.
- ¡Qué placer!, dijo Enriqueto.
Todos sus amigos se reunieron y empezaron su banquete navideño. Comieron hasta que casi reventaban sus panzas rechonchas y peluditas.
Al filo de las 8 de la noche, ya ni se movieron en sus cuevas de lo llenos que estaban. Sin embargo, Enriqueto decidió salir a ver si conseguía algo de postre. Cuando estaba por allí merodeando ¡¡¡PUM!!!... lo atropelló un carro.... Salió disparado al otro lado de la carretera y notó que algo caliente le salía del cuerpo.
- ¡Tiene que ser sangre! ¡Dios mío...me estoy muriendo...! ¿A dónde iré a parar?: al cielo de los ratones o allí abajo ¿donde se asan?... empezó a pensar Enriqueto.
En esas estaba cuando ya no sintió nada más y se desmayó.... Cuando por fin abrió sus ojos, se vio rodeado de ratones vestidos de blanco, y dijo:
- "¡Entonces sí me morí y debo estar en el cielo!".
De pronto uno de ellos le habló, diciendo:
- ¡Querido Enriqueto...por fin abriste tus ojos...estás vivo!
Un buen susto fue el que se llevó Enriqueto. Y lo que realmente había pasado fue que cuando sus compañeros oyeron que un coche se había estrellado contra el contenedor de basura que esculcaba Enriqueto, le vieron tendido en la acera. Inmediatamente lo cogieron y se lo llevaron a su cueva, le frotaron con alcohol el pecho, le estiraron las patas y lo calentaron con mentol y prendieron velitas para que le dieran calor.
Enriqueto, al verse vivo, no paraba de llorar de la alegría y juró no volver a portarse mal y ser tan glotón y comilón.
Moraleja: La gula no es buena, siempre nos meterá en problemas. Come con moderación y da gracias a Dios por lo que envía a tu mesa.