domingo, 27 de diciembre de 2009

Mi gato duerme con los ojos abiertos.

Poesía para niños. Poesías de animales. Poemas. Poemas versos cortos.

Mi gato duerme
con los ojos abiertos
¿será por eso que ronca
cuando está despierto?

A mi gato le gusta
pasear de mañana,
de noche se entretiene
tejiendo lagañas.

A mi gato le encanta
tomar tereré
mientras marca el paso
de un chamamé.

En verano, mi gato
anda en ojotas,
el calor le pone
los pies en compota.

Y en la tardecita
bucea en un plato
¿será que está loco
o es un pez, mi gato?

Mi gato duerme
con los ojos abiertos:
¿será que vigila
cuando yo me duermo?

Fin


Autora: Silvia Beatriz Calderon
Escritora comunidad encuentos

domingo, 20 de diciembre de 2009

Juguetes.

Escritora Española.

Era una tarde lluviosa y Pedrito estaba en casa de sus abuelos. Su abuelo estaba durmiendo una siesta muy larga. La abuela estaba cosiendo frente a la tele, y Pedrito ya se había cansado de leer, y de pintar, y de jugar con su consola. No sabía qué más hacer y se aburría, se aburría y se aburría mirando las gotas de lluvia en la ventana.

La abuela, cansada de oírlo gruñir y quejarse continuamente de la lluvia, le dijo que subiera al desván, que estaba lleno de cosas viejas y que igual encontraba algo con lo que divertirse.

Pedrito no se lo pensó dos veces. Subió corriendo las escaleras recordando todas las cosas que había visto aquella vez que ayudó al abuelo a hacer limpieza en el desván: arcones llenos de ropa antigua, misteriosas cajas cerradas, sillas desvencijadas, animales disecados, figuritas desportilladas, un montón de cosas para revolver…

Y a revolver se puso en cuanto llegó. Abrió arcones y cajas, movió sillas y desordenó ropas y papeles. Y cuando más entretenido estaba… ¡Bum! Un golpe muy fuerte le hizo dar un salto.

El golpe había sonado detrás de las cajas y Pedrito, despacito, se acercó a ver qué era.

- ¿Qué podrá ser? – Pensaba - ¿Un ratón? Nunca había visto ratones en casa de los abuelos… ¿Una cucaracha gigante? No, esas cosas sólo existían en las películas… ¿Un duende despistado? No, los duendes sólo estaban en los cuentos.

No, no era nada de eso lo que había provocado el golpe. Lo que Pedrito encontró tras las cajas fue un montón de juguetes: un camión de madera rojo, un caballo de cartón, una muñeca de trapo, un cochecito de bebé, una peonza, una comba, una pelota amarilla y alguna cosa más… Los juguetes se veían viejos y estropeados pero eso no le importó a Pedrito que jugó con ellos durante el resto de la lluviosa tarde.

Horas más tarde, camino de casa, Pedrito le contó a su papá lo de los juguetes y su papá le dijo que lo más probable es que fueran de sus abuelos, que seguramente ni recordaban que estaban ahí y que igual les hacía ilusión volver a verlos.

De repente, Pedrito, que llevaba varios días pensando en qué podía regalar a sus abuelos para su aniversario, tuvo una idea fantástica: reparar aquellos juguetes para ellos. Y le preguntó a su papá si le ayudaría a sacarlos a escondidas de casa de los abuelos y luego a pintarlos y arreglarlos. A su papá le pareció una gran idea y, dicho y hecho, el siguiente día que fueron a ver a los abuelos sacaron los juguetes sin que ellos se enteraran y los llevaron a casa.

Durante días y días Pedrito y su papá trabajaron pintando, y cosiendo, y atornillando, y golpeando y, en fin, arreglando los juguetes y dejándolos tan bonitos como recién comprados. Durante aquellos días, el niño vio en los ojos de su padre un extraño brillo, una pequeña luz que salía de sus ojos, pero pensó que eran imaginaciones suyas y no dijo nada.

Tras unas semanas de trabajo, por fin, acabaron de arreglar los juguetes, los envolvieron en un precioso papel de regalo y su papá le ayudó a transportarlos hasta la casa de sus abuelos y a meterlos dentro antes de marcharse a trabajar.

Cuando los abuelos comenzaron a desempaquetar los juguetes, sus ojos se llenaron de luz. Una sonrisa les llenó la cara y una pequeña y brillante lágrima comenzó a rodar primero, por la mejilla de la abuela y luego, por la mejilla del abuelo.

Y aquellas dos pequeñas lágrimas se fueron haciendo cada vez más y más brillantes. Tan brillantes que, durante un momento, Pedrito no pudo ver nada.

El niño no supo qué estaba ocurriendo hasta que, por fin, el resplandor desapareció y, en lugar de encontrarse con las caras llenas de arrugas de sus abuelos, se encontró con una niña que mecía una muñeca en sus brazos y un niño montado en el caballo de cartón.

Era tanta la felicidad que sus abuelos habían sentido al ver sus antiguos juguetes y era tanta la felicidad que los juguetes habían sentido al estar de nuevo con sus dueños que se creó una nube de magia lo suficientemente poderosa como para devolverles a la niñez.

Y aquella tarde, la casa de sus abuelos estuvo llena de risas y gritos y canciones infantiles. Y la magia duró hasta que llegó la hora de guardar los juguetes porque su papá estaba a punto de llegar. En ese momento, sus abuelos volvieron a ser adultos pero no les importó porque sabían que, cada vez que sacaran aquellos juguetes para jugar con Pedrito, la magia volvería a producirse y volverían a ser niños.

Y sus abuelos le dieron las gracias a Pedrito por hacerles el regalo más bello de su vida.

De esta forma aprendió Pedrito que todos los juguetes tienen algo de magia.

Y aprendió también que, si se fijaba bien en los ojos de los adultos podía ver, allá en el fondo, un niño (o una niña) que lo saludaban con la mano y le sonreían.

Y que era cuestión de encontrar la magia adecuada para sacar a esos niños del interior de los adultos.

Y cuando Pedrito se hizo mayor, siempre que se sentía un poco triste, usaba esa magia para transformarse en niño y jugar y ver la vida con ojos infantiles y recuperar la ilusión, la fantasía y las risas.

Fin

viernes, 11 de diciembre de 2009

Mi ensalada.

Rima. Rimas infantiles. Rimas para niños. Textos infantiles.

Mi ensalada. Poesía

En casa de mi abuela
aprendí a preparar
una rica ensalada
que te voy a invitar.

Mezclo lechuga, cebolla
y pepino también,
luego un rojo tomate
que seleccioné bien.
Añado zanahoria
para la visión,
eso lo aprendí
viendo televisión.

Un chorrito de aceite
con jugo de limón
que dicen es bueno
para la digestión;
una pizca de pimienta
otra pizca de sal
y con esta ensalada
no tengo rival.

Muchos vegetales
me voy a comer,
porque fuerte y sano
yo quiero crecer.

Ahora me quito
y cuelgo
el delantal
porque este gran verso
llegó al final.

Autor: Gaby Higashionna

viernes, 4 de diciembre de 2009

Los caracoles.

Escritor de Argentina. Cuentos educativos de animales.

Cuando yo era chica, me encantaba ir, con mis hermanas, a la casa de mi abuela. Pasábamos el día (generalmente los sábados o los feriados) entretenidos en muchas cosas. Además, en lo de mi abuela podíamos hacer cosas que no hacíamos en casa. Por ejemplo, mirábamos televisión (aunque les parezca mentira, en mi casa no había televisor); tomábamos gaseosas, comíamos salamines y tomábamos una sopa de verduras, porotos y fideos, hecha por ella, que era riquísima.
Y no era riquísima porque le ponía un condimento especial; si no porque la preparábamos entre todos, mi abuela y mis hermanas, sentadas en el patio, bajo la sombra de un árbol.
En el patio, había una pared que quedaba medio escondida por las frondosas plantas del jardín y casi no le llegaba la luz de sol.
Una pared que tenía algo especial; por ella trepaban un montón de caracoles.
¿Vieron cómo hacen los caracoles para trepar por las paredes? Su cuerpito de babosa les permite adherirse a los ladrillos, o al revoque, aunque vayan desplazándose verticalmente para arriba, y caminan, con su casita a cuestas, sin cansarse.
A la hora de la siesta, íbamos hasta la pared y nos entreteníamos de mil maneras distintas. Una de ellas era imaginar que los caracoles estaban participando en una carrera; cada una elegía el suyo para alentarlo y esperábamos a que llegaran a la meta para saber quién ganaba.
Otras veces, les poníamos nombres y armábamos historias suponiendo que algunos eran amigos o que otros formaban una familia.
Si caminaban varios juntos, suponíamos que eran una expedición que andaba por un desierto buscando un oásis.
Cierta vez, a una de mis hermanas se le ocurrió agarrar un caracol que estaba llegando a la cima de la pared y lo llevó hasta abajo. Sin em-bargo, esa situación no lo desanimó y volvió a trepar.
A partir de ese día, a mí, siempre me llamó la atención el comportamiento que tenían cuando agarrábamos al que había subido más alto, y, ¡zás!, lo poníamos abajo de todos los demás. No importaba cuántas veces lo hiciéramos con el mismo caracol o si el elegido era grande o pequeño; todos reaccionaban igual.
Con lentitud pero con insistencia, volvían a comenzar la subida, no se daban por vencidos, lo intentaban una y otra vez, hasta que llegaban hasta arriba y podían descansar.

Fin

Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.

De María Inés Casalá y Juan Carlos Pisano