jueves, 23 de abril de 2009

Pajaritos en la cabeza.


Habrá sido por la repetida frase de su madre: "Tenés pajaritos en la cabeza" o quizás, por la frondosa y enrulada cabellera de Paula, pero lo cierto es que un día, a Paula, le anidó un pajarito en la cabeza.

Como en el cuento "La escuela de las hadas", pero esta vez, no hubo Merlín ni sombrero invertido en la cabeza. Simplemente ocurrió. Un día Paula estaba en la plaza, sentada al borde del arenero, un tanto aburrida por la falta de hamacas disponibles, y casi sin que se diera cuenta, se le posó un pajarito en la cabeza, hurgó con el pico entre sus rulos y fue llevando de uno a uno, palitos y pelusas.

Cuando terminó su obra, que más de un arquitecto envidiaría, Paula tenía plantado en la cabeza al pajarito con su nido.

Imaginen semejante obra de arte, diseñada a prueba de sismos, porque no solo hay que construir un nido, sino que además hay que hacerlo sobre una cabeza, ¡Y qué digo una cabeza! ¡Sobre todo una cabeza en un cuerpo como el de Paula, un terremoto en miniatura!

Así andaba Paula, feliz como perro con dos colas, con un nido de palitos y pelusas y un pajarito cantor en la cabeza.

Este suceso le parecía un poco inesperado, sorprendente quizás, pero de ninguna forma suponía que podía provocar tamaño ataque de nervios, como el que tuvo su madre al verla llegar a su casa.

- ¡Te lo dije! - dijo su mamá - ¡Te lo dije! - insistió en un grito - ¡Te dije que tenías pajaritos en la cabeza y ahora tenés uno de verdad!

El grito de su madre, hizo callar al pajarito y lo puso a temblar como una hoja en el viento. Pero a Paula, esas palabras, como casi todas las que decía su madre, le entraron por un oído y le salieron por el otro. Ella estaba encantada de tener un pajarito en la cabeza y lo miraba a través del espejo, porque hasta ahora, solo había logrado pispearlo revoleando los ojos.

El pajarito no era un hornero, todos sabemos que los horneros construyen su casa con barro, pero la tierra que tenía Paula en la cabeza, que tampoco era tanta, no la había llevado el pajarito. No era tan gordo como una paloma, ni cantaba como un canario. Era un pajarito común por fuera, pero tan original por dentro, como para elegir la cabeza de Paula para anidar.

Si antes Paula andaba distraída, se olvidaba de hacer la tarea, de tender su cama y se confundía al poner la mesa, imaginen ahora, con un pajarito en la cabeza. Abría la heladera, y se quedaba paralizada, intentando recordar si tenía sed o hambre; llamaba a su amiga Fernanda y luego de un segundo de silencio le preguntaba: ¿Para qué te llamé? ¡Hasta se olvidaba de darle de comer a su gato Pérez!, que miraba al pajarito, con esa semi sonrisa deseosa, que precede al zarpazo.

Un día, su madre se sentó ceremoniosamente al borde de la cama de Paula y con aire serio, como hacía cada vez que se traía algo gordo entre manos, comenzó a decir:

- Paula, vos sabés que con tu padre, estamos pensando hace tiempo, que esta casa....

- Ya sé - la interrumpió Paula - vamos a mudarnos ¿no?

- ¿Y cómo lo sabés? - preguntó sorprendida su mamá, que se había cuidado muy bien de no conversar del tema delante de ella

- Me lo contó un pajarito - dijo Paula

- ¿Qué pajarito? - dijo su madre elevando la voz - ¿Este pajarito? y miró la cabeza de su hija con gesto despreciativo.

- Será ... - contestó Paula - dejando suspendida la intriga en el aire.

Así, de forma casual, Paula descubrió que su pajarito, además de cantor, era un chismoso, como todos los pajaritos, pero sobre todo, los pajaritos que anidan en las cabezas.

Lo que no lograba descubrir era de qué forma mágica le eran transmitidos los chismes, porque el pajarito cantaba, pero de hablar.... ni mu.

Paula se enteró así, de muchas cosas. Por empezar, que su amiga Fernanda había robado del quiosco dos chupetines.

Que los hubiera robado, la verdad, la tenía sin cuidado. El punto era que en vez de convidarla a ella, le había regalado el chupetín a Leopoldo, porque Fernanda estaba muerta con Leopoldo, que por otro lado, no le daba ni la hora. Esto último también se lo contó el pajarito.

También se enteró de que Sonia, su maestra, que reprendía siempre a los chicos que gritaban, en su casa, no hacía otra cosa que gritarle a su marido. Que su padre se levantaba de noche a comerse las sobras de la heladera y lo negaba cuando su madre notaba los faltantes. Que su madre ponderaba los peinados de peluquería que se echaba la tía Etelvina, pero muy en su interior le parecían el colmo del mal gusto y también que su tío Paco faltaba al trabajo alegando enfermedad y andaba más fresco que una lechuga, tirado debajo del auto, arreglando el motor toda la santa tarde, en vez de cumplir con el deber de llevar "el pan a la mesa" según palabras de su tía.

-Una porquería - pensó Paula al ir enterándose de uno en uno, los secretos ajenos - no esta bueno mentir, pero tampoco ser chismoso, y mucho menos desayunarse así, a quemarropa, de tantas verdades que la gente oculta.

Muy bien, también dedujo, que algún otro pajarito, anidado en la cabeza de sabe Dios quién, podría develar sus propias mentiras. Pero se tranquilizó, cuando a fuerza de recordar y recordar, solo encontró en su memoria unas pocas mentiritas al pasar, como decir que se había lavado los dientes o había hecho la tarea, cuando no era cierto. Comparadas con algunas otras, sus mentiras eran pequeñas, y como dicen los adultos, hasta piadosas.

Al final, el pajarito, que tan tierno le parecía en un principio, le traía problemas, andaba como en Babia todo el día y se enteraba de cosas que la incomodaban. Porque saber la verdad siempre y todo el tiempo, tiene sus consecuencias.

Resultó evidente que el pajarito, más que chismoso, era adivino, porque mientras Paula discurría para sus adentros sobre estos temas, el pajarito dijo algo parecido a "Mmjú" con tono ofendido, y echó a volar, para nunca más volver.

Mientras Paula se sacaba frente al espejo el nido abandonado de palitos y pelusas y limpiaba sus rulos con jabón bajo el agua, se dio cuenta de que muy al revés de lo que dicen, algunas verdades, duelen y ofenden y las no confesadas, incomodan. Alcanza solo con saber lo que la gente quiere contar.

Por las dudas y de ahi en más, se ocupó muy bien de hacer la tarea y lavarse los dientes, pero sobre todo, de no permitir que algún otro pajarito chismoso le anidara otra vez en la cabeza.

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