viernes, 4 de diciembre de 2009

Los caracoles.

Escritor de Argentina. Cuentos educativos de animales.

Cuando yo era chica, me encantaba ir, con mis hermanas, a la casa de mi abuela. Pasábamos el día (generalmente los sábados o los feriados) entretenidos en muchas cosas. Además, en lo de mi abuela podíamos hacer cosas que no hacíamos en casa. Por ejemplo, mirábamos televisión (aunque les parezca mentira, en mi casa no había televisor); tomábamos gaseosas, comíamos salamines y tomábamos una sopa de verduras, porotos y fideos, hecha por ella, que era riquísima.
Y no era riquísima porque le ponía un condimento especial; si no porque la preparábamos entre todos, mi abuela y mis hermanas, sentadas en el patio, bajo la sombra de un árbol.
En el patio, había una pared que quedaba medio escondida por las frondosas plantas del jardín y casi no le llegaba la luz de sol.
Una pared que tenía algo especial; por ella trepaban un montón de caracoles.
¿Vieron cómo hacen los caracoles para trepar por las paredes? Su cuerpito de babosa les permite adherirse a los ladrillos, o al revoque, aunque vayan desplazándose verticalmente para arriba, y caminan, con su casita a cuestas, sin cansarse.
A la hora de la siesta, íbamos hasta la pared y nos entreteníamos de mil maneras distintas. Una de ellas era imaginar que los caracoles estaban participando en una carrera; cada una elegía el suyo para alentarlo y esperábamos a que llegaran a la meta para saber quién ganaba.
Otras veces, les poníamos nombres y armábamos historias suponiendo que algunos eran amigos o que otros formaban una familia.
Si caminaban varios juntos, suponíamos que eran una expedición que andaba por un desierto buscando un oásis.
Cierta vez, a una de mis hermanas se le ocurrió agarrar un caracol que estaba llegando a la cima de la pared y lo llevó hasta abajo. Sin em-bargo, esa situación no lo desanimó y volvió a trepar.
A partir de ese día, a mí, siempre me llamó la atención el comportamiento que tenían cuando agarrábamos al que había subido más alto, y, ¡zás!, lo poníamos abajo de todos los demás. No importaba cuántas veces lo hiciéramos con el mismo caracol o si el elegido era grande o pequeño; todos reaccionaban igual.
Con lentitud pero con insistencia, volvían a comenzar la subida, no se daban por vencidos, lo intentaban una y otra vez, hasta que llegaban hasta arriba y podían descansar.

Fin

Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.

De María Inés Casalá y Juan Carlos Pisano

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