martes, 28 de abril de 2009

La curiosidad no mata gatos.

Cuentos de animales. Cuentos para niños. Literatura.

Cuento la curiosidad no mata gatos

Cierto día, Álvaro escuchó en la tele que “la curiosidad mató al gato”. Por eso, cuando su tía Begoña dijo muy seria que todo el mundo debería tener “curiosidad”, no supo qué pensar. Quizá a su tía no le gustaban los gatos, y quería que hubiera muchas “curiosidades” que acabasen con todos los mininos del mundo.

Lo primero que hizo Álvaro cuando llegó a casa, fue encerrar a su gato Micifú en una caja de cartón. No iba a consentir que cualquiera de esas “curiosidades” encontrase a Micifú y acabara con él.

Los padres de Álvaro, extrañados de no haber visto al gato en toda la tarde, salieron al patio y le llamaron:

-Micifú, bisbisbisbis, Micifú, bisbisbisbis.

El gato, que oyó la voz de sus dueños, comenzó a maullar dentro de la caja de cartón. El padre de Álvaro lo sacó de allí y preguntó:

-¿Pero quién ha metido a Micifú en esa caja de cartón?

-He sido yo, papá -contestó Álvaro.

-¡No ves que casi se ahoga! ¿Por qué lo has hecho?

Álvaro contó a sus padres todo lo que había oído acerca de la “curiosidad”, y éstos, después de reírse un buen rato, le dijeron:

-La curiosidad es sólo el deseo de ver, de conocer lo que no sabemos. Es muy importante tener curiosidad por las cosas. Y recuerda siempre que la “curiosidad” no mata gatos.

Aunque Álvaro siempre creía lo que decían sus padres, durante muchos días no perdió de vista a su gato Micifu…

José Luis Baños Vegas

jueves, 23 de abril de 2009

Pajaritos en la cabeza.


Habrá sido por la repetida frase de su madre: "Tenés pajaritos en la cabeza" o quizás, por la frondosa y enrulada cabellera de Paula, pero lo cierto es que un día, a Paula, le anidó un pajarito en la cabeza.

Como en el cuento "La escuela de las hadas", pero esta vez, no hubo Merlín ni sombrero invertido en la cabeza. Simplemente ocurrió. Un día Paula estaba en la plaza, sentada al borde del arenero, un tanto aburrida por la falta de hamacas disponibles, y casi sin que se diera cuenta, se le posó un pajarito en la cabeza, hurgó con el pico entre sus rulos y fue llevando de uno a uno, palitos y pelusas.

Cuando terminó su obra, que más de un arquitecto envidiaría, Paula tenía plantado en la cabeza al pajarito con su nido.

Imaginen semejante obra de arte, diseñada a prueba de sismos, porque no solo hay que construir un nido, sino que además hay que hacerlo sobre una cabeza, ¡Y qué digo una cabeza! ¡Sobre todo una cabeza en un cuerpo como el de Paula, un terremoto en miniatura!

Así andaba Paula, feliz como perro con dos colas, con un nido de palitos y pelusas y un pajarito cantor en la cabeza.

Este suceso le parecía un poco inesperado, sorprendente quizás, pero de ninguna forma suponía que podía provocar tamaño ataque de nervios, como el que tuvo su madre al verla llegar a su casa.

- ¡Te lo dije! - dijo su mamá - ¡Te lo dije! - insistió en un grito - ¡Te dije que tenías pajaritos en la cabeza y ahora tenés uno de verdad!

El grito de su madre, hizo callar al pajarito y lo puso a temblar como una hoja en el viento. Pero a Paula, esas palabras, como casi todas las que decía su madre, le entraron por un oído y le salieron por el otro. Ella estaba encantada de tener un pajarito en la cabeza y lo miraba a través del espejo, porque hasta ahora, solo había logrado pispearlo revoleando los ojos.

El pajarito no era un hornero, todos sabemos que los horneros construyen su casa con barro, pero la tierra que tenía Paula en la cabeza, que tampoco era tanta, no la había llevado el pajarito. No era tan gordo como una paloma, ni cantaba como un canario. Era un pajarito común por fuera, pero tan original por dentro, como para elegir la cabeza de Paula para anidar.

Si antes Paula andaba distraída, se olvidaba de hacer la tarea, de tender su cama y se confundía al poner la mesa, imaginen ahora, con un pajarito en la cabeza. Abría la heladera, y se quedaba paralizada, intentando recordar si tenía sed o hambre; llamaba a su amiga Fernanda y luego de un segundo de silencio le preguntaba: ¿Para qué te llamé? ¡Hasta se olvidaba de darle de comer a su gato Pérez!, que miraba al pajarito, con esa semi sonrisa deseosa, que precede al zarpazo.

Un día, su madre se sentó ceremoniosamente al borde de la cama de Paula y con aire serio, como hacía cada vez que se traía algo gordo entre manos, comenzó a decir:

- Paula, vos sabés que con tu padre, estamos pensando hace tiempo, que esta casa....

- Ya sé - la interrumpió Paula - vamos a mudarnos ¿no?

- ¿Y cómo lo sabés? - preguntó sorprendida su mamá, que se había cuidado muy bien de no conversar del tema delante de ella

- Me lo contó un pajarito - dijo Paula

- ¿Qué pajarito? - dijo su madre elevando la voz - ¿Este pajarito? y miró la cabeza de su hija con gesto despreciativo.

- Será ... - contestó Paula - dejando suspendida la intriga en el aire.

Así, de forma casual, Paula descubrió que su pajarito, además de cantor, era un chismoso, como todos los pajaritos, pero sobre todo, los pajaritos que anidan en las cabezas.

Lo que no lograba descubrir era de qué forma mágica le eran transmitidos los chismes, porque el pajarito cantaba, pero de hablar.... ni mu.

Paula se enteró así, de muchas cosas. Por empezar, que su amiga Fernanda había robado del quiosco dos chupetines.

Que los hubiera robado, la verdad, la tenía sin cuidado. El punto era que en vez de convidarla a ella, le había regalado el chupetín a Leopoldo, porque Fernanda estaba muerta con Leopoldo, que por otro lado, no le daba ni la hora. Esto último también se lo contó el pajarito.

También se enteró de que Sonia, su maestra, que reprendía siempre a los chicos que gritaban, en su casa, no hacía otra cosa que gritarle a su marido. Que su padre se levantaba de noche a comerse las sobras de la heladera y lo negaba cuando su madre notaba los faltantes. Que su madre ponderaba los peinados de peluquería que se echaba la tía Etelvina, pero muy en su interior le parecían el colmo del mal gusto y también que su tío Paco faltaba al trabajo alegando enfermedad y andaba más fresco que una lechuga, tirado debajo del auto, arreglando el motor toda la santa tarde, en vez de cumplir con el deber de llevar "el pan a la mesa" según palabras de su tía.

-Una porquería - pensó Paula al ir enterándose de uno en uno, los secretos ajenos - no esta bueno mentir, pero tampoco ser chismoso, y mucho menos desayunarse así, a quemarropa, de tantas verdades que la gente oculta.

Muy bien, también dedujo, que algún otro pajarito, anidado en la cabeza de sabe Dios quién, podría develar sus propias mentiras. Pero se tranquilizó, cuando a fuerza de recordar y recordar, solo encontró en su memoria unas pocas mentiritas al pasar, como decir que se había lavado los dientes o había hecho la tarea, cuando no era cierto. Comparadas con algunas otras, sus mentiras eran pequeñas, y como dicen los adultos, hasta piadosas.

Al final, el pajarito, que tan tierno le parecía en un principio, le traía problemas, andaba como en Babia todo el día y se enteraba de cosas que la incomodaban. Porque saber la verdad siempre y todo el tiempo, tiene sus consecuencias.

Resultó evidente que el pajarito, más que chismoso, era adivino, porque mientras Paula discurría para sus adentros sobre estos temas, el pajarito dijo algo parecido a "Mmjú" con tono ofendido, y echó a volar, para nunca más volver.

Mientras Paula se sacaba frente al espejo el nido abandonado de palitos y pelusas y limpiaba sus rulos con jabón bajo el agua, se dio cuenta de que muy al revés de lo que dicen, algunas verdades, duelen y ofenden y las no confesadas, incomodan. Alcanza solo con saber lo que la gente quiere contar.

Por las dudas y de ahi en más, se ocupó muy bien de hacer la tarea y lavarse los dientes, pero sobre todo, de no permitir que algún otro pajarito chismoso le anidara otra vez en la cabeza.

martes, 21 de abril de 2009

Micaela y el hada de la obediencia

Aprender a leer. Cuentos para niños. Cuentos para pensar.

Cuento Micaela y el hada de la obediencia

Este es el país de los cuentos, hoy día Micaela ha llegado hasta aquí buscando algo, ¿qué será?…

• ¡Hola, soy Micaela!

• Hola!!!!, respondió el ratón Brillo Dorado,- mientras apuntaba en su libreta de notas con su gran lápiz también dorado.

• ¿Qué haces?,- preguntó Micaela,

• Tengo que anotar a todos los visitantes, eres la visitante número 3.

• ¿número 3?, pensé que aquí venían muchos niños y niñas de todo el mundo.

• Tienes razón, en realidad ese es mi número favorito, ji,ji,ji, se rió Brillo Dorado,- y ¿qué hacés por aquí?, éste es un lugar muy lejano.

• Mamá me ha enviado, estoy buscando al Hada de la obediencia, necesito hablar con ella.

• Pues hoy es tu día de suerte, yo te llevaré, dijo Brillo Dorado.

Es así como juntos emprendieron el viaje. Subieron sobre unas nubes que los transportaron por el cielo y durante el trayecto adoptaban diversas formas, eran hermosas!.

Luego, bajaron cerca de un río con aguas cristalinas , treparon sobre una hoja de eucalipto, y se dejaron llevar por las aguas hasta la próxima orilla, todo era muy divertido!.

Al final del camino había un castillo muy pero muy pequeñito y Brillo Dorado dijo:

• Aquí es, ya llegamos, yo puedo entrar porque soy pequeño pero tú necesitas pasar por la prueba de la humildad.

• La prueba de la humildad, cómo es eso? preguntó Micaela.

• Solo párate frente a la puerta y si tu corazón tiene dentro el sentimiento de humildad te harás pequeña y podrás entrar.

• Y si no resulta., tengo miedo Brillo Dorado- dijo Micaela.

• No te preocupes eres una buena niña, todo saldrá bien.

Entonces Micaela se paró frente a la puerta del pequeño castillo y de pronto como por arte de magia se hizo tan pequeña que pudo entrar fácilmente.

- Qué bueno, ya estamos adentro, se alegró Micaela,-vamos a buscar al Hada de la Obediencia, amigo ratoncillo.

En medio de un gran altar estaba el Hada de la Obediencia, linda como una mariposa y con una sonrisa hermosa.

• Hola Micaela que te trae por aquí?, preguntó el Hada.

• Cómo está usted señora Hada, necesito saber el secreto de la obediencia pues me está resultando difícil ser obediente con mamá.

• Es fácil querida amiga, recuerdas las nubes que te trajeron y el río en el que navegaste hasta acá?

• Sí, lo recuerdo.

• Pues ser obediente es ser como las nubes que pasan adoptando la forma que el viento les da, son hermosas y pueden ir fácilmente a cualquier lugar. También ser obediente es ser como el agua que fluye, que corre hacia abajo y llega al océano. Ser obediente es hacer lo que nos toca hacer pero con el corazón.

• Aquel que es obediente tiene ventaja ante Dios, no es una tarea fácil pero te ayudará mucho escuchar y aceptar las opiniones de los demás.

Y luego voló hasta donde estaba Micaela, le dio un enorme abrazo y salió por la ventana a posarse sobre unas nubes que pasaban por allí.

Micaela cerró los ojos y apareció en su cuarto, ese día aprendió mucho.

Fabiola Osorio Dominguez

martes, 14 de abril de 2009

Cucufata.

Cuentos infantiles. Cuentos cortos. Literatura y cuentos.

El cuento de la hormiga Cucufata

NARRADOR: Una mañana caminaba una hormiga, se llamaba Cucufata y buscaba comida. Tenía que llevarla al hormiguero cuya puerta era un gran agujero. De pronto encontró algo muy apetitoso, lo quiso coger, pero pesaba más que un oso. Intentó tirar, pero la cosa iba mal. Lo rodeó y lo empujó, pero aquello no se movió. Como sola no podía, fue a llamar a sus amigas. Se fue corriendo porque estaba anocheciendo. Cuando llegó, fuerte gritó:
CUCUFATA: He encontrado un bocado exquisito, pero pesa mucho el maldito. Y por mucho que lo he intentado ni siquiera lo he meneado.
HORMIGA MIGA: No perdamos el tiempo hablando y vamos todas pitando.
NARRADOR: Las hormigas, casi sin aliento, llegaron al alimento.
HOMIGA MIGA: Venga, todas a tirar.
NARRADOR: Y todas tiraron y tiraron.
TODAS: Uf, no podemos más.
HORMIGA MIGA: Venga, todas a empujar.
NARRADOR: Y todas empujaron y empujaron.
TODAS: Uf, no podemos más.
HORMIGA MIGA: No vamos a abandonar este bocado tan rico. Tengo la solución: a cortarlo en trocitos.

HORMIGA PEQUEÑA: Hmm, esto está de rechupete. Ahora llegaremos

en un periquete.

NARRADOR: Cada una de las hormigas se echa su trozo a la

espalda, y todas en fila india inician pronto la marcha.

TODAS: Aupa.

HORMIGA MIGA: La extensa vegetación no nos deja otra elección. No

tenemos más remedio que pasar por aquí en medio.

HORMIGA PEQUEÑA: Pero, ¿qué ven mis ojos? ¿Un oso hormiguero?
NARRADOR: Y dijo la hormiga muy suavemente:
HORMIGA PEQUEÑA: Cuidado, pasaremos de puntillas, sigilosamente.
NARRADOR: Tuvieron suerte, el oso dormía profundamente. Pero, aquí no acaba la historia. Todavía a casa no habían llegado, cuando con un gran charco se toparon.
TODAS: Aupa.
ESCARABAJO BAJO: No os va a servir de nada el trabajo.
NARRADOR: Les dijo el escarabajo.
ESCARABAJO BAJO: No llegaréis al hormiguero antes de que caiga un fuerte aguacero.
NARRADOR: Suerte que en ese momento, aunque no parezca cierto, las empujó un fuerte viento.

HORMIGA PEQUEÑA: Pero, si estamos en casa. Esto sí que tiene guasa.

NARRADOR: Y mientras caía el chaparrón, se dieron un atracón. Y era tan grande el festín que lo pudieron compartir.

Andrés Suvires Molero

miércoles, 8 de abril de 2009

La Rata Renata.

Escritores argentinos. Autores de literatura infantil. Los mejores cuentos.

Tema del cuento: No dejarse llevar por las apariencias y preocuparse por conocer al otro

Renata era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de circulitos muy parecidos a los cráteres de la luna, pero mucho más chiquitos y de un color verde amarronado, ojos saltones, y una larga lengua que estiraba para capturar insectos y alimentarse de ellos. Vivía muy feliz en una laguna en las afueras de la ciudad.
Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que decidió llevarla al jardín de su casa.
Renata de repente se encontró en una latita con un poco de agua, que se movía al compás vaya a saber de qué y sin tener la menor idea de cuál sería su destino, se preocupó un poco.
Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese momento se convertiría en su hogar.
Sus ojos saltones miraron ese nuevo lugar: no era feo, por el contrario. Estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de madera, una hamaca y una pileta que Renata confundió con una laguna que le pareció un poco extraña.
La ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita, gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nido en los árboles y mariposas curiosas que iban de aquí para allá.
Los ojos de Renata parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella. Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo.
Comenzó a saltar chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos.
Lo que la pobre ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar.
Ninguno de los animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo de animal se trataba y aún menos cómo era Renata por dentro más allá de su aspecto físico. Tampoco les importó mucho que digamos.
Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita que digamos, pero en realidad ¿qué importaba eso?
- Está ………… llena……………………… de …………….. verrugas …………… ¡qué asco! Dijo Lentón el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.
- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías. Comentó Jejo, el conejo.
- ¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida? Preguntó una mariposita que volaba por allí.

No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por conocer a Renata y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.

- ¡Es una burlona! Se quejaba Tallarín -un gusanito largo como un fideo- ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua?
- ¡Tenés razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que tiene ¿qué se cree? Agregó Jejo
- Yo………………………. opino ………………………….. igual. Dijo Lentón, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no tardaba demasiado en decirlas.
- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mi que los tiene tan afuera para poder mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a saber. Comentó un bicho bolita.
- Pues le haremos el vacío, si ella nos burla, haremos de cuenta que no existe. Dijo una mariposita.

Lo cierto es que Renata sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente.

Pasado un tiempito, Renata empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le daba bolilla.
La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara lo más alto posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir del jardín siquiera.
Dándose cuenta que no era bienvenida Renata se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para no molestar a nadie.
Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa.
Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus cuchas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los mosquitos avanzaban sin parar.
- Esto ………… nos ……………………… va …………….a ….. matar! Decía Lentón dentro de su caparazón.
- ¡Ni saltando los puedo esquivar! Se quejaba Jejo.
- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras. Comentó aliviado Tallarín – pero algún día tendré que salir a buscar comida.
Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba feliz era Renata, nunca había tenido tan a mano tanta comida y además estaba muerta de hambre por todo el tiempo que había estado dentro del agujero.
Dispuesta a hacerse una panzada, la ranita salto al jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino. Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada uno de los insectos que habían invadido el jardín.
Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona de Renata, no sólo porque la ranita ya tenía una panza que parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.
- ¡Nos …………………. salvó……………… la …………. gorda ……… nos …………salvó! decía Lentón, quien en realidad quería gritar de contento pero no le salía demasiado.
- No entiendo – decía tallarín- primero nos burla y luego no saca de encima a los insectos molestos ¿quién la entiende?
- ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de contento ¡Por fin nos libramos de esos bichos! Agregó Jejo.

En eso intervino Toko, uno de los perritos de la casa, quien hasta ese momento, no se había metido demasiado en el asunto.

- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos?
- ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba de nosotros todos el tiempo? ¡Ni loco que estuviera! Gritó tallarín.
- Es lo que corresponde y es lo que harán todos y cada uno de Uds. o de lo contrario…… me encargué personalmente que ese animal verdoso y feucho no coma más mosquitos. Toko estaba enojado por la actitud de sus amigos.
- ¿Vamos ……………….. chicos? Preguntó tembloroso Lentón que se había asustado mucho de sólo pensar que los molestos mosquitos volvieran.

Y allí fueron todos, no muy convencidos por cierto. En una larga fila los más chiquitos primero y los más grandes después, con Toko incluido, fueron a agradecerle a Renata.
En realidad iba a empezar a hablar Lentón, pero tardó tanto que Jejo tomó la palabra.
- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle.
Renata no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus vecinos se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca misma.
― Perdón, no entiendo. Dijo Renata humildemente. Agradecerme a mi ¿por qué?
- Ud. nos quitó esos molestos insectos, lo que no entendemos es por qué desde que llegó no hizo más que burlarse de nosotros y luego no ayuda con los mosquitos.
- No……………… entendemos ……………… nada………..doña. Agregó Lentón.
- ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho? Renata entendía menos aún que sus vecinos.
La verdad es que en ese jardín todo era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces no se conocen.
- Vamos confiese, dele sacar esa lengua, dele que dele, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree que no la veíamos?
- ¿Eso…………… se ……………….. cree………? Lentón no pudo terminar la frase porque Tallarín lo interrumpió.
— No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor, sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.
— Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Renata, mis ojos son así saltones de nacimiento y la lengua la sacó para casar insectos. Si alguno de Uds. se hubiese acercado a hablarme o me hubiera dejado a mi acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran sabido bien cómo es una rana.
— ¿Una……………………. qué? Preguntó Lentón que ya empezaba a sentirse avergonzado.
— Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi especie y con una lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme de nadie.

Muy dolida Renata se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar porque estaba mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido.
Todos los animalitos quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal. También sabían que si se hubiesen presentado ante Renata el día que ella llegó, jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie. Hubiera sido tan fácil, sin embargo no lo hicieron. Ahora, ante el dolor de Renata, se daban cuenta el daño que habían hecho.
Sin necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al agujerito de la rana. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.
– Doña Renata se nos olvidó algo. Dijo Jejo con voz un poco temblorosa.
– Pedirle……………………….. perdón. Agregó Lentón.

Con esta esa última palabra, simple pero muy grande, Renata salió de su agujerito dispuesta a darles a sus vecinos una nueva oportunidad.

Al cabo de un tiempo, los dueños de casa trajeron una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían un espécimen que no conocían. Sólo que esta vez actuaron diferente.
Y una vez más, todos en filita, Renata incluida, se acercaron Al nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.

Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.

Para pensar:

- ¿Te pasó alguna vez de juzgar a otra persona sólo su apariencia?

- ¿Te preocupas por conocer a las personas, sin importar cómo luzcan?

- ¿Te das cuenta que lo importante de las personas es su interior?

- Pensemos juntos que muchas personas se pueden sentir muy dolidas por no ser reconocidas por su interior y por que no les demos la oportunidad de conocerlos cómo son realmente. Vale la pena, te lo aseguro.