Jueves 26 de septiembre, y aun sigo aquí, en la mansión que la tía Ágata nos ha dejado de herencia; mis padres quisieron venir aquí porque dicen que es una buena forma de recordar siempre a nuestra tía. En principio, yo no quise venir, porque creí que estaba habitada por fantasmas (y aún lo sigo creyendo).
Lo primero que hice al llegar a este lugar tan siniestro fue ir a ver mi habitación. Cuando la vi me asusté, ya que había un montón de cucarachas correteando por la habitación. Nada más tumbarme en la cama llena de telarañas una pata se rompió y me caí al suelo al mismo tiempo que aplastaba a una cucaracha con el culo. Por cierto, se me ha olvidado deciros que me llamo Javi, tengo once años y vivo en Madrid.
Después de lavarme fui a ver el lago, mientras andaba tropecé con algo y salí rodando. Al llegar al lago me encontré a un pobre ciervo tumbado entre las hojas, después de verlo un poco me di cuenta de que tenía un mordisco, seguramente de algún lobo hambriento. Entonces me fui otra vez a la mansión de mi tía.
Mis padres estaban preparando mi comida preferida: espinacas con bechamel. Me senté en la mesa, que por cierto estaba llena de polvo y empecé a comer. En dos minutos me terminé el plato y le dije a mi madre que si podía repetir. Enfadada, me hizo un gesto negativo con la cabeza, seguramente se enfadó porque me había terminado las espinacas muy deprisa y no había esperado a que mis padres se sentasen en la mesa.
Como me quedé con hambre me fui a mi habitación y saqué una chocolatina que había cogido de la cocina sin que mis padres se diesen cuenta. Cuando me acabé la chocolatina me puse a buscar en la biblioteca de mi tía. Vi libros muy interesantes, pero me llamó la atención una pequeña palanquita que había escondida entre dos libros. Vencido por la curiosidad agarré la palanca y tiré de ella, en ese momento una estantería se giró dando paso a un estrecho túnel.
Como mis padres estaban en el salón echándose la siesta, bajé por el túnel. De pronto me di cuenta de que la entrada se estaba cerrando, corrí a ella pero me fue imposible salir. Me asusté porque se quedó todo oscuro. Menos mal que tenía en mi bolsillo la pequeña linterna que me regaló mi abuela. Había un sinfín de escaleras, por lo que tardé cinco minutos en bajar. Miré el reloj y me di cuenta de que faltaba media hora para que sonara el despertador que mi padre había puesto. Miré a mi alrededor y vi que había tres túneles, ¿por cual debería pasar? Al final me decidí por el del medio.
Cada vez estaba más y más oscuro y se me estaban empezando a gastar las pilas de la linterna. De repente me adentré en un pequeño hueco por el que casi no cabía. Algo me asustó, pensé que era un animal, no, habría sido solo una telaraña. Después de tres minutos de caminar vi una luz, caminé hacia ella pensando que podría ser una salida, me equivoqué, no era una salida sino una habitación.
Asustado, entré despacio pensando que había algo o alguien allí adentro. De repente se apagó la linterna, esto era peor que todos los libros de terror que había leído, encontré un interruptor, le di y de pronto vi algo que me asustó tanto que hasta me mareé. Estaba toda la habitación llena de sangre. En esta habitación debió de suceder algo espantoso.
Una puerta se abrió y me di cuenta de que estaba otra vez en el sitio donde empecé. Salí de aquel túnel y me dirigí a mi habitación. Mis padres todavía no se habían despertado, pero seguí sin tranquilizarme.
Ahora tenía un objetivo: saber qué pasó en esa habitación y en esa casa.
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