sábado, 9 de junio de 2012

Navegamos rumbo… México - La casa del Trueno

Encontrado en el blog "Cuento a la vista"

Texto por Rebeca Amado
Ilustración por Raquel Blázquez

Dos de Noviembre, Día de Todos los Muertos en Ciudad de México. Acostumbrada a la celebración de Todos los Santos en España, la alegría, el color y el ambiente festivo que invade las calles me coge por sorpresa. María, mi compañera de piso, y natural de la ciudad, me había invitado a su casa a celebrar este día con su familia. Acepté movida por la curiosidad pero a medida que se acercaba la hora, el temor a pasar un momento incómodo me invadía. Después de todo iba a comer con su familia el día en el que conmemoran la muerte de su abuela. Estaba a punto de echarme atrás cuando María llamó a la puerta de mi cuarto para indicarme que ya era hora de salir.

Durante el trayecto, ayudada por las explicaciones de mi amiga, y sorprendida en cada esquina por un nuevo detalle de esta hermosa fiesta, los nervios desaparecieron. Cruzamos plazas repletas de altares coloristas recordando a los Difuntos, mercadillos llenos de delicioso pan de muerto, curiosas calaveras vestidas con ropas de época y ¡hasta con sombrero!
Más tarde descubriría que se trataba de las famosas Catrinas.

Sin embargo, tanto barullo me distrajo del por qué de la celebración, y fue en el barrio de María, recordando a su abuela, donde comprendí todo su significado.

La abuela de María adoraba la literatura, y narrar a viva voz lo leído ante un público expectante fue su pasatiempo favorito. Vecinos, amigos, hijos, y más tarde nietos, disfrutaron alrededor de su sillón de numerosas tardes de relatos y aventuras. Francisca se llamaba como “Paquita la cuentista la conocían”. Sabía cuentos de verano, mitos de primavera y leyendas terroríficas de invierno. El dos de noviembre desde hacía ya cinco años, toda su familia después de una abundante comida en su honor, la recordaba releyendo alguna de sus historias. Ese año María fue la narradora y dado que la noche se anunciaba tormentosa la historia elegida fue La Casa del Trueno.

"Cuentan los más viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos. Mucho antes de que llegaran los españoles a estas tierras, y antes incluso de los totonacas que poblaron el lugar de Veracruz para llamarlo Totonacan.

Cuando llegaba el momento de cultivar la tierra y sembrar las semillas para cosechar los frutos, los siete sacerdotes del templo se reunían para invocar a las deidades de esos tiempos. Gritaban y entonaban cánticos a los cuatro vientos.

Según cuenta la leyenda, esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Inmediatamente después el cielo se llenaba de furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía sin descanso y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches. Tanto llovía que algunas veces los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Cuanto más golpeaban el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos, cuantas más flechas lanzaban los sacerdotes más relámpagos surcaban los cielos.

Siglos y siglos pasaron hasta que llegaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Llegaban desde lejanas tierras hoy conocidas como el Golfo de México. Todos los hombres, mujeres y niños que allí llegaron estaban siempre sonriendo, como si fueran los seres más felices de la tierra. Habían sufrido mil penurias en las aguas borrrascosas de un mar alocado y ahora que estaban al fin en las costas tropicales, no podían dejar de reír. Tenían fruta, animales de caza, agua y clima hermoso ¡que más podían pedir! Totonacan nombraron a aquel lugar y ellos mismos se dijeron totonacas.

Pero los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura. Guiados por la furia fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias torrenciales con el fin de ahuyentarlos.

En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien descubrió que aquellas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.

Sin emplear la violencia los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.


Aunque no se llevaron consigo la tormenta y para dominar a los dioses del trueno que habían despertado se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales. Decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales, y que sería mejor rendirles culto y pleitesía. Adorar a esos dioses y rogarles que fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.

Actualmente, en ese mismo lugar, se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templó de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales”.

Al finalizar la historia todos brindaron con tequila a la salud de “Paquita la cuentista” y al son de su ranchera favorita recorrieron el camino que separaba la casa del cementerio. Fue entonces cuando sin darme cuenta me descubrí celebrando la muerte. Los mexicanos no recuerdan con lágrimas a quien estuvo y ya no volverá. Celebran que estuvo, dando mayor fuerza a su identidad. ¡Que vivan los muertos!

Sabías... ¿Qué son las Calaveritas? ¿Con qué se acompaña el pan de muerto? ¿Qué alimento comparten Halloween y el Día de los Muertos?

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